Foto: Archivo Siglo Nuevo
La llegada al poder de las Juntas Militares tras el golpe de Estado de 1976, criminalizó el activismo político en las escuelas. En la Argentina de Videla, los jóvenes de izquierda eran enemigos del régimen, así que la instrucción fue clara: eliminar el semillero subversivo. La violenta orden se cumplió en contra de idealistas estudiantes de La Plata. Esta historia es conocida como la Noche de los Lápices.
Hace 10 años, Pablo Díaz regresó por primera vez al Pozo de Banfield, el centro clandestino de reclusión donde fue aislado y torturado entre septiembre y diciembre de 1976, debido a su activismo político como miembro de la Juventud Guevarista y de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), una organización peronista de corte revolucionario. Convertido en uno de los principales relatores del horror vivido por cientos de estudiantes durante la última dictadura cívico-militar argentina, aceptó ofrecer su testimonio como sobreviviente en el escenario mismo del calvario. Ante las cámaras televisivas de la emisión Telenoche, que preparó un reportaje especial para conmemorar en 2006 el aniversario 30 de la tragedia, Pablo volvió a pisar el suelo roto que le laceraba la espalda en aquellas interminables noches platenses, a empujar las puertas de la celda y rasguñar la pintura desgastada en esos muros donde creyó que su existencia se marchitaría. Sin embargo, tuvo suerte: a través de un salvoconducto quedó a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y continuó preso, sin proceso judicial, hasta el 19 de noviembre de 1980, cuando fue finalmente liberado. En aquel terrorismo de Estado, bajo una dictadura que normalizó la muerte y la desaparición, el estatus de 'detenido legal' equivalía a la esperanza de salvar la vida.
Pablo Díaz es, junto a Emilce Moler, Patricia Miranda y Gustavo Calotti, uno de los sobrevivientes de la Noche de los Lápices, como se le conoció a la operación militar de secuestro y desaparición de estudiantes 'potencialmente subversivos' en la ciudad argentina de La Plata la madrugada del 16 de Septiembre de 1976. Y aunque si bien el arresto de Calotti ocurrió el día 8 y el de Díaz el 21, se les considera dentro del mismo operativo debido a su identificación y amistad con los otros alumnos, además de que coincidieron en los pozos de detención y tortura. El resto de las víctimas, cuyo paradero jamás se conoció, fueron María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Horacio Ungaro, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Claudio de Acha, todos de entre 16 y 18 años. El día que los dejó de ver, cuando fue sacado del Pozo de Banfield, el 28 de diciembre de 1976, para ser llevado a prisión oficial, Pablo Díaz les prometió no olvidarlos. Y lo ha cumplido. Él mismo sacó a relucir este oscuro episodio de la historia argentina al declarar en el Juicio a las Juntas, un proceso impulsado en 1985 por el presidente Raúl Ricardo Alfonsín en contra de las juntas militares que gobernaron al país entre 1976 y 1983, debido al genocidio y las masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas durante ese período. Fue tal la indignación que como hecho concreto generó la Noche de los Lápices, que la historia fue llevada al cine el 4 de septiembre de 1986, precisamente bajo el título La Noche de los Lápices. El propio Pablo Díaz colaboró con el cineasta Héctor Olivera en la elaboración del guion, tomando como base el libro escrito por los periodistas María Seoane y Héctor Ruiz Núñez. La película queda como testimonio y documento de un flagelo que, a 40 años de distancia, sigue punzando en la memoria.
¿QUÉ OCURRIÓ AQUELLA NOCHE?
Corre septiembre de 1975 y la efervescencia política hincha las venas de la clase estudiantil. Entre los delegados de la Unión de Estudiantes Secundarios, destaca una chica de 15 años, alumna en la escuela de Bellas Artes e hija de un antiguo intendente peronista de la ciudad: María Claudia Falcone. La elocuencia de su discurso y el compromiso que mostraba al enarbolar diversas causas sociales la convierten en la lideresa natural de su comitiva. Además de impulsar la regularización escolar en villas y barrios marginados de La Plata, María Claudia se convirtió en un rostro visible de las protestas que buscaban la implementación del Boleto Estudiantil Secundario, un ticket con el que los alumnos de distintos niveles pudieran acceder a descuentos en las tarifas del transporte público. El gobierno terminó cediendo a tal petición y ese beneficio escolar persiste al día de hoy.
Entre los estudios y su intenso activismo político, María Claudia pasaba los días como cualquier otra chica de su edad: asistía a fiestas y era fanática de Sui Generis, la banda de Charly García y Nito Mestre. Su grupo de amigos lo integraban, además de su hermano Jorge, el resto de estudiantes que habrían de ser victimizados junto a ella durante la Noche de los Lápices. No obstante, el vínculo más profundo lo tenía con el propio Pablo Díaz (quien no dudaba en expresarle un amor al cuál ella se mostraba evasiva) y con María Clara Ciocchini, la alumna que dejó Bahía Blanca por la fuerte represión militar que ya se vivía y quien era además su superiora en la estructura jerárquica del grupo disidente al que pertenecían.
Con marzo de 1976 llegó el golpe de Estado y Jorge Rafael Videla, presidente de facto por la Junta Militar que tomó el poder, inició el denominado Proceso de Reorganización Nacional. Bajo este orden, el activismo político en cualquier plantel educativo quedaba estrictamente prohibido. Los profesores fueron instruidos en la detección de conductas subversivas incluso en la educación preescolar y quienes no se alinearan comenzaron a desaparecer. Pese a la angustia y preocupación de sus familias, María Claudia y los demás estudiantes continuaron sus reuniones y asambleas. Ellos sabían muy bien que estaban siendo vigilados. El 16 de septiembre de 1976, el vaho de la tragedia rasguñó la oscuridad de la noche.
Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Francisco López Muntaner y Daniel Racero fueron sacados violentamente de sus casas por comandos armados. María Claudia Falcone se había alojado, por seguridad, en casa de una tía y María Clara Ciocchini dormía con ella. Los 'milicos' las habían ubicado y fácilmente las hicieron presas. Pablo Díaz fue el último en caer; se había escondido en la hielera de una tienda y logró evadirse algunos días. No obstante, la primera noche que volvió a su casa, el 21 de septiembre, fue ubicado y aprehendido con violencia. Los pozos de Arana, de Quilmes, de Banfield y diversas comisarías, sirvieron como centros de violación y muerte, del horror de madrugadas infinitas. Las familias, afuera, tenían su propia tortura: nadie, ni las juntas, ni la iglesia, ni la municipalidad, les ofrecieron jamás respuestas.
CRÍTICAS
Quizá la crítica más recurrente hacia la película, es que contribuye a idealizar la figura del estudiante de izquierda en un contexto en el que la militancia política no era del todo romántica ni ingenua. Diversas voces han enfatizado que si bien la crueldad de la represión no se justifica, la militancia del joven de la época no es mostrada en toda su magnitud. A María Clara Ciocchini se le ha achacado ser integrante activa de Montoneros, una organización guerrillera que buscaba, a través de la lucha armada, instaurar un régimen socialista como evolución natural del peronismo. María Claudia Falcone era supuestamente aspirante a la organización y existen versiones de que ella misma escondía armas y granadas en la casa donde fue secuestrada.
Incluso, dos de los sobrevivientes a la Noche de los Lápices han atizado el fuego: Emilce Moler ha señalado en entrevistas que la película hace parecer la protesta por el Boleto Estudiantil Secundario como el motivo de las detenciones, cuando en realidad el trasfondo era mayor: “Yo no estuve vinculada con armas, pero otros compañeros de la UES sí lo estuvieron”, ha afirmado. En el mismo sentido se expresa Gustavo Calotti, otro de los sobrevivientes: “Se construyó una historia con el boleto estudiantil y se hizo de ésta un símbolo que vació el contenido. En ningún interrogatorio se mencionó el boleto. Nos detuvieron por militar en organizaciones populares; lo que queríamos era hacer la revolución”.
“La noche de los lápices” es sólo un episodio cruento e inhumano en un régimen al cuál se le atribuye también, entre sus incontables crímenes de lesa humanidad, el drama de la apropiación de bebés recién nacidos, un hecho al que el filme hace breves alusiones. Se estima que en la Argentina de 1976 y 1983, desaparecieron entre 9 mil y 30 mil personas. El número varía según la fuente; el dolor y la impotencia ya han traspasado generaciones.
Twitter: @manuserrato