Columnas la Laguna

CIUDAD CUMBIA

TORREÓN: CIUDAD VENCIDA

CARLOS VELÁZQUEZ

Los lavacoches son una secta aparte. Si tan sólo se dedicaran a robar como les marca su religión. Pero no, han de practicar también el Ramadán. Entonces cuando llegas al coche descubres que encima del parabrisas han sobrepuesto sendos cartones para evitar que se aclimate. Gesto de ingeniería que se agradece. Pero la buena ondez se desvanece cuando te cae el veinte de que el lavacoches está desaparecido. Entonces te enfrentas al inconveniente de decidir si precipitarte a despejar los cadáveres de las cajas o esperar a que regrese el prófugo del combate al calentamiento global. Finalmente, el calorón lo impele a uno a actuar en defensa propia. El coste ha sido bajo. Un corazón roto por no haber recibido una moneda. En ocasiones el saldo es una monserga. Tu corazón roto porque en la ausencia del lavacoches el empleado de parquímetros ha aprovechado para quitarte una placa.

Es impresionante la capacidad de depredación de los empleados de parquímetros. La desesperación del Municipio porque ingrese dinero a las arcas. Dinero que no gastaron en dotar al estacionamiento de la presidencia de drenaje. Lo asocio porque en estos días de lluvia se les inunda constantemente. Y a propósito de la precipitación. En el recorrido de la ciudad se observa algo poco frecuente en la región. El Cerro de las Noas exhibe brotes de verdor. Quizá no se perciba, acostumbrados al gris perpetuo que arroja la imagen del cerro, pero si observamos con atención es posible descifrarlo. Pero el verdadero contraste lo produce el cerro negro de Peñoles. Todo lo anterior viene a mi mente porque veo el eslogan de la presente administración. "Torreón: Ciudad que vence". Es la primera ocasión que lo observo en los siete meses.

Honestamente, procuro no prestar atención a este tipo de muestras de absurda demagogia. Pero debo confesar que la ironía de dicha leyenda me lastima profundamente. Quizá sea la frase más insulsa e inclemente que se haya empleado por la propaganda gubernamental en la comunidad en los últimos veinte años. Ven la tempestad y no se hincan. Me lacera no porque la insensibilidad política no asuma límites, lo que cala es que esta ciudad tiene qué presumir, pero el ayuntamiento se esmera en recordarnos la crisis y la jodidez permanente en que sus prácticas han sumido a la urbe. Vivo en la ciudad más triste de este país. O en una de las más tristes. ¿Es necesario que el ayuntamiento me lo restriegue en la cara?

Lamentablemente vamos a convivir con esa retórica cuatro años más. La pregunta que ese discurso nos plantea es: ¿van a mejorar las cosas en relación a la administración anterior? La respuesta es no. Por eso somos una ciudad derrotada. Por eso duele esa maldita frase. Porque suena a burla. A mofa. A que las sirenas continuarán sonando. A que no se detendrá la producción de muertos. Ni de lavacoches. Ni de mendicantes. Indica que seguiremos cavando el hoyo en la ciudad de los vencidos. ¿A fin de cuentas qué es un lagunero, sino un mosquito en busca de la luz?

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