El Gobierno de China, el país más poblado del mundo, con mil 300 millones de habitantes, impuso su política de restricción de la natalidad en 1979. Los métodos usados causan horror y pena: los ciudadanos, temerosos de ser descubiertos por el gobierno, abandonan y matan a sus propios hijos. Oficialmente, el gobierno condena el uso de la fuerza para controlar la natalidad. Pero en la práctica, los encargados del control sufren tanta presión para limitar la natalidad, que forman verdaderos "escuadrones de abortos". Esos escuadrones arrestan "clandestinamente" a las madres embarazadas, y las mantienen en la cárcel hasta que se someten al aborto. En años anteriores, varias madres fueron ejecutadas por rehusarse a abortar. Otras familias recibieron penas de diez mil yenes (siete veces el salario anual de un campesino), esterilización compulsiva y confiscación de propiedades. Los niños que nacen en esta situación no reciben instrucción escolar, ni cuidados médicos, ni beneficios sociales.
Muchos padres venden a sus hijos a otros matrimonios para escapar del castigo del gobierno chino. Las niñas son las mayores víctimas de la presión intolerable para limitar la familia. En la China rural, donde vive el 80 por ciento de la población, muchos campesinos opinan que sólo los varones pueden llevar adelante la familia, y consideran que sería una gran deshonra para sus ancestros no tener heredero masculino. Normalmente, las niñas continúan viviendo con la familia después del casamiento, y son consideradas una "inversión perdida". En las regiones rurales se permite un segundo hijo o hija, pero cuando el segundo hijo es otra mujer, representa un verdadero desastre. Un hombre quedó tan trastornado al tener una segunda hija, que las estranguló a las dos. Otro tiró a su hija en un pozo abandonado para que nadie se enterase de su existencia.
De acuerdo con las estadísticas oficiales, el 97.5 por ciento de los bebés abortados son niñas. Se cree que muchas son vendidas a parejas infértiles para que las autoridades no tomen conocimiento. El resultado es un desequilibrio entre la población masculina y femenina. Millones de hombres no consiguen una esposa. Ya existe el tráfico de mujeres. En algunos lugares hay seis hombres por cada mujer. Se estima que 17 millones de niñas están "faltando" en la población de China. Son las mismas que han estado asesinando, al practicar el infanticidio y el abandono de criaturas.
El aborto seleccionado por sexo está prohibido, pero el examen por ultrasonido, que determina fácilmente el sexo, es cotidianamente conseguido mediante soborno. Las niñas que sobreviven acaban en orfanatos precarios. El gobierno chino insiste en la política de limitar la familia, e ignora el problema de la discriminación contra las hijas mujeres. La asistente social Wu Hongli explica que "los programas educacionales han tenido bastante éxito en algunas áreas rurales, pero todavía existe un gran trabajo por delante. Un gran número de tragedias familiares que acontecen a diario, son ignoradas, pero la verdad es que provocan deseos de llorar...".
Una serie de fotografías impactantes aparecieron en el artículo de Abigail Haworth, publicado en la revista Marie Claire del mes de junio de 2001 en su edición norteamericana. En ellas se observa el cuerpo de una pequeña niña recién nacida tirada en una calle muy transitada, en la provincia China de Hunam. Esta escena inimaginable de horror y crueldad se repite constantemente ante la mirada indiferente de los transeúntes. Autobuses y cientos de bicicletas pasan junto al cadáver, desparramando barro sobre el cuerpecito, pero nadie hace algo para levantarlo. La única persona que trató de ayudar a la pequeña de la fotografía, declaró: "Creo que ella acaba de morir. La toqué y estaba todavía caliente. Salía sangre de su nariz". Esa señora llamó a la oficina de Emergencias, pero nadie apareció. La bebé se encontraba tirada cerca de la oficina fiscal del gobierno, y muchas personas pasaban caminando, pero nadie hacía nada. Los policías, cuando llegaron, se preocuparon más de las fotos de la reportera que por el bebé. Esto se debe a que en la China, muchos opinan "que las niñas son una basura...".
El Señor Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y posteriormente se hizo a semejanza del hombre para enseñarle su realidad espiritual. El conducto que utilizó en su representación humana fue "una mujer" llamada María. ¿Por qué nosotros como cristianos vamos a despreciar el conducto que utilizó Dios "para hacernos llegar" a su Hijo Jesucristo? Todos sabemos que para un buen padre de familia, tener una hija es una bendición y un regalo del cielo. Cuando ella es niña, ilumina la vida de todos los que la rodean, con su inocencia, su gracia y su coquetería; cuando es adolescente, brilla por su inteligencia, su audacia y su alegría natural; y en su madurez, destaca por sus nobles sentimientos que son verdaderamente auténticos. Una hija acompaña a sus padres durante toda la vida, vigila su vejez y se encuentra al pendiente de sus necesidades. Es la mujer quien engendra uno o más nietos que darán a los abuelos la prolongación de la paternidad y la alegría renovada de vivir. Un refrán árabe nos dice que "cuando visites el hogar de tu hijo casado, su mujer te ofrecerá una taza de café; en cambio, cuando visites a tu hija casada, ella te invitará a cenar".
La situación religiosa en China es igualmente grave, con 19 obispos secuestrados o impedidos para desempeñar su ministerio, además de nueve sacerdotes condenados a trabajos forzados, a los que debe añadirse un número desconocido de religiosos a los que se ha arrestado, incluso durante años. Esta situación, tal y como denuncia el informe 2005, se ha repetido durante el año pasado, en el que no se han conocido noticias de muchos de estos detenidos. Se trata de obispos o sacerdotes secuestrados o arrestados por la policía, sin ningún tipo de cargos en su contra, y que simplemente desaparecen.
Pekín rompió sus relaciones con la Santa Sede en 1951, expulsando al Nuncio Apostólico, el Arzobispo Antonio Riberi. Para reanudar relaciones, China pone dos condiciones: que el Papa no interfiera en la situación religiosa del país (entre otras cosas, que no nombre a los obispos), y que renuncie a sus relaciones con Taiwán.