de cambio político, los mexicanos nos equivocamos de punta a cabo.
Hay que reiniciar la transición o resignanos a la mediocridad"— Lorenzo Meyer
Arribamos a Donde no Queríamos. Si la calidad de nuestra vida política es el resultado de la "transición a la democracia", entonces es claro que arribamos al lugar equivocado. Lo que actualmente tiene lugar en la política mexicana no corresponde ni siquiera a una definición minimalista de democracia. Por las estadísticas económicas y sociales o las simples encuestas de opinión, es evidente que debemos intentar otra transición. No se trata de buscar utopías, simplemente de construir algo menos brutal, ineficiente, humillante, violento y corrupto que lo que tenemos.
Desilusión Integral. La inconformidad mexicana con la calidad de la política y del gobierno no es privativa de ningún grupo y trasciende fronteras. Según encuestas del periódico Reforma, (31 de julio y 4 de agosto), la desaprobación del desempeño del presidente Enrique Peña Nieto (EPN) ya llega al 64 % y el 72 % tienen poca o ninguna confianza en su gobierno.
Inicialmente las llamadas "reformas estructurales" entusiasmaron a observadores externos. Hace año y medio Time asumió que EPN estaba "salvando a México", (24, febrero, 2014), pero once meses después The Economist, (24 de enero, 2015) concluyó que en realidad EPN simplemente ya "no entendía que no entendía". Y hoy, tras, entre otras cosas, la escandalosa fuga del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, le toca a The New York Times manifestar su desilusión. Ese diario publicó el 30 de julio un largo artículo que subraya lo inapropiado de las ligas de EPN con el contratista Juan Armando Hinojosa Cantú quien, gracias a esa relación, saltó de modesto proveedor de papelería para un gobierno estatal a gran empresario exitoso, con más de 80 contratos de obra pública por valor de al menos 2,800 millones de dólares. Tan asombrosa carrera, sostiene el artículo firmado por Paulina Villegas y Frances Robles, sólo se explica por el peculiar tipo de relación de Hinojosa con quien hoy preside la República.
"Dinamarca" En su libro, The Origins of Political Order, (2011), el politólogo norteamericano Francis Fukuyama ofrece una gran visión histórica del proceso político mundial desde, literalmente, el principio de los tiempos hasta la Revolución Francesa. Busca mostrar cómo, tras procesos milenarios, algunas sociedades llegaron a "Dinamarca". Y aquí "Dinamarca" no es realmente el país sino una sociedad próspera, democrática, segura, bien gobernada y con bajos niveles de corrupción, (p. 14), es decir, todo lo contrario de lo que hoy es México.
De la comparación entre la consolidación y la decadencia de sistemas políticos tomados de varios continentes y épocas hasta llegar al umbral de la modernidad, Fukuyama concluye que los tres elementos centrales para arribar a esa "Dinamarca" son tres: un Estado funcional, un sistema legal donde la ley sea efectivamente observada y un gobierno donde los mandantes puedan llamar a cuentas a sus mandatarios. Por Estado funcional, entiende uno con una estructura institucional adaptable, compleja, autónoma y coherente, (pp. 14-19, 450-451). El imperio de la legalidad es, en esencia, la subordinación efectiva de la clase política y la sociedad a la letra y al espíritu de la ley. Finalmente, el gobierno responsable o accountable government, se refiere a una situación donde los gobernantes son realmente responsables ante los gobernados, y eso se logra por varias vías pero, sobre todo, por procedimientos preestablecidos que permitan revocar mandatos, sea por elecciones efectivas o enjuiciamiento.
El Caso de México. El primer Estado en el pleno sentido del término apareció, según el autor, en China alrededor del 200 a.C. Dos milenios y pico más tarde México intenta, pero aún no puede dar forma a un Estado moderno. Flexible al punto de adaptarse de forma ordenada a las modificaciones de un entorno que siempre estará cambiando -los sistemas impositivo o educativo de México son dos de los muchos casos de inadaptabilidad. Si bien, en principio ya tenemos instituciones estatales complejas -con tareas especializadas- en materia de coherencia dejan mucho que desear -¿Quién es realmente la institución responsable de combatir con eficacia la corrupción omnipresente?, ninguna. Y por lo que se refiere a la autonomía de las instituciones frente a los poderes fácticos legales o ilegales, ahí la falla es cotidiana y en grande.
¿Y el indispensable imperio de la ley? En este campo México es zona de desastre y, de nuevo, las cifras lo muestran: en relación al delito la impunidad es del 99.7 %, (María Amparo Casar, México: anatomía de la corrupción, [2015], p. 56). La corrupción gubernamental a todos los niveles es producto de una impunidad casi total; por eso en 2014 Transparencia Internacional le dio a la Dinamarca real 92 puntos sobre cien y donde cien significa ausencia total de corrupción, pero México apenas alcanzó 35. ¿Y el llamado a cuentas a los gobernantes? pues aún estamos esperando la pesca de los "peces gordos" prometida en el 2000 por Vicente Fox.
Fukuyama es un politólogo al que nadie puede calificar de radical y, por tanto, usa indicadores bastante conservadores para juzgar la naturaleza y calidad de un Estado. Sin embargo, México falla en casi todos. Visto desde la margen izquierda del río político, nuestro estado de cosas es inaceptable, pero bien visto desde la margen derecha, también. Nos urge una segunda transición. ¿Podremos hacerla?
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