“Nunca me ha seducido el asceticismo. El sabio sabe combinar los placeres de los sentidos con los del alma de manera que puede sacar mayor goce de unos y de otros”.
Somerset Maugham
Cuando era niño mi familia entera solía ir a celebrar las fiestas de fin de año a Cuernavaca en casa de una tía. Tendría yo unos ocho o nueve años de edad y en el camino, en el coche de mi padre, me imaginaba yo que iba en motocicleta.
Este fin de año regresé a Cuernavaca para estas fiestas, pero en esta ocasión lo hice —como lo había soñado 40 años antes— en una motocicleta BMW 850 R de carretera (roadster).
No es ésta la primera vez que tengo o uso una moto. Cuando era estudiante de preparatoria, a los 15 o 16 años, tuve una pequeña Carabela de 100 centímetros cúbicos que finalmente me fue robada fuera del apartamento en la Condesa de unos amigos. Años más tarde, cuando ya había terminado la prepa y antes de ingresar a la universidad, viajé de Chicago a la ciudad de México con mi primo Alex en una Honda 350 de cuatro cilindros. La travesía tomó tres días y llegamos al final —los dos miopes profundos— con los lentes destrozados. Todavía no entiendo cómo sobrevivimos.
En 1976, a los 22 años, recién graduado de la universidad, llegué a presentar mi examen para mi primer trabajo formal —como redactor en la Encyclopedia Britannica— en una moto Islo de 125 centímetros cúbicos. Un año después vendí la moto cuando tuve el dinero para comprarme mi primer auto usado.
Desde entonces la motocicleta fue un sueño lejano para mí: un deseo descartado siempre por presiones o responsabilidades familiares o por falta de dinero o de tiempo. Hasta este año, en que nuevamente me he encontrado propietario de uno de estos vehículos.
Tener una motocicleta es una experiencia especial. El gusto que proporciona conducir uno de estos vehículos, especialmente en carretera, es enorme. Es similar al que produce, para quien le agrada la equitación, un caballo fuerte y veloz. Conlleva una sensación de libertad que es difícil encontrar por otros medios.
Las reacciones de la gente cuando uno compra una moto son muy curiosas. Todos recuerdan súbitamente la historia de alguna tragedia en moto y tienen la necesidad de compartirla. La pareja que fue aplastada por un camión de carga que perdió el control y se salió de carril. El muchacho que después de un accidente quedó en coma durante seis años. ¿Y qué pasó después?, todavía pregunta uno. Murió, viene la respuesta inmediata.
En los temores sobre el uso de la motos en México tiene un papel muy importante la falta de conocimiento de los mexicanos sobre las reglas de la conducción. Muchos automovilistas en nuestro país están convencidos de que las motocicletas no tienen derecho a un carril completo en calles o carreteras; y así toman el carril en que se encuentra la moto, como si no hubiera en él un vehículo de verdad, con lo cual obligan a la moto a buscar refugio en la línea divisoria entre carriles. A esta percepción ayudan muchos motociclistas que insisten en abandonar sus carriles y avanzan entre los autos aprovechando la delgadez de sus vehículos.
El peligro de la motocicleta, sin embargo, se ve compensando por el placer enorme que puede dar el vehículo bien manejado. No hay que romper un récord de velocidad o zigzaguear entre los autos para disfrutar de ella. De hecho quizá el mayor placer que puede dar una moto es el que proporciona cuando se conduce responsablemente.
Cuando uno maneja moto empiezan a surgir aquí y allá los miembros de una cofradía oculta que comparten el gusto. Un director de periódico, un importante intelectual, el dueño de una gran empresa: todos usan moto y encuentran en ella un gran placer. En la carretera cuando uno ve una moto, especialmente alguna que comparte la marca o las características de la que uno monta, es común que los conductores intercambien señales de aprobación o de saludo. Los dueños de moto, de hecho, pueden pasar horas hablando de las ventajas y desventajas comparativas de cada uno de sus vehículos. Quizá por eso, y no tanto para darse seguridad, es común que salgan a pasear en grupo.
A pesar de ello, andar en moto es un placer solitario. Cuando uno avanza en carretera con el casco puesto se encuentra esencialmente solo. Quizá por eso andar en moto es tan fascinante: un recordatorio ineludible de la soledad del ser humano.
Acuerdo para el campo
El Congreso Agrario Permanente ha conseguido que el Gobierno Federal acepte negociar un “acuerdo para el campo”. El resultado no sorprenderá a nadie. Para proteger a unos cuantos productores del campo, especialmente a los más ricos, se obligará a todos los mexicanos a pagar más por sus alimentos. El costo será mayor para quienes menos tienen.