El Tiempo que Queda, mirada melancólica al conflicto en Palestina
Esta película empieza con un taxista que transporta a una figura muda cubierta en la oscuridad. Al poco tiempo que se adentran en la carretera, empieza una tormenta que parece tragarse al mundo. Sea quien sea la persona en el asiento trasero del taxi, es alguien que ha sido desterrado desde antes que naciera.
Para poder seguir hablando con libertad de esta película, se considera importante y necesario tener un contexto general de la situación política e histórica de la región del mundo donde se desarrolla: Palestina.
Durante las últimas décadas del siglo XIX, muchas personas judías adoptaron una ideología llamada sionismo, la cual predicaba que la única solución al antisemitismo global, era que la población judía tuviera su propio país.
En 1918, al final de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano, que tenía siglos ocupando todo el Medio Oriente, fue derrotado junto con los Poderes Centrales (los imperios alemán y austrohúngaro). El Imperio Británico y Francia habían hecho un pacto con líderes árabes para que les ayudaran a derrotar a los otomanos y, así, los árabes pudieran independizarse de esa influencia externa. Pero no fue así: Inglaterra y Francia se dividieron entre sí el Medio Oriente. Como parte de este reparto de territorio, se creó el mandato británico de Palestina, el cual estaba poblado principalmente por árabes, pero también por comunidades judías y cristianas.
Con el paso de los años, poco a poco empezaron a llegar más judíos a Palestina, muchos de ellos sionistas que llegaban a la zona para crear milicias y tomar el territorio por la fuerza.
Durante la Segunda Guerra Mundial hubo una migración masiva de judíos a esta región y, al terminar la lucha armada en 1945, una de las primeras tareas de la recién fundada Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue brindar una solución al creciente conflicto árabe-judío en Palestina.
La “solución” que se planteó fue dividir a este territorio en dos: Palestina e Israel. Una vez que Inglaterra abandonó la zoná, Israel decidió ignorar a la ONU y comenzó a anexarse ciudades palestinas. Una de estas fue Nazaret, el 16 de julio de 1948, donde vivía el padre de Elia Suleiman, director y actor de la película que compete a este texto: El tiempo que queda, estrenada en 2009.
MUTISMO ANTE EL ADOCTRINAMIENTO
Cada pieza de arte es un reflejo de su tiempo y espacio, por ello todo arte es político. Elia Suleiman es muy consciente de esto. Su primer trabajo cinematográfico, Introducción al final de una discusión, de 1990, es un cortometraje experimental que utiliza material de archivo y películas para crear un montaje que cuenta la historia del Medio Oriente.
Para El tiempo que queda, su tercer largometraje, Elia utiliza un lenguaje cinematográfico completamente distinto, uno en que la cámara observa principalmente desde lejos, con pocos movimientos y sin ninguna pretensión de glorificar ni demonizar a ningún personaje. Simplemente muestra acciones ante la audiencia.
En el primer acto, situado en ese fatídico día de 1948, seguimos a Fuad, el padre de Elia, negándose a aceptar la rendición que su propio gobierno ha firmado. En este primer episodio, somos testigos de ejecuciones, saqueos y del inicio de un exilio masivo de musulmanes de la tierra que habitaban.
Después damos un salto en el tiempo a 1970. Fuad se ha casado y tiene a su hijo Elia, de unos 10 años de edad. Durante todas las escenas, tanto de niño como de adulto, Elia nunca habla. En la vida real ha mencionado que él no es de muchas palabras en el día a día, pero en esta película, esa mudez puede cargar con el significado de haber nacido en una tierra que ya no es suya.
El coro de la escuela de Elia gana el concurso de canto de hebreo, una clara y no muy sutil escena sobre el adoctrinamiento israelí hacia las generaciones más jóvenes. No importara qué dijera el niño, tanto la escuela, el gobierno y el ejército estarían listos para corregirlo.
El infante de 10 años no es consciente de todos los cambios sociopolíticos que ha habido desde hace décadas. Es un simple espectador, principalmente de su padre, quien años después de oponerse firmemente a la invasión israelí, intenta tener una vida tranquila, ocasionalmente salvando a un vecino de sí mismo.
RETRATO FRÍO
Décadas después del anexo de Nazaret, el ejército israelí sigue andando en las calles, patrullando por las noches y convirtiéndose en un adorno incómodo para la ciudadanía palestina.
Esto se demuestra en dos de las escenas más impactantes de la película. Una de ellas involucra a una madre que empuja a su bebé en una carriola, durante un enfrentamiento entre palestinos con el ejército israelí. Toda la acción transcurre en una toma abierta con ángulo en picada, desde la ventana de un Elia adulto que regresó a su ciudad natal sólo para darse cuenta de que seguía siendo un lugar que nunca lo aceptaría.
Con cada salto en el tiempo, el espectador presencia eventos que caen cada vez más entre lo absurdo y lo terrorífico: el continuo adoctrinamiento cultural y la cotidianidad de la violencia, todo filmado con una perspectiva tan directa y fría que no nos queda más que compartir la mirada atónita de Elia, una mirada que se vuelve más melancólica conforme avanza la edad del personaje, especialmente mientras acompaña a su anciana madre, quien nunca podrá olvidar ni dejar atrás los días antes del anexo.
Como se mencionó anteriormente, esta no es una película que busque generar sensacionalismo sobre la situación entre Palestina e Israel. Es importante conocer el contexto histórico que ha llevado a la guerra actual, es necesario informarse, criticar y alzar la voz contra las injusticias. El tiempo que queda no pretende resolver el conflicto, ninguna película lo hará y, en sí, ninguna pieza de arte puede resolver algo tan grande como esto. Este largometraje es un retrato honesto de la trágica historia de una familia y un país que no ha podido dejar de lado el exilio y la supresión de su cultura.
Parece que el colonialismo está tan arraigado a la condición humana como lo es respirar. Pero en lugar de proporcionar vida, la arrebata desde el instante que empieza. Elia Suleiman hace esta película semi-autobiográfica para mostrar que el paso del tiempo no es capaz de curar heridas tan grandes y que no se puede vivir con cicatrices que todavía sangran. Para cuando se estrenó la cinta en 2009, la Segunda Intifada (“sublevación” en árabe), acontecida en 2002, había sido el enfrentamiento armado más grande entre Palestina e Israel. ¿Qué se puede hacer con el tiempo que queda antes de que sea demasiado tarde? Si no es que ya era tarde desde el instante en que empezó.