Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Pirulina le contó a una amiga: "Anoche salí con mi nuevo novio, y tuve que ponerlo en su lugar". Preguntó la amiga: "¿Es muy aprovechado?". "No -respondió Pirulina-. Es muy torpe". (Entonces no lo pusiste en su lugar, insensata; lo pusiste en el tuyo)... El anciano jefe de los pieles rojas sufrió un episodio grave de constipación. Ningún remedio fue suficiente para hacerlo exonerar el vientre. El médico del pueblo -veterinario él- fue llamado para asistir al desdichado estíptico. Le administró varios purgantes que no rindieron resultado alguno. Finalmente lo hizo beber un poderoso laxativo que reservaba para caballos, asnos y acémilas de gran alzada en general. Un día después acudió al campamento de la tribu a fin de interesarse por la salud de su paciente. Le preguntó a uno de los bravos: "¿Ya obró el jefe?". "Sí -respondió el hombre-. Dos veces antes de irse con el Gran Espíritu, y seis después"... Dijo una chica, filosófica: "El amor duele". Comentó otra: "No lo has de estar haciendo bien"... Con módica nostalgia recuerdo los informes presidenciales de la época de la dominación priista. En un país supuestamente republicano esos actos eran un ritual monárquico de vasallaje al soberano. El presidente en turno, todopoderoso, se avenía por disposición constitucional a la tortura de leer, de pie y con el solo auxilio de varios vasos de agua, un prolongado mamotreto lleno de frases sonoras y vertiginosas cifras - "la danza de los millones" era llamado ese papaveráceo documento-, cuyo único interés residía en llevar oficialmente la cuenta de las veces que el altísimo señor era aplaudido, para citar la cifra al día siguiente en los periódicos. A aquella hipnótica lectura que parecía eterna seguía una ceremonia cortesana que se conocía con el nombre de "besamanos", aunque en verdad tal designación se quedaba muy arriba. Es bueno que haya desaparecido toda esa pompa y esa circunstancia. Su extinción en nada atentó contra la República, antes bien la fortaleció y dignificó. Ahora el secretario de Gobernación hace llegar a los congresistas el informe para que con su pan se lo coman. Cumplida en esa escueta forma la formalidad, el Presidente da un mensaje a la Nación. Yo lo oiré este día, no tanto por deber profesional como por interés de ciudadano. Las reformas logradas por Peña Nieto constituyen un hito de importancia en la vida nacional. Seguramente el Presidente hará alusión a ellas, y dirá lo que de esos cambios podemos esperar. Ojalá ese acto sea realmente republicano, y no aparezca en él ninguna seña de subdesarrollo político. Decoro necesitamos, no decoración. (Esta última frase no viene al caso, pero la dejo porque suena muy bonito. Suena como frase de informe presidencial)... En el bar del hotel una recién casada le preguntó a otra: "¿Ronca tu marido?". Respondió ella: "Todavía no lo sé. Solamente hemos estado casados cuatro días"... El viajero vivía en una gran ciudad, hermosa, segura y llena de atractivos. Cierto día llegó a un villorrio de unos cuantos miles de habitantes, alejado de todo y sin atractivo alguno. Aun así decidió quedarse a vivir ahí. ¿Por qué? Sucedió que estuvo con una chica de tacón dorado, bella, agradable y consumada experta en todos los temas y variaciones de lo que Ovidio llamó el ars amandi, arte de amar. Al sacar la cartera para pagarle se le cayó una moneda de 10 pesos. La recogió ella, se la embolsó y le dijo al viajero: "No tengo cambio. Hagámoslo otra vez". Esa fue la razón por la cual el viajero decidió quedarse en aquel pueblo: no había inflación... El novio se preocupó bastante cuando llevó a su prometida a conocer la casa en que vivirían. "Ésta es la sala" -le mostró. Dijo ella: "Sí, claro". "Ésta es la recámara". "Sí, claro". "Éste es el comedor". "Sí, claro". Llegaron a la cocina, y preguntó ella intrigada: "Y esto ¿qué es?"... Un adolescente llegó a la tienda y dijo: "A mis papás les gustó la ropa que compré. ¿Puedo cambiarla?"... En la feria del pueblo soltaron una marranita ensebada. Quien la pescara se la llevaría como premio. Nadie podía echarle mano a la cerdita; a todos se les escurría por el sebo de que iba cubierta. Una mujer citadina, sin embargo, la atrapó fácilmente. Alguien le preguntó después: "¿Cómo hiciste para agarrarla?". Explicó ella: "Es que soy jugadora de boliche". (No le entendí)... FIN.

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