Proclamación de Iturbide el 19 de marzo de 1822. Acuarela anónima. Museo Nacional de Historia. INAH México.
En su libro "El Libertador" el padre Mariano Cuevas, sacerdote jesuita, hace una relación de hechos trascendentales en la vida del discutido consumador de la independencia de México, Agustín de Iturbide que, divididos en tres períodos, cada uno de cuatro días, conforman una significativa etapa de la historia de México, por lo menos las dos últimas circunstancias.
Vascongado de la misma tierra de Ignacio de Loyola y Sebastián Elcano, Agustín de Iturbide y Arámburu nació en Valladolid al igual que su padre José Joaquín Iturbide y Arrégui; y sin seguridad alguna su abuelo Don José Iturbide y Álvarez de Eulate; ya que de su bisabuelo si tiene plena seguridad que era originario de Navarra, España, aunque luego vivió muchos años atrás en esa preciosa ciudad tarasca.
Cuenta la leyenda familiar, misma que 38 años más tarde se convertiría en leyenda nacional, que doña María Josefa de Arámbu; esposa de José Joaquín de Iturbide, empezó con sus dolores de parto desde el día 24 de septiembre de 1783 y al paso de los tres primeros días, todo parecía indicar que el fruto de dicho embarazo no nacería; el día 27, el cuarto de este doloroso trance, médicos y familiares predecían lo peor para parturienta y naciente; fue entonces que una de esas mujeres que en aquella época vivían con las familias ricas desde que nacían, por así decirlo, nana de la madre aquella que no paría, se dirigió al cercano Convento de San Agustín y extrajo de él el burdo sayal del fundador de dicho monasterio. Esta prenda tenía fama de milagrosa y corriendo con ella de regreso a la casa de sus amos, la colocó sobre la parturienta, quien en esos precisos momentos inició eficaz labor de alumbramiento, naciendo un fuerte niño, al que correspondía el nombre de José, pero a quien, en honor del manto que le ayudó a nacer, se le bautizó con el nombre de Agustín. Cuatro días para nacer.
Fuerza hercúlea; virilidad, agilidad y destreza como jinete que le valieron el llamarle "Dragón de Fierro", designado familiarmente al servicio eclesial ya que su tío el canónigo Arrégui así lo estaba disponiendo. Pero el futuro libertador de México, al igual que el conquistador de esta patria nuestra, es decir, Hernán Cortés, cuando colgó los hábitos en Salamanca para embarcarse a la América, y más tarde muchos otros héroes, incluso de la Reforma, también Agustín de Iturbide abandono el seminario conciliar, lo que no impidió una asombrosa preparación tanto cultural como filosófica, ya que alternó con grandes personajes intelectuales de su época como Manuel Abad y Queipo, futuro obispo de Valladolid y con el mismo Miguel Hidalgo y Costilla, pariente de Iturbide, un hombre sumamente preparado e inteligente que bien pudo haber influido en la mentalidad de ese joven que llegaría al trono de México, teniendo un lenguaje de abundantes expresiones, gracias al manejo del romance castellano de su ciudad natal, Valladolid, hoy Morelia. Eso fue precisamente lo que hizo que Iturbide considerara a su patria América y no España, tres generaciones atrás ya era mexicano.
Lo mismo Abad y Queipo que el Conde de Calderón, Félix María Calleja; previeron desde varios años atrás, que el único que podría lograr la independencia de México era el entonces coronel Agustín de Iturbide, incluso, cuando en 1821 Calleja viviendo en España supo que éste dirigía el movimiento de separación de México de la vieja España, se pronunció públicamente por la pérdida anticipada del Rey de estas tierras; situación que ya era previsible años atrás y ciertamente, inevitable.
Fuese así, que el antiguo inquisidor, Matías Monteagudo quien gracias a la Constitución de Cádiz y a la rebelión de Rafael del Riego en España, perdió ese empleo, decidió reunir en el edificio de la Compañía de Jesus, llamado "La Profesa" a un grupo de "notables" de la entonces "Nueva España" y en paralelo con el famoso grupo "Atlacomulco", ciento noventa años más tarde, a principios del siglo XXI, "notables" actuales; decidieron utilizar a un joven guapo para actuar públicamente, mientras ellos dirigen tras bambalinas.
De tiempo atrás, Iturbide había comentado con su compañero de armas Vicente Filisola que era necesario consumar la independencia de México, pero sin tantos atropellos sanguinarios y matanzas como las ocurridas en 1810 en Guanajuato y Guadalajara por los insurgentes de Hidalgo o por las terribles represiones callejistas.
En esas condiciones se le ofreció a Agustín de Iturbide la empresa de liberar a la Nueva de la Vieja España, lo que aceptó más que gustoso y de inmediato puso manos a la obra, pero ojo: Iturbide veía que dicha separación era fundamental para conservar la pureza de su religión, la católica, que él veía en peligro, incluso en la Metrópoli por la inclusión de masones en la mismísima corte de Fernando VII, por ello inició una contrarrevolución católica, a fin de querer evitar que la Nueva España cayera en el poder de las proyanquis logias masónicas.
Acerca de una posible traición de Iturbide a España, debemos recordar que en ese entonces no existía tal concepto, la fidelidad se le juraba al Rey solamente, pero si bien, Fernando VII había sometido su testa a Napoleón Bonaparte, ¿Sería válido seguir adepto al vasallo de un invasor? O ¿Debería contestar como años atrás lo había hecho José María Morelos y Pavón, cuando discutía si debía mantenerse lealtad a un juramento a quien había hecho un mal a los habitantes de ese gran imperio?
Desde la muerte de Morelos en 1815, la fuerza independentista por los insurgentes había menguado considerablemente y, la llegada de Juan Ruíz de Apodaca, futuro conde de Venadito, con su política de al ofrecer y otorgar indultos a los sublevados, logra atraer a esta promoción a varios cientos de ellos y pacificar, en muy buena medida, al virreinato. Por ello, hacía 1820, se veía si no imposible, si sumamente difícil el logro de una independencia basada en una revuelta popular; el camino a la separación de la América septentrional española de la Metrópoli europea, debería ser en forma diferente y muy sui generis.
Después de su designación como comandante de los ejércitos del sur del virreinato y una vez entrado en tratos con Vicente Guerrero; Iturbide escribe al Virrey Juan Ruíz de Apodaca: "Conde de Venadito"; ciertas cartas en que, sin incurrir en mentira, más guardando parte de la verdadera intención de esa relación, comunica que se ha logrado un entendimiento con el insurgente que asegurará la paz en la región. Luego vendrá su comunicación con el Rey, las Cortes de España, los prelados de la Colonia y los generales en ella, conteniendo un amplio razonamiento del Plan de Iguala, destacando gran capacidad diplomática y conciliadora, así como una persuasión que invita a muchos a sumarse a la causa independentista.
Es por ello, que si bien hubo algunas batallas de los realistas contra los trigarantes, estas no tuvieron lo sanguinario de la etapa inicial, e incluso, muchos de los clérigos estaban de acuerdo con el plan iturbidista, al grado de que, a diferencia de Hidalgo, no hubo excomunión para el libertador como la hubo contra el iniciador de la justa independentista de México. Los mismos defensores del virrey, acobardados por el crecimiento exponencial de la marea emancipadora, obligaron a Juan Ruíz de Apodaca a dimitir al cargo, colocando a Pedro Novella en su lugar.
Lo difícil de comprender la historia de México estriba en las múltiples contradicciones de los escritores, por ejemplo, mientras algunos, subsidiados por los liberales aseguran que Juan O´Donojú, mal llamado último virrey de la Nueva España (ya no tenía ese grado después de la constitución "La Pepa" de 1812, consolidada en 1820 en España) inmediatamente que llegó a Veracruz lanzó una proclama para reunirse con Iturbide y pactar la independencia, los iturbidistas aseguran que primero quiso defender la colonia, incluso que propuso armar nuevos ejércitos para combatir a los trigarantes, pero pronto, al ver la real situación nacional y lo necio, arrogante y fatuo de su criterio, prefirió, ahora, si, negociar y por ello se trasladó a Cordova a firmar los tratados que consumaban la lucha libertaria.
Para la entrada triunfal del ejército trigarante en la ciudad de México, 27 de septiembre de 1821, los soldados pulían sus armas, lavaban sus uniformes y lustraban sus botas, el pueblo engalanaba casas y limpiaba vialidades, en tanto la llamada nobleza mexicana, la que había perseguido a Primo de Verdad y a Azcárate; que había aplaudido la excomunión de Hidalgo, gritado contra Morelos y enemistado contra Iturbide un día antes de esta fecha, ahora abría las puertas de sus palacetes al libertador y habla de independencia y libertad, es la misma clase que perdura hasta hoy: inclinando la testa ante Maximiliano; aplaudiendo a Porfirio Díaz y luego a Carranza y más tarde a Obregón, posteriormente a Salinas y después a Fox. Ellos no han dado un solo céntimo de sus fortunas ni han vertido una sola gota de su sangre, pero si se han beneficiado siempre de su acomodaticia situación que respetan hasta los más izquierdistas una vez en el poder. Ellos irían a engrosar la Junta Provisional Gubernativa, como lo hicieron entre los notables de Santa Anna y luego entre los "científicos" de Díaz y con la actual "Familia Revolucionaria".
Los Guerrero, Bravo, Quintana Roo o López Rayón no figuraban entre los destacados de la consumación de la independencia, incluso, Vicente Guerrero aceptó un segundo puesto bajo las órdenes de Morán, un realista de hueso borbonista hasta ese día.
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