Columnas la Laguna

MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, aquella vez que subimos la montaña para ver si era cierto que en su altura había brotado un manantial? Llegamos a la cumbre y lo encontramos: su agua clara salía como un milagro entre las peñas, mojaba los pies de los asombrados pinos y acariciaba a la hierba y a las flores.

Tú y yo bebimos de ella, y descansamos. El sol estaba en lo alto. Me dormí: la fatiga del largo ascenso me venció. Sentí de pronto que me tirabas de la manga. Caía ya la tarde y me moviste para despertarme. Debíamos bajar.

A media sierra nos llegó la noche. Sentí miedo: en aquella oscuridad la bajada era riesgosa, y el frío de la noche en la montaña te puede congelar. Tú no te detuviste; continuaste el descenso. De trecho en trecho hacías una pausa para que yo no me quedara atrás y me perdiera. Tu instinto -más sabio que todos mis saberes- nos llevó de regreso hasta la casa.

Cuando llegamos pasaba ya la medianoche. Mi esposa me esperaba, preocupada. Cuando llegamos exclamó:

-¡Gracias a Dios!

-Y al Terry -dije yo.

Tú me miraste, y creí ver que sonreías.

¡Hasta mañana!...

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