Se acabó. Y es una lástima. Pero así tenía que ser, lo sabíamos desde el principio.
Cada cuatro años es lo mismo: el Mundial comienza, el Mundial termina. Se va, pero deja una nueva esperanza, muchas marcas, alegrías y sinsabores, y además deja claro que el futbol y el espíritu del deporte se mantienen vivos.
Brasil, España y Alemania eran los favoritos en un inicio. Ninguno sobrevivió demasiado.
Aparecieron nuevos aspirantes, como la soñadora Croacia, que nos deja una lección a todos, futbol y no.
Apareció de nuevo Bélgica, el eterno soldado que cada Mundial está presente, pero que esta vez se acercó más a cumplir una vieja promesa.
Y reapareció Francia, que llegó en un segundo grupo de selecciones a las que no había que perder de vista. En ese mismo pelotón iba Inglaterra.
Durante la trasmisión del primer encuentro de la hoy campeona del mundo (que inició a las 5:00 a.m.), el narrador (no recuerdo su nombre, pero era de Televisa, la que seguí) lo dijo claro: "esta selección tiene para armar dos planteles, el que vino a Francia y otro con jugadores que no fueron convocados". Tenía razón.
Antes del Mundial, Francia era la más "cara" de las selecciones participantes: 1,080 millones de euros en su plantilla. Ese número va a subir en los días siguientes.
Luego de una primera ronda donde hicieron los justo para avanzar, Francia no cambió, pero todos tenían claro el objetivo: llegar al partido 64 y ganarlo. "No importa cómo", dijo Griezmann un día antes de la final.
Este es el futbol de hoy, que exige resultados y no "tiki taka". Se trata de meter el balón sin importar cuantos toques hagas.
De mi pronóstico del 17 de junio para semifinalistas, dos no me fallaron: Francia e Inglaterra, que llegaron más discretos que otros, pero supieron aterrizar un sueño. Bien por el futbol. Hay esperanza.