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SER HUMANO / Aceptar a nuestros hijos

Educar a un niño no es tarea fácil; ante nosotros aparecen siempre infinidad de dudas, preguntas e inseguridades. Nadie “nace” sabiendo ser padre, a ser padre se aprende. Se aprende de la experiencia del día a día; de la lectura de algún libro; de la ayuda que recibimos de amigos o de psicólogos; pero por sobre todo, aprendemos de nuestros propios padres. Son ellos los que nos brindan el primer modelo sobre cómo ser padres.

Si revisáramos algunas de nuestras actitudes, observaríamos cuánto nos parecemos a ellos. A veces la historia se repite casi sin darnos cuenta. Quizás podríamos recordar aquellos días de nuestra niñez o adolescencia cuando exclamábamos enojados: “¡Cuando yo tenga un hijo, no voy a hacer lo mismo que hacen mis padres conmigo!”.

Si nos animamos a recordar estos días, podremos extraer algo muy provechoso de ellos. Y les pido que lo hagan, porque sólo de esta manera podremos comprender lo que humildemente deseo transmitir. No se trata de realizar un enjuiciamiento a la educación que nos brindaron nuestros padres, sabemos que como tales nos brindaron lo mejor que tenían. De lo que se trata es de ubicarnos por un momento en el lugar de hijos, para así comprender más a los nuestros.

Si nos ubicamos en el lugar de hijos, podremos recordar algunos momentos dolorosos; cuando escuchábamos declaraciones como: “Mira a tu hermano, por qué no puedes ser como él”, o “Los chicos buenos no hacen esas cosas”, o “Por qué no te comportas como tu prima que es tan obediente”, o tantas cosas más que, de seguro, vendrán a nuestra mente.

Cada vez que yo misma recuerdo alguna de estas declaraciones; aparece en mí, recurrentemente, el mismo concepto: la aceptación. Y es sobre ella que deseo hablarles hoy. La aceptación es un tema importante que se está divulgando actualmente. La “influencia paterna” marca, positiva o negativamente, el presente y futuro de nuestros hijos.

El niño, desde pequeño, observa las respuestas de sus padres ante sus actitudes. Cuando éste considera que sus padres lo “amarían más” si hiciera o dijera algo diferente de lo que él hace o dice, comienza a formarse en su interior, lo que se denomina, un ideal del yo. El ideal del yo comienza a generarse cuando el niño no percibe la aceptación total de sus padres, lo que con el tiempo devendrá en una no-aceptación de él mismo, y consecuentemente, de los demás, de las situaciones, de las cosas, etc. De este modo, generará complicaciones en su vida actual y futura.

En un principio estos ideales son de los propios padres, ellos trasladan a sus niños sus propios ideales sobre “cómo debería ser su hijo”. Estos últimos se apropian de todos esos “deberías” y los hacen suyos, para perseguirlos así en el desarrollo de su vida. Los “deberías” son todas aquellas actitudes, conductas, etc., que el niño debe hacer, decir, sentir para lograr el amor de sus padres.

Este ideal del yo, es una imagen idealizada que el niño tratará de lograr a través de diversos caminos, intentará moldearse a ese ideal realizando grandes esfuerzos. Esta imagen idealizada responde a todo lo que los padres desean que el niño sea, no responde a lo que el niño verdaderamente es. Es una imagen falsa que el niño crea en su interior. La persecución constante de estos ideales y “deberías” conlleva a la aparición de miedos, frustraciones, inseguridades y exigencias continuas; lo que reduce la salud de nuestros niños, y la posibilidad de lograr la felicidad en sus vidas.

No debemos confundir “aceptación total” con “permisión total”. Cuando hablo de aceptación total, me refiero al amor incondicional hacia nuestros hijos, de un reconocimiento de su individualidad. Esto no implica una permisión total, no implica permitirle a los niños “hacer cuanto se les ocurra”. Aceptar a nuestros hijos no significa que no debamos ponerles límites, o que no debamos guiarlos. Los límites, la guía; son funciones que nos competen como padres, y que como tales debemos cumplir para beneficio de ellos. Por ello, cuando les pido que se pongan en el lugar como hijos, lo hice para que podamos recordar que como padres, también fuimos (o somos) hijos; y como tales también sufrimos esta no-aceptación. De este modo, podremos entenderlos, más que como padres, como hijos. Ubicados como hijos que fuimos y como padre que somos, lo que deseo transmitirles es que revisemos los ideales que depositamos en nuestros propios hijos, recordemos que nosotros también hemos sido y somos presos de muchos ideales.

Revisemos nuestras actitudes hacia ellos. Hagámosles saber que los amamos por ser como que son, que no deseamos que sean de ninguna otra manera para que los amemos. Hagámosles saber que los apoyamos incondicionalmente, que los aceptamos totalmente, que deseamos que sean como son.

Nuestros hijos no “deben ser” de ninguna manera, ellos simplemente deben ser como realmente son, démosle el gran beneficio de la aceptación. “Ya que sólo amándolos y aceptándolos completamente, tendremos ganada gran parte de su felicidad”.

No nos enjuiciemos, de nada nos servirá reprocharnos; aceptémonos nosotros también y recordemos que “nunca es tarde para empezar si es que alguna vez vamos a hacerlo”; no importa si nuestros hijos son niños, adolescentes o adultos; no les quitemos esta hermosa posibilidad.

¡Aceptemos a nuestros hijos! Aceptar a nuestros hijos es hacer al Ser Humano que hay en ellos.

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