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La guerra del libro

Sergio Aguayo Quezada

Es tan integral el encono, que podría hacerse una crónica con las batallas de la guerra del libro.

Hizo méritos para ser un Vasconcelos del siglo XXI y en lugar de ello la directora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Sari Bermúdez, fue abucheada por lectores, autores, libreros y editores en un evento de la Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara. Hubo otras expresiones de la tensa relación entre la pareja presidencial y los libros. En el panel organizado para celebrar el exitoso ?Programa Nacional de Lectura? de la Secretaría de Educación Pública (SEP) foxista, abundaban los botones blancos exigiendo un ?Sí a la Ley del Libro? vetada por el presidente. De hecho, la FIL fue invadida por ese mensaje.

México tiene 850 mil aulas públicas y todas ellas tienen una biblioteca con un promedio de 100 libros. Elisa Bonilla, funcionaria de la SEP, es la arquitecta intelectual de un Programa que ha recibido aplausos en México y el extranjero. El otro pilar fue la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito (Conaliteg) que los produce y que, bajo la dirección de Jorge Velasco, logró el milagro de multiplicar los libros sin aumentar el presupuesto. El secreto estuvo en aumentar la eficiencia y erradicar la corrupción que sangraba a la institución.

En México veneramos a los libros y la mitad de las y los mexicanos quisieran escribir uno (eso dicen las encuestas del Grupo Reforma y una reciente de la Conaculta de Sari Bermúdez). Sin embargo, los lectores que la SEP cultiva se marchitan cuando salen del aula porque en México es dificilísimo conseguir un libro. El país tiene 1,246 librerías que se achican cada año: sólo existen en el seis por ciento de los municipios del país y alrededor del 40 por ciento se concentra en algunas zonas del Distrito Federal (hay delegaciones sin ninguna).

Para enfrentar el reto creado por un país sin lectores hace algunos años se unieron autores, editores, libreros y uno que otro funcionario para impulsar un cambio en las reglas del juego. Así nació la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro que entre sus propuestas traía el precio único, bastante común en otras partes del mundo. Con el precio único los libros compiten en igualdad porque cuestan lo mismo en todo el país y eso alienta la aparición de nuevas librerías que compiten en servicio, surtido, localización y especialización. Diputados y senadores se convencieron y aprobaron la Ley pero Vicente Fox decidió vetarla aconsejado por la Comisión Federal de Competencia (Cofeco) de Eduardo Pérez Mota quien consideró que violaba las reglas del mercado. El conflicto de baja intensidad se convirtió en libro.

El razonamiento es absurdo porque Fox y la Cofeco de Pérez Mota han sido incapaces de controlar los monopolios y oligopolios que nos esquilman cotidianamente. Si tanto les preocupa la competencia ¿por qué no la combaten en el sistema bancario, las televisoras, las telefónicas y las cementeras? Si uno les exigiera que se pusieran puntillosos ¿por qué no reconvienen a la Conaliteg que si nos ponemos puristas viola las leyes del mercado al decidir cuánto pagar a los editores por los libros seleccionados para entrar a las bibliotecas de aula?

La invocación de la competencia les sirve para encubrir su desconocimiento del mundo de las ideas y la palabra y para recompensar a una Cofeco dolida por su impotencia a la hora de controlar a los verdaderos monopolios. Pero el veto es, sobre todo, el resultado del odio que la pareja presidencial ha ido acumulando contra los intelectuales por motivos bien complejos. Una causa estaría en la incapacidad de los Fox de entender que sus méritos y logros estuvieron en la comunicación política que permitió la derrota del PRI en 2000. Se equivocaron al querer ocupar espacios para los que no están preparados. No estoy pensando, aclaro, en la determinación con la que pusieron su nombre a libros de contenido epidérmico.

El conflicto se anidó en las pifias que sacaron a la luz su impostura. Los momentos estelares se dieron ante auditorios de especialistas: en 2001 cuando en Sevilla Fox confundió a Jorge Luis Borges con José Luis Borgues y en 2005 cuando, en la Ciudad de México, Marta Sahagún le cambió sexo y nombre al genial Rabindranath Tagore transformándolo en la enigmática Rabina Gran Tagore. La intelectualidad procedió a realizar un despellejamiento público, tan corrosivo y despiadado, que provocó el desdén y el menosprecio de la pareja presidencial hacia el círculo rojo iniciándose, así, un círculo de incomunicación que sigue alimentando el delta del rencor nacional. Dejo para un texto más amplio lo que ahora enuncio con una simple pregunta: ¿quién tendrá más responsabilidad?, ¿la intelectualidad que defiende con sarcasmo y mala leche las reglas de su gremio o quienes pretendieron ser lo que nunca han sido y difícilmente serán?

Así pues, Fox merece ser aplaudido por la forma en que promovió la lectura entre los chiquillos y las chiquillas y condenado por un veto a la Ley del Libro producto de una represalia hacia los intelectuales criticones. También influyó la necesidad de apuntalar a la vapuleada Cofeco de Pérez Mota cuya debilidad es ya motivo de alarma entre los sumos sacerdotes de la economía de mercado: el gobernador del Banco de México y el Banco Mundial.

En el festival del encono ¿preservará el nuevo jefe del Ejecutivo programas exitosos del Gobierno de Fox como los que alientan el hábito de la lectura en las aulas? ¿repudiará el veto a la Ley del Libro facilitándole a su partido la aprobación cuando vuelva a presentarse? ¿seguirá la guerra del libro?

La miscelánea

El anuncio me sobrecogió. Para mantener el servicio de banca en línea, Bancomer, BBVA me exigía recoger personalmente una tarjeta que otros bancos llevan a casa. Hablé para averiguar detalles: ?ningún problema ?respondieron? en cualquier sucursal de Bancomer se la entregan?. Ya van dos intentos fallidos: ?ya se nos acabaron esas tarjetas?, ?ya merito llegan más?. Hoy regresaré al banco propiedad de españoles que me cobra comisiones altísimas por un pésimo servicio. No tengo opción; el Gobierno Federal me prohíbe buscar un mejor servicio. El Sistema Nacional de Investigadores, del cual formo parte, me obliga a tener la cuenta en Bancomer. Mientras selecciono el libro para la antesala bancaria voy pensando en los campeones de la competencia: Vicente Fox y la Cofeco de Eduardo Pérez Mota.

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