Es bueno darse tiempo para hablar, como dice un célebre futbolista, sobre lo más importante de lo menos importante: el futbol. Imposible por estos días ser indiferente al mundial de Brasil, cuando los países en la cancha mueven pasiones. Para el caso, siempre es preferible una disputa simbólica en la cancha, que una guerra entre países. Por lo mismo, nada mejor que un mundial para desfogar las pasiones y los conflictos. Quizá, lo que una sociedad no alcanza como país, lo puede lograr en la cancha. De esa manera, Uruguay puede echar a Inglaterra, Chile vencer a España y Costa de Marfil a Japón. Desde el subdesarrollo, Argelia puede superar a la potencia económica de Corea del Sur. Así, la cancha es una puesta al día de la historia. Un borrón y cuenta nueva para empezar desde cero. Olvidados los agravios de la Segunda Guerra Mundial, Alemania vence a Estados Unidos. Ya tendrán tiempo de encontrarse en otro mundial.
Además de gran negocio, el futbol dirime diferencias. Como espectáculo no me interesa, pues deja mucho que desear. En cambio, sí me interesan los efectos que genera. Las pasiones, las filias y las fobias alrededor del balompié. El ánimo que ronda entre la gente. Los rituales, las emociones, los sueños. ¡Y todo por un balón! No sé hasta que punto los equipos reflejen a sus país, pero sin duda, algo indican de lo que son. En ese sentido, el juego entre México y Holanda parece dibujar algunos rasgos de ambos países.
En su larga historia de mundiales, México es Prometeo encadenado. Cada cuatro años, quitando a los "cachirulos" de por medio, la convocatoria de un nuevo mundial renueva la esperanza en los mexicanos. Ahora sí, nos decimos a nosotros mismos. Pero la esperanza no pasa de octavos de final, entonces, otra vez a sufrir con el eterno retorno. Cual mito griego, no preguntamos sobre el origen del mal. ¿Dónde está la falla? ¿Dónde el problema que nos impide avanzar? ¿Quién tiene la culpa de nuestros pecados?
Cegados ante la crítica, el mal siempre proviene de afuera. Nuestros jugadores son inmaculados, pero el árbitro no. Así, una forma de justificar la derrota ante Holanda es trasladando la culpa al árbitro. No hay más, porque México no puede estar equivocado. En palabras de Céline, todos son culpables excepto yo. De esa manera, durante un juego de futbol, el mejor chivo expiatorio siempre será el árbitro. Amo y dueño del destino. Después de Brasil y Croacia, tanto soñamos en el transcurso de los días, que los comentaristas hicieron del clima, una ilusión a favor de México. Hay quien ve milagros aquí y allá.
Profetas del deporte, los "intelectuales" del futbol auguraron que el calor afectaría a los holandeses. Según los meteorólogos de la cancha, la temperatura ayudaría a México, no su juego, ni su nivel de futbol, ni la concentración del equipo. Casi vencer a los holandeses por cansancio. No obstante, con Robben o sin Robben, Holanda demostró las consistencia de su equipo. No es un casualidad, ni tampoco un capricho atmosférico. Sino trabajo constante.
Para consuelo de nuestro país, lo mejor de México en el mundial no fue su selección, sino su entrenador, Miguel Herrara. El Piojo logró el concenso indiscutible de la mediósfera mundial. Si por imágenes vamos, desde hace días los mexicanos conquistamos el mundial con las caras de su entrenador. ¡Vaya torneo!
SARKOZY AL BANQUILLO
Otrora poderoso presidente de Francia, ahora las autoridades detuvieron a Nicolás Sarkozy por la presunción de tráfico de influencias. Se puede decir que es un asunto político para evitar que vuelva a competir en las elecciones, pero lo cierto, es que los políticos en Francia no son intocables e impunes. ¡Como México no hay dos! Acá tenemos a expresidentes que quebraron el país, y ahora escriben libros. Ni qué decir de exgobernadores prófugos de la justicia gringa como Jorge Torres en Coahuila. Ni quien los llame a cuentas, ni quien los moleste. Pura impunidad.
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