Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Me encantan tus rodillas -le dijo Libidiano a Dulcilí en el asiento de atrás del automóvil-. Póntelas en las orejitas para poder vértelas mejor". La mamá de Pepito lo amonestó: "Si no estudias nunca llegarás a ser un hombre de provecho". Replicó el niño: "Yo no quiero ser un hombre de provecho. Yo quiero ser como mi papá". La linda criadita de la casa le informó a su patrona: "El señor está furioso. Alguien le contó que anoche recibió usted a un hombre aquí en la casa". "¡Por favor, Famulina! -le suplicó , angustiada, la mujer-. ¡Dile que ese hombre vino a verte a ti!". "¡Uh no! -opuso la muchacha-. ¡El señor se pondría más furioso todavía!". Trug Gaukelhaft, el famoso decano de la Universidad de Weiler, cuyo más reciente libro, "Schwelgerei und Geselligkeit", se ha vuelto texto obligatorio en los círculos intelectuales europeos, es autor de una tesis que encuentro interesante. Afirma el célebre sociólogo que ciertos fenómenos modernos que estamos observando, como el aumento en la cifra de divorcios, las uniones libres, el matrimonio gay y la legalización o despenalización del aborto, "no son cosa de cultura, sino de natura". Sostiene Gaukelhaft que tales hechos, al parecer debidos a los hombres, son en verdad creación de la naturaleza. Opina ese escritor que la Tierra es un organismo vivo que reacciona como cualquier individuo ante los peligros que lo amenazan, y se defiende de ellos. La sobrepoblación, señala, es uno de los mayores riesgos que hoy por hoy afronta nuestro planeta. Ahora bien: se ha comprobado que la monogamia es más fecunda -paradójicamente- que la poligamia. En un sistema poligámico la mujer evita tener hijos, pues ninguno de los hombres con quienes ha tenido unión carnal quiere hacerse responsable del producto de esa relación. En el matrimonio, en cambio, donde hay una sola mujer y un solo hombre, la responsabilidad del varón es evidente, y por lo tanto la mujer no rehúye la maternidad. Los fenómenos modernos arriba mencionados tienen como consecuencia la disminución de la población. La naturaleza, entonces, los inspira a los humanos, y se defiende así de un mal que pone en riesgo al mundo. A la larga, vaticina el alemán, el matrimonio entre hombre y mujer desparecerá. La sociología no es mi especialidad (de hecho nada es mi especialidad), pero encuentro muy sugestiva la tesis del distinguido profesor. Si la pongo aquí es porque pienso que esos fenómenos-el aborto, el divorcio, las uniones libres, el matrimonio gay- se irán extendiendo cada vez más. No son caprichos de los hombres (o de las mujeres). Son cosas, como dice Gaukelhaft, pertenecientes al instinto de conservación del planeta en que vivimos. Cualquier campaña que se haga tendiente a suprimir esas figuras de nuestro tiempo forzosamente habrá de fracasar. No te entendí nada, insensato columnista, y nada le entendí a tu distinguido profesor, aunque sea muy sabio y muy famoso. Me quedé en Babia, como antes se decía. Deja de lado esas monsergas con pretensión de intelectuales y narra un chascarrillo final que nos aligere el ánimo después de haber leído aquellos farragosos desvaríos. Don Ultimiano, senescente caballero, casó con Pomponona, mujer en flor de edad. La noche de las bodas ella se mostró ávida de disfrutar los placeres de himeneo. Se le subió encima al asustado novio, y luego puso en práctica con él un rico repertorio de posturas y técnicas eróticas. "¡Por favor, mi vida! -le pidió con feble voz don Ultimiano-. ¡Recuerda que tengo débil el corazón!". Replicó ella sin bajar el ritmo de sus contorsiones: "Con tu corazón no voy a hacer nada". FIN.

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