19/abril/2003
Chihuahua, (Notimex).- En época de Semana Santa, los tarahumaras danzan para orar y mantener su espiritualidad, bailan en honor a sus muertos y para agradecer bendiciones o alejar los maleficios y evitar las enfermedades, el sufrimiento y la tragedia.
Los tarahumaras se llaman a sí mismos rarámuri, los españoles, por "corrupciones" del lenguaje, los denominaron tarahumaras, castellanización de la palabra tarámuri, inversión tarumari, según el padre Luis Verplancken.
El historiador Luis González señala que rarámuri etimológicamente significa "planta corredora" y que en un sentido más amplio quiere decir "Los de los pies ligeros", haciendo alusión a la más antigua tradición de ellos: la de correr.
Al llegar los misioneros a la sierra, trataron de enseñar a los rarámuri pasajes evangélicos de la Semana Mayor, celebraciones que fueron de gran agrado para los indígenas.
En la actualidad, en todas las partes donde hay un templo se hacen estas celebraciones de acuerdo al mismo patrón que los misioneros les enseñaron.
En estas fiestas colocan ramas de pino que marcarán el camino de las múltiples procesiones; aquí participan dos grupos: el de los fariseos (bandera blanca) y el de los soldados (bandera roja).
Ambos tienen capitanes que los dirigen, tenaches que cargan con las imágenes de los santos y los pascoleros que participan con la alegre danza del pascol, usando cascabeles alrededor de los tobillos bailan al son de los violines y flautas.
Algo interesante es que los rarámuris simbolizan a los chabochis en el grupo de los malos (fariseos), los cuales se pintan de blanco y representan a los partidarios de Judas, que en la danza simbólicamente andan en todas partes y dominan la situación, pero al final son vencidos y triunfan los representantes del bien: los soldados.
Según la leyenda de los antiguos pobladores de la sierra, el mundo fue creado por Rayénari -dios sol- y Metzaka -diosa luna-. En su honor, hoy en día bailan, sacrifican animales y beben tesgüino.
El tesgüino es un fermentado de maíz, de contenido alcohólico (similar a la cerveza), espeso y nutritivo.
Desde una semana antes del jueves santo, vuelcan toda su energía y trabajo conjunto para la celebración, durante tres largos días, de la Semana Santa.
Los jóvenes regresan del bosque cercano con pequeños pinos con los que se construirán arcos hasta de cuatro metros de alto para colocarse frente y alrededor de la iglesia.
Estos arcos, coronados con grandes flores de yuca, sirven en el ritual de Semana Santa como estaciones, en donde un grupo de hombres y mujeres -previamente designado- baila y reza. Estos arcos también se instalan frente a la casa donde se prepara y se sirve el tesgüino.
Durante tres días no dejan de sonar los tambores, las flautas y violines, que hacen recordar música de antaño; hay mucha actividad en el pueblo y los ancianos van y vienen, mientras que los niños juegan entre las mujeres que muelen el maíz para el tesgüino.
Justo antes del anochecer, uno de los chamanes entra al atrio de la iglesia seguido por tres hombres que portan pequeñas vasijas llenas de esta bebida. El chamán sostiene sobre su cabeza olotes ardiendo y un cuchillo, los cuales utiliza para señalar, frente a la cruz de madera, los cuatro puntos cardinales.
Los tres hombres que lo acompañan rocían el piso con el líquido de sus vasijas, el rito se repite tres veces.
El jueves santo, a media noche, la muchedumbre se dispersa, y cerca de la una de la mañana sólo el misterioso sonido de los tambores se escucha en la oscuridad.
La mañana del viernes santo, los soldados y fariseos, representados por dos grupos de hombres pintados con cal y ocre, los pintos danzan durante 36 horas. Donde quiera que ellos realizan su representación, se sirve tesgüino.
Los danzantes llevan dos figuras de paja -una femenina y otra masculina- representando a Judas. El viernes es el único día que participan las mujeres en la procesión, cantando y echando incienso alrededor de la iglesia.
Para entonces, el atrio se encuentra atestado de bailarines y músicos tocando sus tambores, violines y flautas; los ancianos también están presentes.
Esa noche, es cuando los tarahumaras realmente gozan de la fiesta: beben, bailan, ríen y chismean; despúes más baile y saltos, acompañados siempre del agudo sonido de los tambores.
El sábado en la mañana, los grupos de soldados y fariseos danzan en los cerros. Al mediodía los grupos de danzantes llevan a cabo su representación en el atrio del templo. Son los "matachines" que se mueven rítmicamente al compás del violín y la guitarra.
En la tarde, el maestro de ceremonias destruye todos los arcos que están al frente de la iglesia, mientras los artistas y espectadores se retiran lentamente hacia el campo. Allí son quemados los Judas.
Puede afirmarse que el tarahumara ha conservado su vieja cultura con sorprendente tenacidad. Desde hace varios siglos emplea los mismos dibujos y símbolos en sus obras artísticas, en sus fajas, cerámica y cobijas.
A sus muertos continúan dejándoles comida para el viaje sin retorno y les "ayudan" a subir al cielo mediante la celebración de tres o cuatro fiestas, según si el difunto es hombre o mujer.
Aunque en muchos casos el significado de ritual ha desaparecido, éste ha demostrado gran vitalidad para subsistir. Todos sus movimientos se han mantenido vivos, latentes y aún han influido en algunas ceremonias de la Iglesia Católica.
La existencia del patio para las ceremonias rituales, el humo, que es el incienso del tarahumara, el rocío de los cuatro puntos cardinales y los cánticos ininteligibles se practican religiosamente, pero no pueden los tarahumaras darnos una explicación mitológica de todo esto.
Las danzas que realizan los tarahumaras, no son meramente bailes sociales, sino ceremonias llenas de significado: son una plegaria en pantomima, cuidadosamente ejecutada, y jamás cambiada por la inventiva.
Pocas ceremonias tienen la afinidad del actor y el espectador inherente en estas danzas, hilos de comprensión tejido en la tela de la vida de la tribu, motivación espiritual de costumbres y creencias.
Para el observador curioso podrán parecer un retroceso raro, de fondo impresionante, e indumentaria artística, pero, esencialmente, entretenimiento.
Para el tarahumara significan mucho más, pues a través de sus danzas se desenvuelve su cultura y en ellas expresan sus esperanzas, temores, los tormentos de su alma, anhelos de vida mejor y plegarias por felicidad y alegría.
Al son del ruido isócrono que producen sus sonajas, con unción religiosa, ejectuan el Tutugúri y el Yúmare, tan parecidos al mitote de los huicholes y tepecanos del sur, las pascolas y la danza del peyote.
El baile Tutugúri es deprecatorio y generalmente se ejecuta de noche, especialmente en época de cosechas. Lo bailan toda la noche, y al amanecer se comen las ofrendas que habían colocado al pie de las creces.
Tanto en este baile como en el Yúmare no se tocan el violín y la guitarra, sino nada más acompaña al canto del sacerdote la sonaja.
Con excepción de la Semana Santa, los Matachines -baile de la época colonial- se bailan en todas las fiestas al son de guitarra y violín.
Es interesante observar, a propósito del folklore y las fiestas tarahumaras, que la característica más notable suya es el silencio.
La vida nomádica y las tesgüinadas no se prestan para una extensa mitología o para un acervo de cuentos y leyendas.
Gran parte de las tradiciones actuales de los rarámuris son una apropiación de lo aprendido de los misioneros jesuitas durante los casi 150 años que convivieron en la época colonial, asienta Luis Verplancken.
Sus complejas celebraciones místico-religiosas están conformadas por danzas, tesgüinadas y ofrendas, en las que nunca falta la bebida tradicional de maíz llamada tesgüino.
Su elaboración consiste en dejar germinar, humedeciéndola y poniéndola cerca de la chimenea, una cierta cantidad de maíz. Una vez que ha brotado raíz, se muele, se hierve y se le añade basiáwari, para ayudar a la fermentación.
Del nacimiento a la tumba, a propósito del ciclo agrícola, de las fiestas, del trabajo compartido al servicio de la comunidad, el tesgüino los acompaña para subrayar la convivencia, el esfuerzo común, la celebración especial, es el alimento fundamental de dioses.
Por esta razón, se ofrece al sol y a la luna, a los cuatro rumbos del universo, a las milpas y a los inmunerables espíritus del cosmos.
Para ellos, la danza es una oración; con la danza imploran perdón, piden lluvia (para propiciarla se baila la danza de dutuburi), dan las gracias por ella y por la cosecha; danzando ayudan a "Repá betéame" (El que vive arriba), para que no pueda ser vencido por "Reré betéame" (El que vive abajo), es decir, el diablo.