Señala la Arquidiócesis que el comer 12 uvas y vestir ropa interior amarilla y roja es pecado.
La Arquidiócesis Primada de México calificó ayer como expresiones de magia, y por tanto como “pecado”, los rituales de Año Nuevo a las que recurren quienes viven “a lo pagano, sin Dios o con falsos dioses”, como el comer 12 uvas a la medianoche o vestir ropa interior amarilla y roja.
En un artículo de su órgano informativo “Desde la fe”, la institución eclesial descalificó éstas y otras tradiciones, como lo hizo anteriormente con las fiestas de Halloween, a las que identificó con prácticas satánicas, considerando que se alejan de la vida cristiana.
“El que no conoce a Dios… ¿ante cualquier palo se hinca”, sostiene en el artículo dedicado a los rituales, advirtiendo que hay dos formas de vivir, “a lo cristiano y a lo pagano”, y que la primera es “comprender que Dios es el dueño de nuestro tiempo”.
Quien vive a “lo pagano”, cuestiona, confía en la suerte, usa amuletos para conseguirla y asegurarla y cae en la brujería o en la magia. El Año Nuevo es una promesa de vida y entonces, en lugar de recurrir a Dios se recurre a la magia para conseguir de ella lo que sólo Dios puede dar”, afirma.
Es magia comer apresuradamente doce uvas al ritmo de las campanadas de la media noche para asegurar la alegría y el bienestar; es magia ponerse ropa interior roja y amarilla para conseguir dinero; es magia barrer hacia afuera para echar de casa todos los males; es magia dar vuelta a la manzana cargando las maletas para asegurarse un viaje”, detalló la institución.
También calificó de magia “los borreguitos que se usan para conseguir ‘lana’, o las semillas que se llevan a bendecir para conseguir abundancia”, y aseguró que todos estos actos parecerían inocentes si no se hicieran con la creencia de su efectividad. La magia, y todo acto supersticioso es pecado, alertó, porque pretenden sustituir a la fe.
Piden por la familia
El arzobispado de México criticó ayer, en la misa dominical dedicada a la familia, el poder económico que se levanta como un nuevo Herodes y constituye una amenaza para la familia tradicional, al llevar a las mujeres fuera del hogar en aras de mayor comodidad y bienestar.
“Herodes se presenta en la mentalidad de muchas mujeres, que desprecian o minusvaloran su papel de amas de casa y abandonan el cuidado de una familia, en aras de una vida de más confort y de una realización personal al margen del esposo y de los hijos”, dijo en la homilía el obispo auxiliar Carlos Briseño, en sustitución del cardenal Norberto Rivera Carrera.
Advirtió que hoy el poder económico se levanta como un nuevo Herodes, que destruye vidas inocentes “en algunos casos antes de nacer”, no dando a los niños la posibilidad de desarrollarse, a los padres la posibilidad de un empleo digno, teniendo que separarse de la familia y emigrar a grandes ciudades o al Norte.
El obispo aseguró que la familia tiene hoy un papel muy importante, y debe protegerse de todo lo que la amenaza, pero para ello debe detectar primero lo que la desintegra, lo que la desune e invitó a todos los católicos a proteger y cuidar esta institución, que, dijo, ha sido perseguida y amenazada de destrucción en todas las épocas.
Surte importación ritual de las uvas
Como cada año, Guadalupe Ortega reunirá a sus siete hijos y 13 nietos para recibir el Año Nuevo en su casa de Iztapalapa, donde al repique de las campanas su familia comerá 12 uvas en símbolo de unión y prosperidad.
Luego de trabajar 27 años como cocinera en un restaurante del Centro de la Ciudad de México, considera que la tradición es muy mexicana y se seguirá transmitiendo de generación en generación.
“Tenemos esa tradición desde la casa de mis abuelos; él se comía una uva y pedía un deseo, y así se nos quedó grabado y nosotros lo hacemos cada año, es muy mexicano”, explica. Sin embargo, para decepción de Guadalupe, el origen del ritual, según la versión más aceptada, fue una sobreproducción de uvas en la región de Alicante, en España, a principios del Siglo 20.
“En aquella ocasión, los viticultores tuvieron un excedente en su producción y no sabían cómo vender las uvas, entonces idearon el mito de que comer uvas al entrar el año nuevo garantizaba buena suerte, y al menos ellos lo lograron, porque vendieron todas sus uvas”, indica la historiadora Rosa Martínez Ríos.
Desde entonces, el ritual se extendió en toda España y México, donde tuvo mucho impulso gracias a la producción de uvas que tiene el país. En México, en el trimestre de abril a junio de 2007 se cosecharon 101 mil 552 toneladas producidas en más de 7 mil hectáreas, según datos de la Secretaría de Hacienda. Sin embargo, la mayoría de esas uvas se destina a la exportación. Se envían a países como Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Estados Unidos y algunas naciones europeas.
De hecho, las uvas que se consumen en Año Nuevo en el país no son nacionales en su mayoría, pues la época de cosecha no coincide con la celebración.
“Las uvas de mesa que comemos en el Año Nuevo vienen en su mayoría de Chile, porque allá es donde se producen en esta época; aquí la temporada fuerte es de abril a junio”, comenta Raúl Ruiz Cavazos, comercializador de uvas de mesa en la Central de Abasto del Distrito Federal.
Por ese motivo ocurre también el encarecimiento del precio, que en los últimos días del año puede alcanzar hasta los 100 pesos por kilo.
La principal región productora de uvas en México es el noroeste, en particular el Valle de Guadalupe, en Baja California, en donde se cultivan principalmente para elaborar vinos, y los municipios de Hermosillo y Caborca, en Sonora, en donde se destinan a la fabricación de brandy y pasas.