Mariano José de Larra, periodista español del siglo XIX, escribió un artículo que intituló: ¿Quién es el pueblo y dónde se le encuentra? Después de mucho indagar, concluyó que el pueblo eran las personas que encontró en una fonda y que no tenían muy buenos modales para comer y convivir. No es la definición más apropiada, pero de alguna parte tenemos que empezar.
No entiendo la manía de algunos en clasificar a la gente. Pueblo, élite, blancos, negros, europeos, americanos, amos, esclavos, buenos, malos. El hombre es el hombre aquí y en china, con diversas circunstancias de vida. De una cosa estoy seguro, yo soy parte de ese pueblo, de esa masa, de esta nación; comparto elementos culturales e históricos con las personas que me rodean o viven en lo que llamamos República Mexicana, que a su vez está situada en el continente americano, uno de los cinco continentes del mundo. Lo que se dice del pueblo o de la masa se dice de mí. Ahora se nos divide entre fifís y chairos, siguiendo la vieja máxima de divide y vencerás. ¿En qué basan la división? ¿En la manera que tienes para subsistir? Si soy empresario pertenezco a los fifís, y si soy empleado, entonces soy chairo. Pero da la casualidad de que tuve una empresa y empleados, era fifí, pero como la cerré para trabajar en una institución universitaria, me convertí en chairo; más, por ser universidad estatal, aunque también estuve en una privada. Entonces, ¿qué soy? Depende de lo que gano, a partir de cuanto se pasa de un límite a otro; ¿o es por la educación? De licenciatura no pasé. Después de hacerme bolas con todo esto concluyo que las clasificaciones vuelven a ser estúpidas.
La gente es muy fácil de sugestionar; por la religión o por la política, por los medios de comunicación, por la cultura en general. Pocas veces se critica lo que se recibe como enseñanza, somos tan creídos que a donde va Vicente se dirige la gente. Lo que llamamos razón pocas veces la utilizamos; más en la cultura de masas, en las sociedades capitalistas, donde lo único que importa es vender, y al mercado se le puede imponer cualquier cosa, el chiste es hacerlo creer que lo necesita. Hace treinta años para nada era necesario un celular; hoy, resulta imprescindible.
Volvemos a un enfrentamiento de fifís en contra de chairos, lo que dicen que se llama la lucha de clases. Otra de las tantas necedades que nos han impuesto. Yo como empresario tuve empleados, pocos, pero los tuve. Mi empresa no hubiera podido funcionar sin ellos; a su vez, no hubiesen podido tener trabajo si yo no les doy una oportunidad. Íbamos en el mismo barco, y remábamos para el mismo sitio. Varios en mi familia tienen empresas y empleados. No veo por qué tengamos que ser enemigos de unos contra los otros. Dicen que los explotamos. ¿Quién explota a quién? Por lo general, se juzga desde la subjetividad. ¿Cuánto tienes que invertir para montar un negocio? ¿Cuándo hay perdidas, por diferentes circunstancias, quien aporta para los sueldos, o para subsistir? No es el empleado, es el patrón, que se convierte en un explotador cuando da en el clavo y las ganancias abundan. ¿Qué haces cuando el empleado roba, o no produce lo suficiente? La ley protege al trabajador, no es fácil acusarlo de robo o de estafa.
Pero nos dejamos llevar por las definiciones que desde la política nos quieren imponer, o desde la religión, o desde el estatus. Los corruptos son los otros; lo dice alguien que no puede dar una explicación lógica y sencilla de qué viven sus hijos. No vemos las contradicciones de los sistemas, o no las queremos ver.
La falta de crítica y de compromiso nos hace creer lo que nos conviene o lo que les conviene. Vuelvo a la empresa, es pasmoso la rotación de personal en algunas, porque recién contratas a alguien y a los dos meses o tres ya te renuncia; alguien que te costó capacitar. Yo trabajé 24 años para mi universidad; me jubilé por razones de salud. Ahora ya no hay amor por la camiseta. Mi hijo, todas las semanas contrata y todas, le renuncian. También hay empresarios que son piojos y pagan muy mal, prefieren tener mucha rotación a comprometerse con un trabajador.
Credulidad, nos manejan. Los líderes son los salvadores, lo que no invierten en una fuente de trabajo y nada más están a la espera de los presupuestos para poder medrar. Desde los secretarios sindicales, hasta los candidatos de todos los partidos. ¿Qué problemas han resuelto? Ninguno, pero nos dividen.