A nadie le gusta pagar impuestos. Sobre todo cuando se tiene gobiernos como en México, donde siempre queda una sensación de profunda desconfianza, donde con facilidad el gobierno se vuelve sinónimo de corrupción. No sé a ustedes, pero cada vez que pagamos impuestos, me pregunto a dónde va ese dinero. Podemos pensar que a grandes obras públicas, o necesarias inversiones en la educación o salud. El punto viene a colación porque la semana pasada se aprobó el presupuesto billonario del gobierno federal para ejercerse en 2015. El Presupuesto de Egresos será de 4 billones 694 mil 677 millones de pesos. A simple vista la cifra parece ilegible. Tantos números, tantos miles de millones. Según la Secretaría de Hacienda, encargada de extraer rentas a los mexicanos, "se trata de un presupuesto austero, eficiente y responsable, que refleja el compromiso y trabajo conjunto de las y los diputados federales… para impulsar el crecimiento y el desarrollo económico y social del país". Pero dejemos la solemnidad gubernamental, porque si algo demuestran los hechos, es un gobierno incapaz de brindar un auténtico estado derecho, ya no digamos la seguridad, que es la esencia misma del Estado.
Regresemos al presupuesto billonario. ¿Por qué si es tanto dinero, no alcanza? ¿Por qué si cada año se ejerce un mayor presupuesto, hay grandes rezagos en infraestructura? Lo que en principio parece mucho dinero, termina diluyéndose en un gobierno obeso que se va en burocracia y más burocracia. Súmele mala administración, y un excesivo gasto corriente. Para seguir con la analogía de la obesidad, tenemos un gobierno nacional con abundante colesterol y problemas de salud. De entrada el 77 por ciento del presupuesto, se destina al gasto corriente. Es decir, para pagar la operación del gobierno y sus empleados. Sólo el 23 por ciento será gasto de inversión. Esto significa que la gran mayoría del dinero no regresará a los ciudadanos en servicios, obras o atenciones del inmenso aparato gubernamental. Nada más una pequeña parte llegará a los ciudadanos. Por cada peso que capta el gobierno federal, más de 70 centavos nada más para que el gobierno exista, sin importar los criterios de eficiencia o beneficios que generen valor público.
Pero cambiemos de analogía, cuando un gobierno destina la mayoría de sus recursos al gasto corriente, significa tanto como gastar en la borrachera la mayoría del salario, para sólo regresar a casa con un raquítico 20 por ciento. En esa relación de ingresos y egresos del gobierno federal, no hay dinero que alcance para invertir a fondo en áreas estratégicas como la educación o la salud. Mucho menos en seguridad. En pocas palabras tenemos una riqueza nacional mal administrada y mal distribuida: mucho gasto y poca inversión. ¿Para qué sirve un gobierno así?
Recientemente visité la biblioteca de una universidad pública en el norte del país. Lo que más me impactó de esa biblioteca fue la falta de inversión y mantenimiento. Lejos de llevar lo mejor a los estudiantes, la inversión queda relegada o sencillamente no llega. Entonces ¿adónde va todo el dinero? A pagar campañas publicitarias. A pagar obras millonarias que benefician a una minoría. A pagar las deudas irresponsables de los gobernadores. A pagar instituciones disfuncionales o en el peor de los casos, a pagar policías corruptas que se vuelven contra la población. Ya no digamos los líderes sindicales y las dinastías en el poder. O las mansiones de los políticos en turno... Cuando conocemos cómo se distribuye el dinero público, entendemos por qué tenemos mucho gobierno y poco Estado. Así ni cómo.
ALAMEDA
La Alameda de Torreón es uno de los espacios históricos más emblemáticos de la ciudad. Mucho antes de que hicieran la llamada Fuente del Pensador, en los años veinte del siglo pasado, la Alameda tenía un aspecto diferente. Todavía sobreviven en las cuatro esquinas, ocho columnas de cantera, construidas en 1914. Las columnas son representativas de una época en Torreón, donde se vivió una de las batallas más cruentas de la Revolución en 1914.
En días pasados a alguien en la administración municipal que encabeza Miguel Ángel Riquelme, se le "ocurrió" la gran idea de volver a pintar la cantera. ¿Habrá en el gobierno municipal algún funcionario responsable de cuidar el patrimonio histórico? ¿Habrá alguien que sí leyó más de tres libros? Para evitar futuras negligencias, recomiendo leer el Manual de Conservación de Monumentos Históricos del INAH. Señores, ¡la cantera no se pinta!
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