Para don Lorenzo Servitje, por lo que debe estar más allá de la diferencia.
“El hombre es un animal domesticado”.
Platón
Lo primero quizá sería una buena dosis de resignación. En una democracia uno gana y pierde discusiones. El triunfador debe tener cuidado con la embriaguez de la victoria, con esa soberbia que merodea, con la tentación fútil de acabar con el otro. El perdedor por su parte debe aceptar que la res pública seguirá un camino que uno no pensó como el mejor, que todos podemos estar equivocados, que la idea de mayoría tiene un sentido, que la democracia también garantiza a las minorías su existencia, que en una democracia el perdedor no será avasallado. El vencido debe mostrar la convicción y la esperanza de que en una sociedad abierta no hay nada definitivo. El mandato democrático es claro: todo debe ser discutido en paz. La democracia no es un puerto de arribo, es una forma de navegar.
La mejor manera de mantener viva nuestra esperanza de volver a discutir un punto y ganarlo es precisamente defendiendo ese espacio que nos lo permite: la democracia. Pero también se debe admitir que hay discusiones que no tienen un buen fin, que después de haberlas cruzado, la conciencia no descansa. Cuatro son las principales: la pena de muerte, el aborto, la eutanasia, la formalización de las relaciones entre personas del mismo sexo. En nuestro país se habían mantenido contenidas. Eran asuntos de tal complejidad que era preferible -pensaban algunos- no encararlas, mejor el silencio evasor. Los inútiles cálculos políticos desplazaron a la responsabilidad. Pero la sociedad mexicana cambia todos los días. Hoy está más informada, es más inquieta, está más involucrada. La globalización nos arroja al mundo y nos arroja el mundo encima. En los últimos años las cuatro discusiones han estado entre nosotros.
Las pasiones afloran. La subjetividad domina. Muchos de los que han sido víctimas de un secuestro o de actos de violencia grave salieron a la calle a pedir la pena de muerte. ¿Cómo no entender su rabia? No sólo ellos, el primer reclamo social es seguridad. Pero la pena de muerte tiene sus complicaciones. ¿Y si el juzgador se equivoca? Siempre existirá esa posibilidad. La mayoría se inclinó por negar la pena de muerte, para enojo de muchos. Perdieron, pero perdieron en democracia.
Las relaciones entre personas del mismo sexo también son un tema que divide a las sociedades. Pero es una realidad tan antigua como la humanidad misma. Para algunos se trata de degeneración, de enfermedad, de algo amenazante. Para otros es simplemente parte de su derecho a vivir la vida como quieren, de la libertad misma. En la capital y otras entidades las “sociedades de convivencia” salen victoriosas. Ganaron en democracia. Finalmente llegan también a la capital las discusiones sobre aborto y eutanasia. De nuevo la sociedad se divide. ¿Podía ser de otra forma? La Iglesia Católica se alza en armas. El propio Papa lanza desde Roma sus petardos. Para ellos es la guerra. ¿A dónde voy con todo esto?
Hasta aquí pareciera un cuento de hadas: unos están a favor otros en contra, se discute, unos ganan, otros pierden. ¡Viva la democracia! Pero la democracia supone que durante la discusión unos y otros se comporten como “animales domesticados”, es decir que no agredan a las contrapartes, que respeten las diferencias. No ha sido así. En todas y cada una de estas discusiones ha habido grupos radicales que recurren a la violencia igual en contra de Serrano Limón que de los asambleístas de la capital. Violencia light que es violencia.
Lo que se ha desnudado es la profunda intolerancia política que todavía nos rige. No nos engañemos, la civilidad, esa domesticación a la que se refiere Platón, no ha sido la norma de comportamiento. Unos y otros han acudido a esa fórmula -inválida en la democracia- que es la intimidación: las amenazas en contra de los asambleístas, la excomunión como espada de Damocles para los que osarán aprobar la Ley o la propaganda vil e insultante de organizaciones de agresión: “Cobardes. Un feto no puede defenderse” que circula en forma de tarjeta postal. ¿Cobardes? ¿Por qué, por pensar distinto? La primera fórmula de la bajeza es descalificar al interlocutor -cobardes- y no acudir a los argumentos.
No cantemos victoria. La democracia mexicana está en construcción. Hemos avanzado mucho más en las normas que nos rigen que en el comportamiento ciudadano. Las elecciones de 2006 y las discusiones sobre tópicos polarizantes develan una sociedad poco tolerante a la diferencia. Hay un problema: la democracia es la mejor forma de administración civilizada de las diferencias, pero se sustenta en comportamientos ciudadanos. La democracia es mucho más que normas, la democracia es actitudes y actos cotidianos, es cultura y allí lo que hemos visto nos pinta muy mal. Laicos y creyentes, pro pena de muerte y sus contrarios, aquellos que defienden las “sociedades de convivencia” y los que sólo ven degeneración en la homosexualidad, los pro aborto y antiaborto, lo mismo con la eutanasia, todos tendremos que sentarnos a la misma mesa a discutir el mejor rumbo para el país. Eso nos exige la democracia, ser domesticados, civilizados dirían entre otros Norbert Elias, ser demócratas de verdad. No podemos comenzar la discusión con un insulto: cobardes. Por ese camino no llegaremos muy lejos.
Mirar al IFE y al COFIPE y al Tribunal está muy bien. Pero no nos caería nada mal pararnos frente al espejo y preguntarnos cómo actuamos frente al diferente. ¿Somos tolerantes o seremos acaso de los que insultan antes de discutir?