Fue alrededor del mediodía cuando trabajadores en la zona de lixiviados descubrieron que los líquidos contenidos en el receptor Tinajas 2 se estaban escurriendo sin control hacia el río. El pánico cundió entre los trabajadores. A gritos se dio la alerta y los ingenieros llegaron. Como pudieron trataron de contener la fuga, pero el daño estaba hecho. Un tubo mal sellado y una válvula defectuosa había dejado escapar 40 mil metros cúbicos de ácido sulfúrico. Sin perder un minuto y con los recursos a la mano se construyó un dique para contener lo que quedaba. Mientras, los encargados de la mina alertaron al corporativo y uno de ellos llamó directamente al dueño. Era la primera vez que marcaba ese número, que sólo debía usar, él lo sabía, cuando ocurriera lo que nadie quería: un grave accidente. El dueño, un hombre que se ha enriquecido gracias a la minería, sabe mejor que nadie que en ese negocio no se puede estar exento de un error o de un accidente, y que en esos casos actuar rápido es indispensable y puede significar la diferencia entre una gran catástrofe o un evento menor. El Grupo lleva muchos años trabajando en la zona y el dueño mantiene con todas las autoridades una relación fluida y cordial. Por eso, de inmediato, al tener conocimiento de los hechos, llamó al gobernador y lo puso al tanto de lo que estaba pasando. Juntos acordaron que el gobierno se encargaría de dar el aviso a todos los presidentes municipales de la zona, para que a la brevedad los 22 mil habitantes estuvieran informados y nadie fuera a seguir consumiendo esa agua ni llevara a abrevar al rio a sus animales.
Dentro del Grupo el protocolo de emergencia había sido activado y las áreas administrativas ya estaban avisando formalmente a las instancias federales del derrame, de su magnitud y de las explicaciones preliminares que tenían. Esa misma noche, en la sede del Grupo se decidió movilizar todos los recursos económicos y técnicos necesarios para contener el derrame e iniciar la limpieza. Los especialistas y técnicos que la empresa tiene contratados para enfrentar crisis estaban en inspecciones de rutina en una mina del otro lado del mundo, pero se organizó todo para su inmediato traslado a la zona.
La mañana siguiente en el aeropuerto de la vecina ciudad aterrizó un avión privado del Grupo. Al pie de la escalerilla, el dueño, un hombre conocido por todos, hizo una primera declaración pública. No se iría, dijo, hasta que el agua de los ríos quede totalmente limpia y hasta que el último de los pobladores afectados haya recibido una justa indemnización. -El Grupo lamenta profundamente lo ocurrido, y por supuesto sí sabe que la multa será elevada, pero no ahora eso no les preocupa porque lo primero es reparar y remediar lo ocurrido. Y sí la empresa va a facilitar la investigación que emprendan las autoridades y estará disponible para todo lo que se le requiera-.
En los días siguientes, cuadrillas de hombres son contratados temporalmente por la empresa para acelerar los trabajos de limpieza. El dueño hace todos los días recorridos para supervisar personalmente los 180 kilómetros de ribera afectados, constata de primera mano los avances y visita las comunidades afectadas. En algunas no es bien recibido, pero aguanta las críticas y llega a acuerdos para asegurar la supervivencia de negocios y trabajos.
Si usted no reconoce nada de lo escrito anteriormente es porque no ha ocurrido así. La distancia entre lo deseable y la realidad en este caso es de tal magnitud que merece subrayarse a través de una narración ficticia de lo que pudo ser, de lo que debió ser.
En estos días sabremos en cuánto se están calculando las pérdidas y el daño que ocasionó el derrame de la Mina Buenavista del Cobre, propiedad de Grupo México encabezado por Germán Larrea. Pero cualquier cosa que suceda en adelante no cambiará que todo lo anterior no se hizo y no pasó.