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¿Qué se necesita?

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

En la anterior elección presidencial de Estados Unidos participaron como principales candidatos tres senadores en funciones y una gobernadora actuante. En la mexicana de 2006 contendieron fundamentalmente un exgobernador de Tabasco (Madrazo… si a eso se llama gobernar), un exdiputado y exmiembro del Gabinete (Calderón) y un exjefe de Gobierno del DF (el cual en sus vidas anteriores probablemente fue predicador protestante furibundo o faquir itinerante en Uttar Pradesh). La pregunta es obligada: ¿qué requisitos previos debería cumplir quien pretenda convertirse en líder de un país moderno (suponiendo sin conceder que México aspira a ser moderno)? ¿Es mejor la experiencia, o la frescura; incluso la ingenuidad? ¿Debería haber competido antes por un puesto de elección popular, o con haber llevado una carrera burocrática, conociendo los intríngulis del poder, es suficiente? ¿No sería mejor que los dirigentes salieran de la clase intelectual, como el caso de Vaclav Havel en Checoslovaquia? ¿Qué antecedentes son más apetecibles a la hora de escoger a quien puede conducir pueblos enteros al abismo o la prosperidad?

Tema peliagudo y debatible, sin duda. Por tanto, quizá lo mejor sería echarle un vistazo a algunos ejemplos históricos, e intentar sacar conclusiones. En el caso mexicano, los últimos presidentes que previamente habían sido gobernadores de su entidad fueron: el muy remoto Gustavo Díaz Ordaz, quien de hecho brincó a la Silla del Águila no desde el Palacio de Gobierno de Puebla, sino desde la Secretaría de Gobernación en el régimen de Adolfo López Mateos; y Vicente Fox, quien utilizó la gubernatura de Guanajuato para apantallar al respetable con su desparpajo y espíritu atrabancado… lo que luego tuvimos que pagar muy caro como nación. Por el lado norteamericano, antes de sentar sus reales (y sus respectivas imaginarias) en la Casa Blanca, fueron gobernadores Bush el Tonto (Texas), Clinton (Arkansas), Carter (Georgia), Reagan (California) y, más remotamente, Franklin Delano Roosevelt (Nueva York). Así que, por allá, el haber ejercido el Poder Ejecutivo a nivel más bajo parece que sienta bien a la hora de intentar llegar a la Oficina Oval.

Pero ojo: haber gobernado un estado (incluso exitosamente) no es garantía de nada. Hay políticos que nadan como pez en el agua en sus ámbitos locales, donde se desempeñan con perfecta naturalidad, bailan la quebradita y se llevan de pellizco-y-nalgada con media población; pero a quienes les puede entrar pánico escénico a la hora de confrontar otras realidades, de una gran diversidad, especialmente en un país tan fracturado y heterogéneo como México.

Una estancia previa en el Gabinete como trampolín a la Presidencia resulta la tendencia más recurrente aquí en México: el relevo presidencial a través del círculo de poder más próximo a Palacio Nacional fue el pan de cada día (o bueno, de cada sexenio) durante el Priato: Zedillo fue secretario de Educación de Salinas, quien lo fue de Programación y Presupuesto de De la Madrid, quien lo fue también de P & P de José López Portillo, quien lo fue de Hacienda de Echeverría, quien fue un psicópata… y secretario de Gobernación de Díaz Ordaz. Y mejor ahí le paramos.

Esto es, que en el caso de muchos presidentes mexicanos, los primeros comicios que hubieron de enfrentar en-su-vi-da fueron aquellos que los llevaron a Los Pinos. Antes de ganar (¿?) la elección de 1988, Carlos Salinas no había competido (y menos triunfado) ni en la elección para Rey Feo de las Fiestas de la Primavera del Jardín de Niños “Mi Ilusión”… competencia en la que, nos late, hubiera sido contundente vencedor. Y sin caída del sistema…

Ello no ocurre ni remotamente así en los Estados Unidos. Ningún miembro de un Gabinete previo ha dado el brinco a la Presidencia en las últimas tres generaciones. Los vicepresidentes han tenido un poco más de suerte, pero no mucha: a Nixon por fin se le hizo ocho años después de haber sido el vice de Eisenhower. Ford lo sucedió, pero éste no había sido electo, sino que había entrado al relevo porque el anterior vice, Spiro Agnew, hubo de renunciar por cargos de corrupción (también, ¿quién le da puestos de responsabilidad a alguien con ese nombre?). Bush I reemplazó a su tonto exjefe Reagan… Y párenle de contar. Ya sabemos lo que les ocurrió a Humbert Humphrey y Al Gore. En las democracias parlamentarias es obviamente forzoso que el gobernante en turno haya tenido una carrera legislativa previa, ya que el primer ministro surge del Parlamento. En las repúblicas con presidencialismo fuerte, como México y EUA, ello no es recurrente. Sin embargo, en el caso de los vecinos del Norte parece que ayuda. Presidentes más o menos recientes de Estados Unidos que hicieron primero sus pininos en la Rotonda del Capitolio fueron: Truman (senador por Missouri), Kennedy (senador con curul familiar y derecho a heredarla por Massachusetts), Johnson (diputado por Texas), Nixon (diputadete por California), Ford (diputado por Michigan), Bush el No-Tan-Tonto (diputado por Texas) y ahora Obama (senador por Illinois). Como puede verse, hay de chile, de jamón y de manteca. Del Poder Legislativo norteamericano ha salido lo mejorcito y lo peorcito en hacerse cargo luego del Ejecutivo.

Acá en México las Cámaras del Legislativo no han servido de trampolín, quizá porque en ellas sus miembros tienen tres o seis años de oportunidad para mostrar su baja estofa, la mínima calidad moral de que hacen gala, el IQ igual o inferior a 80 que ostentan, y su nulo sentido del ridículo; y como que así está difícil avanzar, incluso en un país de cínicos y desmemoriados como es éste. En las últimas dos generaciones, el único presidente mexicano que ha tenido experiencia legislativa ha sido Felipe Calderón… lo que evidentemente no lo preparó para saber cómo lidiar con los orangutanes esquizoides que pululan en San Lázaro y Xicoténcatl.

¿Conclusión? Que no hay ningún patrón, ninguna certeza. Un hombre sin mucha educación académica y forjado al calor de la lucha sindical (Lula da Silva) ha mostrado tener más sentido común y visión de futuro que toda la izquierda mexicana junta, con todos sus títulos (bueno, los de aquellos que sí pasaron todas las materias) de la UNAM y sus rancios eslóganes del Siglo XX. Como un avezado tecnócrata, forjado en los ámbitos más elitistas de la República Francesa y con fama de duro y capaz (Sarkozy), se la ha pasado enseñando el cobre con frivolidades sin cuento. Como el muy ágil Kennedy y las luminarias que lo rodearon (“The best and the brightest”, los mejores y más brillantes, se hacían llamar) metieron algunas de las peores patas de su generación.

Así pues, los antecedentes generales no dan ninguna certeza de que Fulano o Zutano será un gran presidente. Lo que sí es que, insisto, en México a todos los candidatos de alcalde para arriba habría que hacerles una tomografía craneal… para comprobar si hay algo dentro. De perdido. Consejo no pedido para ser aclamado por las fuerzas vivas (y las atarantadas también): Lea “Desde el jardín” (Being there), de Jerzy Kozinsky, sobre cómo un retrasado mental alcanza las más altas posiciones de la política norteamericana. Sí, suena a profecía. Y sí, suena a los últimos 20 años de la historia de México. Provecho.

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