Ante la presión internacional en torno a la permanencia en el poder del dictador Augusto Pinochet en Chile, el régimen autoritario se vio orillado a convocar a un plebiscito nacional para decidir si el general permanecería en la presidencia otros ocho años o si habría que convocar a elecciones democráticas. Las ciudadanía votaría por la opción “Sí” para continuar con el status quo y por “No” para dar espacio a la democracia.
El 5 de octubre se llevaron a cabo las votaciones en que los chilenos decidieron que el gobierno militar, que había iniciado con un golpe de Estado hacía 15 años, debía llegar a su fin. Pero el camino para llegar a ese momento histórico no fue fácil.
La película No (2012), de Pablo Larraín, aborda las tensiones durante los días de campaña previos a la consulta ciudadana. La mirada que ofrece no solo es reveladora, sino original, ya que se enfoca en un aspecto que muchas veces se pasa por alto en los dramas de este tipo: el papel de la mercadotecnia en la dirección política de un país.
DILEMA INTERNO
René Saavedra (Gael García) es un reconocido ejecutivo de mercadotecnia en Chile, quien es contactado un día por el líder democristiano José Tomás Urrutia (Luis Gnecco) para invitarlo a formar parte del equipo de campaña del “No”. Al inicio, el publicista se rehúsa a participar en el proyecto porque parece una causa perdida desde el inicio: una buena parte de la población apoyaba a Pinochet por haber modernizado a Chile, o simplemente porque temían la posibilidad de caer en la escasez del socialismo radical; otros querían el fin de la dictadura, pero se negaban a votar ante el miedo a las posibles represalias de las autoridades o ante la desconfianza de que el resultado fuera legítimo. Saavedra pertenecía a este último grupo; creía que el fraude era inevitable.
Sin embargo, los factores para que cambie de opinión se van apilando. Urrutia le hace ver que el gobierno no se puede salir con la suya tan fácilmente como las veces anteriores, pues está bajo escrutinio internacional; además, varios países aportarían financiamiento para el “No”, incluido Estados Unidos. Pero quizá lo que mueve más a Saavedra es el hecho de que él mismo vivió exiliado en México con su familia y que, poco después de ser invitado a la campaña, es testigo de cómo los militares arrestan y golpean a Verónica (Antonia Zegers), la madre de su hijo.
Así comienza la titánica tarea de generar suficiente material para los 15 minutos al aire que tendría cada bando todas las noches durante 27 días. Definir la dirección de una campaña que abarca 17 partidos de oposición —todos ellos con distintas ideologías políticas— no es fácil, pero poco a poco el equipo va llegando a acuerdos, no sin bastantes discusiones de por medio.
DE LA VENTA DE IDEAS POLÍTICAS Y ELECTRODOMÉSTICOS
El tono de la película es sobrio, alejado del melodrama, y el trabajo que implica desarrollar una campaña publicitaria se muestra de forma realista. A pesar de que el protagonista es una eminencia en su campo, Larraín no cae en el lugar fácil de presentarlo como un genio creativo cuyas ideas surgen como revelaciones y cuya rebeldía se manifiesta sin trabas. Por el contrario, a lo largo del filme hay escenas donde Saavedra pasa tiempo haciendo “nada” mientras piensa en la estrategia correcta, o donde se ve el gran número de ideas desechadas antes de llegar a la definitiva, o donde el equipo rebota opiniones sin un avance aparente. Se trata de una evolución progresiva más que de una especie de epifanía.
No también expone la frialdad con la que puede ser tratado un proceso sociopolítico cuando se trata de destacar en los medios masivos, no por falta de seriedad de quienes están al mando, sino porque es lo que se requiere para mover al público. Al inicio, los partidos de oposición tienen la intención de enfocar la campaña en honrar a las víctimas de la dictadura y concientizar a la población sobre la censura y la represión que han prevalecido durante una década y media. Sin embargo, esa intención genuina debe transformarse en un concepto atractivo, es decir, vendible, si quieren obtener de la audiencia la respuesta deseada.
Así, la imágenes de los abusos de la dictadura son sustituidas por tomas de gente cantando, bailando y, en general, disfrutando de la vida de muchas maneras mientras al fondo suena un jingle optimista que invita a “decir que no” a los abusos porque “nace el arco iris después de la tempestad”. Vender alegría es mucho más fácil y efectivo que intentar que la sociedad digiera la idea de una compleja reivindicación social.
Saavedra trata la campaña política con la misma seriedad que un comercial de un microondas o cualquier otro producto. De hecho, el discurso que utiliza para introducir la propuesta publicitaria para el “No” es el mismo que emplea al presentar a sus clientes un anuncio de un refresco de cola al inicio del largometraje. “Lo que van a ver a continuación está enmarcado dentro del actual contexto social […] Hoy Chile piensa en su futuro”, dice.
Esto no habla precisamente de una falta de compromiso político por parte del personaje, sino de una visión pragmática respecto a las formas más efectivas de causar emociones en el público y, por lo tanto, de provocar cierta reacción derivada de esos sentimientos.
CUIDADO HISTÓRICO
La película está basada en el libreto de El plebiscito de Antonio Skármeta, obra que nunca fue puesta en escena. Sin embargo, es evidente que tanto Pablo Larraín como el guionista, el periodista Pedro Peirano, complementaron el relato con detalles derivados de una ardua investigación histórica que dio como resultado una narrativa sólida que invita a la reflexión. Su impacto es tal que No fue nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera y, a partir de entonces, la carrera del director despegó a nivel internacional.
El cuidado con el que fue realizada la cinta se ve reflejado en su fotografía, a cargo de Sergio Armstrong, pues luce justo como la de las transmisiones televisivas de los ochenta.. Ese efecto no es un simple “filtro”, sino que las cámaras con que fue grabada son de formato U-Matic, tal como las que se usaban en aquellos tiempos. En una entrevista para CNN, el director explica que tuvieron que comprar 20 de esos aparatos, con los cuales armaron cuatro cámaras que fueron modificadas para digitalizar las grabaciones, pues originalmente funcionaban con cintas magnéticas. De esas, solo una sobrevivió al rodaje completo; las demás se descompusieron debido a su avanzada edad y los defectos propios de ese modelo.
A pesar de las dificultades técnicas, Larraín se comprometió con esa imagen ochentera no solo por mera estética, sino para evitar distinciones entre la ficción y el material de archivo utilizado. “Siempre que veo una película que utiliza archivo y que el director o los realizadores quieren que nosotros asumamos que ese archivo es parte de la ficción, a mi no me funciona; normalmente lo distingo. Distingo que una cosa es la película y otra el archivo, entonces me saca (de la inmersión narrativa) […] Yo creo que logramos un equilibrio visual donde el espectador entra en un juego y no sale hasta que se termina la película”, explica el cineasta.
Al ver este filme, uno se pregunta si cuestiones tan importantes como el destino de una nación se banalizan de maneras absurdas en las guerras mediáticas, o si la competencia entre marcas hace que los productos se eleven al nivel de símbolos y conceptos filosóficos. Sea cual sea el caso, es incómodo (y muy interesante) ver que, al menos en la televisión, un electrodoméstico y una ideología política están al mismo nivel.