Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

A aquella chica le decían La Tuerca. A la hora de la hora se apretaba. La esposa del científico llegó sin anunciarse al laboratorio de su marido, y lo encontró refocilándose con su bella y joven asistente sobre la mesa de trabajo.Antes de que la atónita señora pudiera pronunciar palabra le dijo el investigador: “No te exaltes. Ya te había dicho que estoy tratando de producir la vida en el laboratorio”. La mujer de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, se quejaba de la frialdad de su consorte. Decía en tono lamentoso: “La única vez que mi marido me besa es cuando no tiene servilleta”. Podría yo arrojarme a las cataratas del Niágara dentro de un barril. Podría llegar al Polo Norte caminando desde Alaska descalzo y en bikini. Podría atravesar el desierto del Sahara en bicicleta, sin agua y sin sombrero.Todo eso quizá podría yo hacer. Después de todo, como dice un refrán zafio, con paciencia y salivita un elefante se folló a una hormiguita. Lo que jamás podría hacer, nunca, sería tirar la primera piedra.No creo que nadie pueda lanzarla, sobre todo cuando se habla de culpas de la carne. De la cintura para arriba todos somos santos.Bien lo dijo aquel anónimo coplero de Oaxaca que fue a dar a los calabozos de la Inquisición por haber escrito esta coplilla referida a los mandamientos de la ley de Dios: “Si no se quita el noveno, / y el sexto no se rebaja, / ya podrá Diosito bueno / llenar su cielo con paja”. El noveno mandamiento es el que dice: “No desearás la mujer de tu prójimo”. (Y supongo que a tu prójimo tampoco). El sexto es el que prohíbe fornicar, y todo aquello que al fornicio puede asemejarse, como por ejemplo mirarle las pompas a una mujer, o las piernas, o el tetamen. (¿Entonces qué demonios vamos a mirar? ¿Las florecitas?). Todos, quién más quién menos, hemos incurrido en alguna debilidad carnal, ya sea de pensamiento, ya de obra. Eso es efecto del pecado original, y ni pa’ dónde hacerse. En el terreno de las carnalidades -no lo digo por presumir tengo un apreciable palmarés que si bien no se compara con los de Mañara, Casanova o Bradomín es suficiente para privarme del derecho a militar en las filas de los ángeles o los hipócritas. Considero, sin embargo, que eso pertenece estrictamente a mi vida privada, y que a nadie más que a mi mujer tengo que darle cuenta de mis actos, ni siquiera a los dioses, que nos hicieron ser como somos y tener el cuerpo que tenemos. Por lo anteriormente dicho considero una villanía la forma en que las redes sociales -esas furias, esas arpías, esas gorgonas, esas erinias sin cerebro y corazón se han ensañado con Pedro Feriz de Con. Tuve amistad cercana con su padre, don Pedro Ferriz Santacruz, admirado maestro mío, paisano queridísimo, y puedo entonces dar un testimonio personal: don Pedro me dijo muchas veces que Pedrito -así lo llamaba él- era el mejor hijo del mundo. Alguien que recibe de su padre un reconocimiento así no merece la perversidad que se ha abatido sobre él. Pienso que lo que le sucedió a Pedro Ferriz de Con es resultado de una trama en la que deben haber andado de por medio la política y el dinero. Me preocuparía mucho que atrás de esa conjura que adivino estuviera gente del Gobierno, pues eso nos haría peligrar a todos los ciudadanos por igual. Nadie es perfecto -afortunadamente-, pero si alguien se siente con derecho a lanzar la primera piedra sobre cualquiera de sus prójimos le pido que se identifique para apedrearlo yo con la última y más modesta piedra, no sólo por soberbio, sino principalmente por inhumano y por estúpido. Sirvan estas líneas para expresarle mi solidaridad a Pedro Ferriz de Con. De él he recibido muestras de amistad y afecto. Contará siempre con mi afecto y mi amistad. Don Languidio Pitocáido tenía problemas para mantener erguido el desfalleciente lábaro de su masculinidad. Acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna, y éste le recetó una pastilla azul que, le dijo, obraría el milagroso efecto de ponerlo en aptitud de realizar obra de varón. Al cabo de unos días el facultativo le preguntó a don Languidio cómo le había ido con el medicamento que le prescribió. “No muy bien-respondió él con feble voz-. Al tomar la pastilla se me atoró en la garganta, y es fecha que no puedo doblar el cuello”. FIN.

Leer más de Columnas la Laguna

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Columnas la Laguna

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1031903

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx