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Grandeza obligada

FEDERICO REYES HEROLES

Siempre habrá asuntos más apremiantes como reparar escuelas, y hospitales. Pero la República también tiene otros rostros y los hemos descuidado. La arquitectura republicana es uno de ellos, ahí se asientan los poderes, las instituciones que son anclaje y garantía de la convivencia. En las instalaciones públicas se atiende al ciudadano común que llega a internarse, a educarse, a presentar una demanda. Las autoridades tienen la obligación de garantizar la máxima calidad en esos espacios que son de y para los ciudadanos. La arquitectura de las naciones siempre coquetea con la grandeza. ¿Es la grandeza en sí misma innoble? No.

El Palacio Nacional, la Suprema Corte de Justicia y los recitos legislativos deben ser edificaciones de las cuales nos sintamos orgullosos. Esto no me ocurre con la nueva sede del Senado, que es grande, pero no tiene grandeza, tampoco rampas para discapacitados. Un gasto estatal de esa magnitud y significado, que no aporta ni en lo arquitectónico, ni como referente de transparencia, molesta. Toda edificación republicana debe ser un proceso pedagógico de cómo se utilizan los dineros públicos. Y eso ha fallado. La Estela de Luz está allí como un monumento a la opacidad, a lo inútil, al despilfarro.

Pero para atrás hay mucha obra con grandeza republicana rescatable. La imborrable Biblioteca Central de la UNAM con Juan O'Gorman omnipresente; el estadio, esa boca de volcán con el sello de Rivera. Mario Pani, Carlos Lazo, Enrique del Moral y muchos más fueron los arquitectos que, imbuidos por una mística de grandeza que se apoderó de ellos, buscaron dejar huella. Más de medio siglo después CU sigue siendo un referente. La altura del rasero se conservó cuando Guillermo Soberón se lanzó a la edificación del Centro Cultural Universitario con joyas como la Biblioteca Nacional o la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl. El Museo Universitario de Arte Contemporáneo de González de León continúa la tradición.

Hacia atrás hay mucho: la Secretaria de Comunicaciones y Transportes de Silvio Contri, hoy Museo Nacional de Arte, o Palacio Postal, el de Bellas Artes de Boari, o el edificio de la Secretaría de Salud de Obregón Santacilia. Grandeza que en muchas ocasiones no ha sido criolla, sino resultado de visiones compartidas con extranjeros. Félix Candela dejó su huella en México. A Mathías Goeritz le debemos un impulso a la modernidad en varios ámbitos del arte y la creación. Allí están las aportaciones de Zabludovski y González de León igual en los conjuntos habitacionales pioneros en el país o en obras como las oficinas del Infonavit, El Colegio de México, el Auditorio Nacional, la Universidad Pedagógica, y el Museo Tamayo. Hay obra muy importante de Zabludovski en diversas entidades como Tabasco, o el fantástico "Centro de Convenciones y Teatro de la Ciudad", orgullo de Coatzacoalcos. Fernando González Gortázar es un arquitecto, y escultor con aportaciones muy relevantes en su natal Guadalajara, en Monterrey o en Ciudad de México. Uno lo mira, lo camina, lo visita. Barragán y Legorreta pensaron en grande.

Los cruces de influencias entre la filosofía, la política, la escultura y la arquitectura quedaron delineados en ese estupendo libro de Fernanda Canales editado por Banamex, "La arquitectura en México". La grandeza de los espacios públicos en el mundo no se detiene, por el contrario, cabalga airosa. Allí está la remodelación del Louvre del arquitecto Pei, el Museo Guggenheim en Bilbao de Frank Gehry, el nuevo Reichstag de Foster, la obra de Santiago Calatrava en España, principalmente en Valencia y Estados Unidos. La internacionalización enriquece a los países, rompe monólogos y esa natural endogamia de los gremios. Las necesidades van cambiando. La correspondencia digital desplaza al papel, las sucursales bancarias tienden a disminuir. En cambio, los aeropuertos, al ser visitados por decenas de millones de viajeros, se han convertido en un nuevo rostro de los países. Son frecuentemente la primera y única frontera que toca un visitante.

Si hace un siglo las estaciones de tren tenían esa función de rostro, Grand Station en Nueva York o incluso las estaciones del metro en Londres, Moscú y París que siguen siendo el contacto primario y cotidiano de millones de ciudadanos con el estado, encarnación de algo que puede ser muy abstracto, hoy los aeropuertos son espacios públicos que se agregan a la vida cotidiana como umbral. Por eso China, que mira al futuro, invierte en monumentales aeropuertos. Hay, además, un cambio sustancial, un usuario del metro en Moscú difícilmente tenía punto de comparación. En cambio, hoy podemos visitar varios aeropuertos en un día. La exigencia crece a diario.

¿Pudo el Museo de Antropología ser más austero, sin mármoles, sin el gran paraguas de Ramírez Vázquez? Sí, pero el orgullo nacional bien vale una inversión con visión de grandeza. Ojalá y el nuevo aeropuerto también sea referente de pulcritud administrativa, que dentro de medio siglo sea motivo de orgullo. La inversión se habrá justificado.

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