Después de muchos años de lucha Último Guerrero se ha consolidado como una de las estrellas del Consejo Mundial de Lucha Libre.
A inicios de los 90s, un joven gladiador que había triunfado en su natal Gómez Palacio, Durango, llegó al Distrito Federal con la ilusión de convertirse en estrella; pero de inicio se topó con el monstruo de la indiferencia, que le negó un hogar y trabajo para sobrevivir.
Ahora, aquellos años lo hacen más fuerte. “No ha sido fácil, pero soy de la idea de que cuando se sufre sabe mejor el éxito. Acá las cosas son más en serio, llegué a México y me enfrenté con la realidad de la lucha libre”, dice El Último Guerrero.
La estirpe de guerrero le ayudó a soportar el vivir durante dos años debajo de un ring: “Mi cama era el suelo, en el gimnasio Fuerza-Panther. Nadie me conocía, entré a esa empresa porque estaban reclutando gente y así empezó la aventura”.
Con el éxito como aliado, hoy se da tiempo para recordar sus inicios: “Creo que mis antepasados fueron luchadores o guerreros, además que desde niño crecí en los escalones de la Plaza de Toros de Torreón, Coahuila. Mi padre me llevaba porque era un gran aficionado y me cuenta que ahí empecé a caminar y a hablar”.
Después se volvió un asiduo fanático de la Arena Olímpico Laguna, a donde llegaba cargado de sus muñecos de luchadores: “También coleccionaba rings de juguete, tuve como 15, eran mi gran diversión”.
Pero su mayor tesoro infantil eran dos máscaras que usaba para jugar luchitas con su padre: “Tenía las tapas de Mil Máscaras y Dos Caras, pelear con mi padre era el momento más grato del día”.
Pese a su gran afición por la lucha libre, el pequeño sentía miedo de subirse a un ring, pero ocurrió algo que lo marcó para siempre.
“Durante una lucha, Mano Negra rodó sobre el ring y me acerqué a tocarlo, al hacerlo me pasó una energía inexplicable, fue el detonante que despertó en definitiva mi amor por este deporte”. Después de recibir los primeros consejos de El Impostor, cuando cursaba la secundaria, ingresó a la Olímpica: “Ya en la preparatoria me despegué un poco, pero la semilla ya estaba sembrada, tanto que me decían el luchador, porque todo el tiempo me la pasaba haciendo llaves y castigos a los compañeros”.
A los 16 años empezó a entrenar en forma y debutó en diciembre de 1990 contra El Diabólico III: “Luchaba como El Flánagan, pero en mi presentación me puse muy nervioso, pues cuando ya te dicen que vas a debutar es duro de asimilar el pánico escénico que sientes”.
Como Flánagan fue estrella de La Laguna, enfrentó a los mejores y decidió brincar a lo grande cinco años después: “Un día, mi padre me dijo que tenía que ser un luchador estrella y no del montón, así que se lo he cumplido y ahora él es mi más grande admirador”.
Sufrió para conocer el éxito y la fama, por eso la asimiló bien y no cayó en los excesos: “Hay gente a la que le llega la fama rápido y tal vez por eso se le sube, pero el que batalla se acuerda de que muchas veces no tuvo ni para comer... eso te marca para siempre”.
Reconoce en Fuerza Guerrera a un gran amigo en los malos momentos: “Me dio trabajo en su fábrica de jaulas, aprendí a soldar, y eso me sostuvo cuando no tenía ni siquiera para comer”.
Ya siendo El Último Guerrero seguía viviendo debajo del ring, no era sencillo sobrevivir: “Yo tenía mucha hambre y decidí tocar la puerta del Consejo (CMLL) y me la abrieron, así que debuté en diciembre de 1997”.
Luego añade que allí le exigen que esté bien preparado. Y es que afirma que hay que tener armas, pues un soldado no va a la guerra sin su rifle: “Desde que llegué dije que no iba a regresarme sin triunfar, siempre supe que iba a ser un luchador estrella y lo estoy logrando”.
Los lujos han llegado, pero valora cada peso ganado para conseguirlos: “Recuerdo que miraba los carros deportivos, el Mustang me encantaba y me decía que un día tenía que tenerlo y lo conseguí, son detalles que forman tu carácter y te van haciendo más fuerte”.
Un proceso en el que la lectura ha sido un buen cómplice: “Me gusta mucho la lectura, el último libro que leí fue El Secreto, antes de hacerlo ya hacía esas cosas, sabía que para poder lograr algo necesitas imaginártelo y luchar por él”, finaliza.