Es en las crisis donde conocemos a los hombres. Más pronto que tarde, la presidencia mostró su verdadero talante. Disminuida ante el conflicto, supuso que las cosas cambian porque la imagen cambia. Así lanzó una gran campaña mediática y de relaciones públicas, pero la dura realidad se encargó de evaporar el artificio: Enrique Peña Nieto como gran "rescatador" del país, y el secretario de hacienda, Luis Videgaray, como el "mejor" ministro del mundo. ¿Dónde quedaron esos atributos ahora?
Los sucesos de las últimas semanas, aunado al escándalo de la "casa blanca", no sólo han minado la legitimidad de la presidencia, también han demostrado una cabeza incapaz de gobernar un país profundamente lastimado por la corrupción. ¿Qué podemos esperar del gobierno de Peña Nieto para el resto del sexenio? Las respuestas de las últimos días, nos dan señales preocupantes de lo que pueden ser los próximos años.
La esposa por delante. A falta de una explicación rápida y contundente del mismo presidente sobre la casa millonaria, mejor envío a los lobos a su esposa, Angélica Rivera. Mala señal que fuera él y no ella: "Ve tu, para que me salve yo". Al final, la primera dama reprochó en tono agresivo el cuestionamiento, como si no fuera un persona pública que ejerce recursos públicos. Como si su marido no fuera el presidente. Sin embargo, el tema de fondo no se aclaró. Me refiero al conflicto de interés de un proveedor del gobierno que ganó contratos por miles de millones de pesos, y de paso, construyó una "modesta" casa a la pareja presidencial. No obstante, la esposa dijo que era suya. Lo absurdo del caso, es que la mayoría de los mexicanos, salvo Televisa, no sabíamos que Rivera fuera una actriz más exitosa que las mas grandes de Estados Unidos. ¡Ahí sí nos sorprendieron!
Como en los viejos tiempos, César Camacho, líder nacional del PRI, con su Patek Philippe en mano, no le quedó más que decir: "En los tiempos actuales, en los que la armonía social y la convivencia fraterna parecen verse amenazadas, debemos cerrar filas en torno al Jefe del Estado mexicano". Dicho de otra manera, lo que importa es la unidad, no la desconfianza, ni mucho menos la duda sobre la riqueza del presidente, su jefe.
¿Y la oposición? Convenientemente dormida. Ni el PAN ni el PRD han sido capaces de articular una oposición, porque sencillamente, están sometidos por la presidencia. Ya sea por los casos de los "moches", las alegres fiestas de los diputados o en franco apoyo a gobernantes impresentables estilo Abarca. Pero también esos partidos que ha renunciado a la oposición, comparten el poder no para beneficio de los ciudadanos, sino de una minoría en los partidos. El problema es que sin oposición, la democracia pierde sentido, pues se convierte en un rentable sistema de complicidades y contubernio. Nada más.
Por lo pronto, la respuesta del Peña Nieto, me recordó al expresidente Gustavo Díaz Ordaz, quien justificó en su momento, la mano dura de su gobierno. Según él, para evitar "la conjura contra México". Ante la "disolución social" y los "agitadores profesionales", Díaz Ordaz "salvó al país", mas nunca entendió el gran momento democratizador que había ganado las calles. En respuesta, su gobierno aplastó, reprimió y terminó sangrientamente las protestas de los estudiantes, como antes lo había hecho con los médicos huelguistas.
En esa escuela de conspiraciones, Peña Nieto afirmó recientemente sobre las protestas: "pareciera que respondieran a un interés general de generar desestabilización, de generar desorden social y, sobre todo, de atentar contra el proyecto de nación que hemos venido impulsando". Para el mandatario mexicano lo significativo no es el reclamo de justicia, ni la exigencia de cambiar las cosas a fondo, sino "un afán orquestado por desestabilizar".
Independientemente de los "desestabilizadores", eso no quita la sombra de corrupción que ya persigue a la presidencia. Tampoco, y esto es lo más grave, se construye un genuino estado de derecho. A estas alturas, el proyecto de nación puede irse despidiendo de las reformas, para dar pie, a algo más básico y elemental: un sistema de justicia que funcione.
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