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Porfirio Díaz, en el centenario de su muerte

SIGLOS DE HISTORIA

Carmelita y Porfirio, en dos fotos de estudio tomadas en los días de la cúspide del Porfiriato, inseparable pareja hasta la muerte de él ocurrida en París.

Carmelita y Porfirio, en dos fotos de estudio tomadas en los días de la cúspide del Porfiriato, inseparable pareja hasta la muerte de él ocurrida en París.

DOMINGO DERAS TORRES, INVESTIGADOR HISTÓRICO

Diversos historiadores y escritores han enjuiciado a la dictadura de Porfirio Díaz. Octavio Paz, escribió que "el 'soldado del 2 de abril´ se convirtió en el 'héroe de la paz'. Suprimió la anarquía, pero sacrificó la libertad'. José Vasconcelos, asentó: "entró por la fuerza y tuvo que sostenerse por la fuerza. Duró más que Santa Anna, porque a diferencia de su Alteza, Porfirio Díaz no se enriquecía, no se tomaba para sí los fondos públicos".

Y en 1994, anotó sentencioso y especulativo, Enrique Krauze: "Sus restos permanecen todavía sepultados en una sencilla tumba del panteón de Montparnasse en París, proscritos de la patria cruel que contribuyó a salvar, edificar y consolidar. Su exilio póstumo ha sido largo: quizá será eterno".

LA RENUNCIA Y LA SALIDA

José de la Cruz Porfirio Díaz Mori (1830-1915), había concedido una interesante entrevista al periodista norteamericano James Creelman, en los días de marzo de 1908; Creelman, trabajaba para la revista neoyorquina Pearson's Magazine. El encuentro con el septuagenario presidente de México que llevaba más de tres décadas en el poder, se desarrolló en uno de los elegantes salones del histórico Castillo de Chapultepec, el texto periodístico que apareció en los Estados Unidos se leyó con interés, fue reproducido por algunos diarios de la prensa mexicana y causó efervescencia política.

Díaz, declaró a Creelman que no pensaba continuar en el poder y planteó su aspiración a un retiro digno como exmandatario, sus frases dejaron entrever la aparición de un nuevo gobernante que lo sucediera y que representara la voluntad democrática del pueblo mexicano, posibilidad que él mismo canceló. La oligarquía que gobernaba México, entre la que destacaba el grupo de Los Científicos, influyeron sobre él para que se volviera a postular como candidato a la presidencia por séptima ocasión. (México Tierra de Volcanes. Autor: Joseph L. Schlarman. Editorial Jus. México, 1950).

Francisco I. Madero se presentó como el candidato opositor, y después de un proceso electoral amañando en el que Díaz resultó ganador, el aspirante derrotado convocó a una rebelión armada mediante el Plan de San Luis. Fuertemente presionado por el violento y sangriento estallido revolucionario del 20 de noviembre de 1910, el anciano estadista tomó la decisión de abandonar el poder el 22 de mayo de 1911, después de afrontar estresantes días de inquisitivas cavilaciones y haber sostenido pláticas con sus asesores y familiares.

Para colmo de desgracias, lo afligía un fuerte dolor de muela que soportó recluido en las habitaciones de su casa de la calle de Cadena, todo México estuvo colgado de un hilo hasta que se dio a conocer su renuncia que provocó el júbilo popular; su domicilio, estaba acordonado por un fuerte cordón de seguridad integrado por soldados.

Emotivo es uno de los renglones del histórico documento donde comunicaba su retiro de la presidencia, manifestó su preocupación de que el pueblo mexicano una vez concluido el conflicto, se formara sobre él "un juicio correcto que me permita morir". El Príncipe de la Paz y el Progreso experimentaba, como todos los dictadores al momento de la caída, su temor ante el fallo de la historia más aún cuando se abandona el poder entre baños de sangre, desgarrador sentimiento que tuvo durante los más de cuatro años de su destierro y que se llevó al sepulcro. (Historia Gráfica de la Revolución Mexicana. Autor: Gustavo Casasola. Editorial Trillas. México. 1973).

Díaz Mori, salió de la presidencia de México al inicio de la segunda década del siglo XX, a lo largo de esta centuria el mapa político de América Latina fue el paraíso de las dictaduras. La época que conocemos como El Porfiriato principiaría en 1876, la permanencia del general Díaz en el poder se interrumpió en el cuatrienio del general Manuel González (1880-1884), quien fuera su compadre y títere durante su régimen. En el mandato de González, Porfirio manipuló y obtuvo la reforma del texto constitucional para permitir la reelección presidencial, maniobra que le reportó retomar las riendas del país. Su autoridad fue omnímoda, ningún asunto público de relevancia se resolvía sin su aprobación, fue el supremo árbitro de la vida nacional y a su opresora espada el populacho la bautizó como La Matona.

La dictadura porfiriana tuvo una duración semejante a la de Alfredo Stroessner, en Paraguay, quien ocupó la presidencia de ese país durante treinta y cinco años (1954-1989). Y a la del tirano Rafael Trujillo, en la República Dominicana, que murió asesinado en el poder que detentó por décadas. La atmósfera del culto al presidencialismo totalitario de que se rodearon Porfirio Díaz y Rafael Trujillo, fue semejante durante sus autocracias, contribuyó para que el primero en un desplante de megalomanía a la capital dominicana (Santo Domingo), la rebautizara con el nombre que llevaría su apellido paterno: Ciudad Trujillo.

En el caso de México, a la fronteriza población de Piedras Negras la corte aduladora y servil del Porfiriato, le sustituyó su antigua denominación por la de Ciudad Porfirio Díaz que ostentó de 1888 a 1911. Cuando estos dictadores fueron derrocados, ambas ciudades recuperaron sus nombres originales, Venustiano Carranza -enemigo de Díaz- ordenó el trámite legislativo desde su cargo de gobernador de Coahuila.

Como lo anotó el tataranieto del Héroe del 2 de Abril, Carlos Tello Díaz, en su magnífico libro El Exilio, Un Retrato de Familia, Porfirio y Carmelita convencieron a sus sirvientas Juana Serrano y Nicanora Cedillo para que los acompañaran a vivir con ellos en el exilio. Poseedoras de una fidelidad canina, cumplían con las faenas domésticas como lo hicieron en la casa de Cadena en la ciudad de México y presenciarían el deceso del anciano caudillo en París, junto con su familia, el 2 de julio de 1915.

Amparado por el silencio y las tinieblas de la noche del 25 de mayo de 1911, el ya expresidente acompañado de su inseparable esposa Carmen Romero Rubio y Castellot -"Carmelita", como era llamada popularmente-, abordó un coche Mercedes negro en las afueras de su desaparecida casa de la calle de Cadena (hoy Venustiano Carranza); iban con él varios baúles que contenían su documentación pública y privada. Días antes, la que fuera la pareja presidencial que durara más tiempo en el poder, había ordenado a su servidumbre para que los auxiliaran a empacar sus pertenencias, fueron horas de nerviosismo que preludiaron el destierro.

Sigilosa y fuertemente custodiada para evitar algún violento incidente durante el trayecto, la comitiva del exdictador arribó a la desaparecida estación de San Lázaro, localizada en los terrenos que ocupa el actual edificio de la Cámara de Diputados; el reloj marcaba las cuatro y media de la mañana, cuando el convoy ferroviario salió rumbo a Veracruz. Victoriano Huerta, quien mediante la traición a Madero lo sucedería casi dos años después en la presidencia, iba al frente de la escolta que lo protegió hasta su destino en el puerto jarocho.

EL ADIÓS

Weethman Pearson, el amigo inglés de Porfirio Díaz a quien éste le concediera durante su gobierno muchísimos privilegios para que invirtiera en México y lograra cuantiosas ganancias con su compañía petrolera El Águila, consolidándolo como uno de los hombres más ricos de Inglaterra, le prestó para su seguridad su chalet en Veracruz; se temía un atentado. Pero la estancia fue grata, Díaz recibió muestras de afecto sobre todo de la alta clase social y no faltaron la música, los comités de despedida, los ramilletes florales, los discursos laudatorios, los honores militares y las salvas de cañonazos a la hora del adiós. (6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976. Autor: Gustavo Casasola. Editorial Gustavo Casasola, S.A. México. 1976).

Finalmente, en la soleada mañana del 31 de mayo de 1911, fue accionado y resonó por los aires veracruzanos el silbato del Ypiranga que anunciaba su partida rumbo a Europa, era un buque comercial de bandera alemana que cubría la ruta Hamburgo-Río de Janeiro y Hamburgo-México. Este barco estaría ligado a la historia mexicana no solamente porque llevó al exdictador a su exilio. En 1914, transportó de Alemania a nuestro país, armamento y municiones que el gobierno del Victoriano Huerta empleó para combatir a las tropas revolucionarias.

El diario capitalino, El Imparcial, anunció como nota principal en su edición del primero de junio, el suceso: "Con honores de presidente de la república fue despedido el señor general don Porfirio Díaz". Hasta el que fuera su hijo fuera de matrimonio y a quien siempre protegió, Federico Ramos, fue a despedirlo acompañado de su padre adoptivo Antonio Ramos; el vástago y su progenitor, jamás se volverían a ver.

El Ypiranga zarpó de Veracruz y su timón lo llevó a deslizarse apaciblemente hacia el interior del Golfo de México, para luego navegar sobre la grandiosidad marítima del Atlántico, predominó durante la travesía un clima sereno que ofreció tranquilidad a sus tripulantes y pasajeros. Son diversos los relatos que narran que Porfirio Díaz se quedó contemplando desde el buque el horizonte, hasta que con tristeza vio desaparecer el último punto de las costas mexicanas, su tierra natal a la que nunca pudo regresar como siempre lo deseó.

Fueron varias las ofertas que recibió de sus amistades el general Porfirio Díaz, horas antes de salir de México, para vivir su exilio en Europa. Destacan la del empresario y terrateniente español Iñigo Noriega Lasso, quien le quiso obsequiar una finca en las afueras de su natal Colombres, en el Principado de Asturias. Y la de Weetman Pearson, el magnate inglés que después ostentó el título nobiliario de Vizconde de Cowdray y que le puso a su disposición su lujoso castillo de Paddockhurst en la región de Sussex, en Inglaterra.

Díaz, amablemente rechazó tales ofrecimientos y eligió para vivir su destierro la ciudad de París, a donde llegó después de desembarcar del Ypiranga en el puerto de El Havre. México se afrancesó en casi todos los ámbitos de su vida durante su gobierno, quizá por eso prefirió la hermosa capital de Francia, allí evocaría en múltiples ocasiones emotivas imágenes del pasado en su patria. Al caminar por la aristocrática avenida de los Campos Elíseos en la que primeramente residió, y a la que le vio gran parecido con el Paseo de la Reforma, recordaría cuando en su días de primer mandatario transitaba por esta arteria del centro histórico de la capital mexicana rumbo al legendario Castillo de Chapultepec.

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