Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Nadie en su sano juicio debería leer el cuento que abre hoy el telón de esta columnejilla. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y le sobrevino un acceso de singultos, vale decir sollozos acompañados de hipos. Eso preocupó grandemente a su marido, motivo por el cual se fue a su club, pues cualquier preocupación lo mortifica mucho. No se recomienda, entonces, la lectura de esa narración. Quien la lea lo hará bajo su riesgo... Don Senescio y su esposa Pacianita cumplieron 50 años de casados. Esa es hazaña grande, sobre todo en estos tiempos. Antes los jóvenes se conocían, se trataban, se casaban y tenían un hijo. Ahora tienen un hijo, se casan, se tratan, y luego se conocen. Quizá por eso aquel señor le contó a su hijo: "Durante 25 años tu madre y yo fuimos absolutamente felices. Pero luego nos conocimos y...". Advierto, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Cuando llegaron a sus bodas de oro don Senescio le dijo a Pacianita: "¿Recuerdas, mi amor, que el día que nos casamos salimos de luna de miel en aquel cochecito de segunda mano que tenía yo?". "Claro que lo recuerdo" -contestó ella. "¿Y recuerdas, viejita -prosiguió el añoso marido-, que a poco de haber salido me acometió la urgente gana de hacer una necesidad menor, y la desahogué junto a un arbolito? Tú, inocente y pudorosa, volviste la mirada hacia otro lado para no ver aquello". Replicó doña Pacianita: "Todo eso lo recuerdo bien". Don Senescio sugirió, romántico: "¿Qué te parece si repetimos eso mismo para celebrar nuestro feliz aniversario?". Ella aceptó, gozosa, la proposición. Salieron, en efecto a la carretera, y poco después vieron el arbolito aquel, que ahora era un árbol grande y frondoso. Detuvo el automóvil don Senescio y fue a hacer lo mismo que había hecho hacía 50 años. Lo estaba haciendo cuando escuchó un grito lastimero. Era doña Pacianita, que se había echado a llorar desconsoladamente. La impresión de don Senescio al oír el súbito llanto de su esposa fue tan grande que se le cortó el chorro, si me es permitido sacrificar la corrección en aras de la descripción. Lleno de alarma le preguntó: "¿Por qué lloras, viejita?". Respondió ella entre sus lágrimas: "Es que hace 50 años te measte el sombrero, y ahora te estás meando los zapatos"... El proceso electoral que culminará en la jornada del 7 de junio está en riesgo en Guerrero y Oaxaca. Los llamados maestros de la CNTE amenazan con boicotear las elecciones. Se dicen revolucionarios, pero son en verdad los mayores reaccionarios que tiene este país, pues se oponen a su avance democrático y reviven antiguos procedimientos fascistas para conculcar los derechos de sus conciudadanos. Los gobernantes, tanto locales como federales, no deben olvidar que al asumir su cargo protestaron cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen. El derecho a votar y ser votado es uno de los principales derechos de los mexicanos. Nadie puede privarlos de ejercitar ese derecho. Quien lo haga o intente hacerlo debe ser castigado conforme a la ley. Aquí no cabe ni la culpable omisión ni -menos aún- la impunidad. Permitir que se atente contra el proceso electoral es abrir la puerta a abusos mayores que podrían poner en riesgo la estabilidad de la Nación. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... Doña Holofernes decía, pesarosa: "¡Pobre hija mía! ¡Los tres maridos que ha tenido le salieron cornudos!"... En el restorán el hombre empezó a escanciarle el vino a la mujer. Le preguntó: "Dime cuánto". Contestó ella: "Mil pesos, y tú pagas el cuarto"... Doña Panoplia reprendió al pedigüeño: "Si le doy dinero se lo gastará en la primera cantina que encuentre". Respondió el astroso individuo: "Le prometo que no, señora. Esperaré a llegar a la segunda, que es mucho mejor"... Al terminar el trance erótico Dulcilí le dijo a su galán: "¡No supe lo que hice!". Contestó él: "No sé si lo sabrías o no, pero lo hiciste muy bien"... El marido sorprendió a su cónyuge en ocasión adulterina. Le gritó con iracundia: "¡Traidora! ¡Fementida! ¡Desleal! ¡Perjura! ¡Aleve! ¡Infiel!". Replicó la mujer: "Caray, Cucoldo, no sabía que la fidelidad tuviera tanta importancia para ti. En adelante procuraré serte fiel con más frecuencia"... FIN.

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