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Laicismo y Secularismo

Juan de la Borbolla R.

A partir del jacobinismo surgido como consecuencia de las ideas de la Ilustración y la Enciclopedia y de la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII, tomó cuerpo la tendencia ideológica de negar explícita o tácitamente la dimensión religiosa de la persona y de la sociedad.

Laicismo fue la palabra que utilizó el liberalismo jurídico y político del siglo XIX para manifestar expresamente esa negación a cualquier intromisión religiosa en el ámbito estatal y más específicamente en la relación del Gobierno con sus gobernados, pretendiendo de esa manera concretar ese ideal decimonónico de la libertad religiosa.

Históricamente se puede explicar y justificar el énfasis puesto por muchos pensadores de la época para divorciar las esferas de lo religioso y lo político, dado que a partir de la reforma protestante de principios del siglo XVI y con los estados confesionales existentes durante la época del Despotismo Ilustrado se llegaba a la negación de esa sublime libertad que tiene cada persona de creer y profesar las creencias que su fe, su religión y su conciencia le dicte, por la subsistencia de esos estados nacionales oficialmente confesionales en los que la religión que profesare el rey debía ser forzosamente la religión que siguiera el pueblo y donde por lo tanto la herejía se convertía en delito castigado por el Gobierno.

Por ello el laicismo de signo positivo se convirtió en su sentido original en una reivindicación justa del principio sublime de la libertad religiosa, basada en el criterio de que a nadie puede forzársele a creer algo en contra de su propia conciencia, por más poder que posea la autoridad política o religiosa que intente vencer, más que convencer a su súbdito o adepto.

Pero con el tiempo ese laicismo de signo positivo se transformó de la mano de ateos: “fanáticos desfanatizadores” en un laicismo de tipo negativo, es decir en una nueva religión o antirreligión impuesta generalmente desde el poder político, para plantear un sistema ideológico que prescindiera de cualquier consideración a la divinidad e incluso al sentido de trascendencia, consiguiendo en muchos casos llegar al secularismo, el cual ha sido definido como la pretensión de erradicar la idea de Dios inclusive de la esfera de la propia conciencia personal, para así construir un mundo de “libre pensadores” no sometidos a la idea de una divinidad a la que hay que dar culto y que nos restringe nuestra libertad a través de la fijación de mandamientos morales, con el resultado de haber creado una ideología totalmente inmanente, que en la práctica acaba imponiendo el relativismo más absoluto y a fin de cuentas el imperio de la Ley del más fuerte.

Parece ser que la sociedad moderna occidental no quiere regresar a estadios históricos teocráticos que tanto daño hicieron a gobiernos y religiones, pero tampoco puede pretender como lo quieren los jacobinos contemporáneos, el divorcio total del ámbito religioso respecto de la vida pública de las personas, así se apellide Monsiváis quien lo pretende.

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