Todavía no acabamos ni el segundo año de gobierno y la cosa en términos económicos y de desarrollo, los datos y resultados medibles son indiscutibles: el peor desempeño en la economía que ya caía desde 2019 y que este 2020 la contracción rozará el 10 %; claro que la pandemia se lleva la culpa de casi toda esta catástrofe.
En términos de manejo de la crisis sanitaria a la que encargó el polémico doctor Hugo López-Gatell, las decenas de miles de muertos ya superan los 70 mil (Gatell se atrevió a decir en los primeros meses de la gestión de la crisis que en el peor de los casos morirían por COVID 8 mil, y parece que irremediablemente superaremos los 100 mil), más la propia decisión de no hacer pruebas, no tener las agallas de sostener que el uso de la cubrebocas es una protección para evitar los contagios.
A todo esto de la propia crisis del coronavirus, ya se vivía el desabasto de medicamentos motivado por la premisa de que todo el sistema de compras y distribución estaba impregnado hasta la médula de corrupción, cosa que difícilmente puede negarse, y que por lo tanto el Gobierno federal decidió terminar, pero sin tener plan alternativo, provocando que miles de pacientes tuviesen que enfrentar sus males sin las medicinas básicas, llegando a la tragedia de que niños mexicanos con cáncer no recibieran sus fundamentales terapias.
En el campo de seguridad, donde la inconcebible política de "abrazos y no balazos" irremediablemente nos llevará al caos (parece que el mandatario tabasqueño en su longeva carrera de derecho prestó poca atención a la teoría del Estado), ni siquiera se tienen resultados en el corto plazo. Se tiene el inicio de sexenio con más homicidios en la historia moderna y por lo menos al finalizar este primer tercio de administración la tendencia parece que confirmará como el inicio más sangriento.
Luego está el plano político, que por supuesto es más discutible. Andrés Manuel con su triunfo aplastante se hizo del poder legal para hacer las reformas a las leyes federales que a él le parezcan. Su motivación para centralizar el poder está basada en la simple tesis de que la victoria que alcanzó en 2018 es irrepetible si él no está en la boleta, por lo que en las elecciones intermedias su proyecto corre riesgo de no contar con las mayorías absolutas de las que ahora goza y que son producto de su propio nombre, que arrastró las candidaturas. Así pues, cualquiera que tenga la potestad de hacerse del poder vía reformas porque tiene a los legisladores para hacerlo no está faltando al derecho en absoluto.
El problema ha sido esa centralización que tanta desigualdad ha causado por décadas a lo largo de distintas zonas del país; pues ahora, como en los estados Morena simplemente no tiene estructura electoral para competir, ni arraigo (Morena no es sinónimo de AMLO en la boleta), pues el poder hay que concentrarlo en las manos, aun arrebatándole y dañando a las entidades federativas. La salida de 10 gobernadores, entre ellos los de Coahuila y Durango, además de ser por motivaciones eminentemente políticas, tienen razones sustentables para hacerlo.
Es por ello que resulta un alivio el halo de sensatez que el presidente López Obrador mostró ante la declaratoria del Gobierno de los Estados Unidos, en manos del energúmeno de Trump, quienes han vuelto a incluir a nuestro país en una lista de las 10 naciones que más drogas proveen al mercado consumidor más grande del mundo de narcóticos.
Era cuestión de tiempo para que el presidente norteamericano volviese a agredir a los mexicanos, pero las realidades de las dos naciones vecinas y sus inmensas diferencias económicas obligan justo a lo que ayer declaró nuestro mandatario: con los Estados Unidos amor y paz.
Obvio que hiere y ofende la manera en que Trump habla de nosotros, pero al menos en eso claramente hay mucha sensatez del lado nuestro. Ojalá que, así como en este tema, López Obrador gobernara en otras áreas de su Gobierno.