NAVACOYÁN, DGO.- Historia y leyenda se conjugan en torno al Puente del Diablo; aquí la gente dice estar curada de espantos, mas le temen al alcoholismo, inseguridad, contaminación y violencia. Parecerían los cuatro jinetes de la Apocalipsis.
La historia de Navacoyán data de los tiempos de la colonia ?1563-, siendo puerta de la evangelización del norte del estado, del país y Nuevo México, entre las principales joyas que guarda con celo el pueblo destaca su templo y el puente que el mito acredita al Diablo su autoría.
Cuenta la leyenda que esta obra se la encomendaron a un albañil, pero al ver que no la terminaba invocó al Diablo para cumplir el contrato a cambio de venderle su alma, pero cuando solamente le faltaba una piedra al Diablo para terminar la obra, cantaron los gallos y de esa manera salvó su alma el ingeniero que lo invocó.
?Los ruidos de carruajes y espantos de los que habla la leyenda dejaron de ser el temor de los niños y adultos, pues aquí vivimos desde tiempos de los hacendados y nunca hemos visto ni oído nada, vivimos muy tranquilos?, afirma Mayela Reyes Flores, tras indicar que a principios de los años 30 sus abuelos compraron este lugar.
Mayela y su esposo Arnoldo Casas Herrera viven en la única casa adjunta al puente construido en 1782, sobre el Río El Tunal; recuerdan que la parte superior por donde pasa la gente y vehículos estaba hecho de tablones. Hoy es terracería. El descuido es notorio.
Hace algunos años decenas de personas acampaban bajo el puente, a orillas de El Tunal, pero lamentablemente con las presas que retienen el agua, tanto la vida silvestre como la fauna y la flora han muerto. Solamente matorrales y lirios rodean este monumento arquitectónico.
Con la flora y la fauna también se alejaron los visitantes; ahora sólo se observa a grupos de personas que ocupan el lugar ?el otrora bello paraje- para emborracharse los fines de semana. El alcoholismo está muy arraigado entre los jóvenes, ante la ausencia de la Policía.
Ante esta situación, don Juan Castro Aguirre, de 90 años de edad, señala que la sociedad hoy está muy transtornada. Los jóvenes se pierden en la bebida sin provecho alguno.
Por su parte, Mario Castañeda Lobatos, presidente de la Junta Municipal, indica que el poblado tiene mucho qué ofrecer, sobre todo cuando anunció la construcción de infraestructura turística bajo el Puente del Diablo, el cual no deja de ser un atractivo.
Podría definirse también como un coloso de la arquitectura del siglo XVIII, pues otros puentes modernos de estructura metálica han cedido a la fuerza de El Tunal, pero éste nunca. Se mantiene firme a los embates de la naturaleza.
Pero sí es triste que los jóvenes y viejos desconozcan su historia; nadie sabe cuándo se construyó el puente. Ni siquiera saben el nombre del templo, aun cuando el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) tiene grandes retablos para orientar a la gente sobre el origen de estas obras.
La Hacienda de San Diego de Navacoyán fue dividida en ejidos con el reparto agrario de 1936, por lo que el Puente del Diablo quedó en terrenos del ejido Francisco Montes de Oca y el templo en el poblado Navacoyán; sin embargo, no hay líneas divisorias que hagan sentir al visitante en uno u otro lugar.
El lugar es aparentemente tranquilo, pero abundan los expendios de cerveza; la gente señala tener más miedo al problema del alcoholismo e inseguridad que al mito del Puente del Diablo, además de la contaminación por el uso indiscriminado de las aguas negras en los cultivos.
La pestilencia es grave. Hay muchas personas que resultan dañadas de su salud por la contaminación, lo cual también atestigua la autoridad auxiliar de este lugar. Los alimentos dejaron de producirse con aguas limpias del Tunal. Sólo recuerdos quedan.
Flabio González Salas, de 68 años, señala que la construcción del Puente sobre el Río El Tunal dan el mérito al Diablo, como si hubiera sido el arquitecto.
Dicha obra de ingeniería salva el cauce del Río El Tunal. Se compone de 12 arcos de medio punto, tiene una longitud de 61 metros y está construido de mampostería de piedra volcánica. Es uno de los vestigios más importantes del siglo XVIII, de cuya fecha data también el Templo de San Diego de Navacoyán.
Las nuevas generaciones recuerdan a los fundadores del ejido Montes de Oca, tales como: Isabel González, Florentino Leal, Apolonio Ávila, Felipe Estrada, Alberto Cordero, Manuel Quiroz, Salomé Reyes, Bruno Mercado, Julián Mercado, Emilio Mercado, Jesús Ávila, pero han olvidado el origen de los vestigios más notorios del lugar.
El Puente del Diablo, como leyenda, ha traspasado fronteras como parte de la literatura y entretenimiento, pero en la realidad es el coloso de Navacoyán que ha resistido a los embates del tiempo.
Por generaciones, los duranguenses sostienen que el puente que existe en la población Navacoyán fue construido por el Diablo en una sola noche y es una de tantas veces que el Diablo, siendo tan Diablo, no terminó totalmente la obra y perdió el trato que había concertado con el albañil que lo había contratado.
Para solucionar el problema de las inundaciones que parecía imposible, se optó por contratar un experimentado constructor de puentes traído de la ciudad de Zacatecas, quien tenía fama de haber realizado obras de tal naturaleza con mucho éxito.
El hacendado lo condicionó a terminar en tiempo y forma la obra; de lo contrario, no le pagarían un centavo. Aceptadas las condiciones, se puso mano a la obra contratando maestros, aprendices y oficiales, así como acarreo de piedra.
Cuando el tiempo establecido en el contrato estaba por vencerse, la obra llevaba un retraso de un 75 por ciento y resultaba materialmente imposible terminarla en el plazo convenido.
Fue imposible terminar el legendario puente; el albañil, pensando que la fatalidad lo había vencido, manifestó estar dispuesto a entregar su alma al Diablo a cambio de terminar la obra.
En ese momento se presentó ante aquel hombre un curro vestido de negro, quien le ofreció su ayuda a cambio de disponer del albañil en cuerpo y alma. Se cerró el compromiso. Miles de hombres aparecieron como por arte de magia y dentro de una terrible tormenta trabajaban en la construcción del puente.
La obra casi se había terminado, solamente faltaba poner la última piedra en un alero del puente; cuando cantó el gallo de la madrugada, faltaba una piedra que no representaba peligro ni hacía falta.
Para entregar la obra completamente terminada, el albañil colocó la piedra que faltaba, la pegó con mezcla y se fue a llamar al hacendado para entregarle la obra. Grande fue su sorpresa que, al regresar, la piedra estaba fuera del muro y no había señal alguna de que antes él hubiera pegado. Así, el puente fue terminado faltándole solamente una piedra, la cual se quedó así para siempre.
Cuando el Diablo intentó llevarse al albañil, éste argumentó que le había faltado una piedra, salvándose así del trato; el Diablo desapareció y nunca volvió a molestar al maestro albañil, con lo cual demostró que aceptaba su derrota y se mostró como personaje de honor y palabra.