Los primeros sofistas tenían una profesión sumamente valorada en ese tiempo: enseñaban la sabiduría y la elocuencia.
Era una época particular, podía uno cruzarse con Sócrates o Platón, los hombres comunes decían que los sofistas eran personas que podían engañar a otros por medio de la elocuencia, apelando a argucias argumentales. La fascinación por las palabras y los vericuetos de los significados hacían que esos seres astutos pudieran defender todas las causas, especialmente cuando había un interés por el lucro. Cuando desplegaban su oratoria, los oyentes se agolpaban fascinados, pues veían con admiración que eran capaces de defender cualquier causa con convicción y persuasión. Hablaban del bien y el mal como verdaderos oráculos. Viajaban a través de pueblos pequeños y se sentían atraídos por la ebullición de Atenas.
Esos discursos habían prosperado en un suelo receptivo y nutricio. Mientras los escuchaban como atracciones circenses, aplaudían con entusiasmo. Eran los ecos de su propia decadencia. Esas mentiras celebradas en forma estruendosa por sus formas elocuentes, estaban en perfecta armonía con el estado social, religioso y moral de los griegos.
El heroísmo, la virtud, las artes y las ciencias se habían desdibujado. Afluían los tesoros de Asia, el lujo obnubiló a los atenienses que preferían celebrar los placeres del cuerpo más que las ideas.
Protágoras, el más célebre de los sofistas afirmaba que "El hombre es la medida de todas las cosas. No hay más que lo que se manifiesta a los ojos de cada cual".
A través de la historia, cada época refleja con perfecta nitidez su propia identidad. Los sofistas no transformaron a los griegos en mundanos y materialistas. Ellos tenían esos sentimientos y crearon sus filósofos para que los reflejaran como un espejo.
¿Será la exacerbación de los cuerpos, el consumo desenfrenado un reflejo de esta época distópica?
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