CONACULTA
HUEJUTLA, HGO- Don Ramón Mendoza Maldonado es uno de los últimos sastres de “cueras’’ en Tula, Tamaulipas, y portador itinerante de la historia del primer diseño del traje típico de esa entidad cuya elaboración artesanal -dice con tristeza- empieza a desaparecer debido a la competencia industrial.
“La tradición se está extinguiendo porque los viejos sastres se han ido muriendo y porque los jóvenes ya no quieren aprender a hacer cueras, faldas o camisas’’, explica don Ramón, quien pese a todo, persiste en su oficio de curtidor, sastre y vendedor ambulante de sus propias manufacturas en las ferias de pueblo de la Huasteca.
Mendoza Maldonado, de 62 años de edad, recorre todos los años las fiestas patronales de los principales ayuntamientos de Tamaulipas, Veracruz, San Luis Potosí, Querétaro, Hidalgo y Puebla –“de Tula a Tuxpan y de Ciudad Valles a La Ceiba’’- en busca de clientela para sus cueras tamaulipecas en cuya confección emplea tres días.
Fue uno de los artesanos invitados al VIII Festival de la Huasteca, celebrado en días pasados en Atlapexco, Hgo. En su tenderete-taller, en tanto vendía sus productos -cueras, faldas, camisas, porta-navajas, porta-encendedores, bolsas de mano, monederos, todos elaborados en piel- exhibía sus habilidades.
“El alto costo es uno de los principales factores de que estemos perdiendo mercado; pero el determinante es su producción en serie en otros lados, aunque sin la autenticidad ni la calidad de nuestras cueras’’, reconoce don Ramón, y éste es el pretexto para recordar la historia del conocido atuendo tamaulipeco.
“En Tula se hizo la primera cuera. El primer diseño lo hizo don Rosalío Reyna Reyes, abuelo de mi esposa, entre los años 15 y 17 del siglo pasado. Fue a iniciativa del general agrarista Alberto Carrera Torres, quien un día llegó y le pidió una chamarra norteña con muchas barbas y adornos a partir del cotón vaquero’’, explica.
“El cotón era una chamarra sencilla, discreta, con apenas un flequito o barba en la pechera y otro en la espalda. Era muy parecida a las chamarras tejanas, de las que quizás se tomó ese adorno y el que, a su vez, pudo ser copiado del que llevaban los indios norteamericanos. Pero el general Carrera quería flecos más abundantes y otros adornos’’.
Don Rosalío obedeció, y además de ponerle más barbas al cotón, tanto en la pechera como en la espalda y a la altura de las bolsas de la parte baja, le dibujó flores y plantas del desierto que van pegadas en parche sobre prácticamente todo el traje, lo cual gustó mucho al general, quien fue el primero en lucir una cuera y popularizarla.
Don Ramón cuenta que a partir de los años veinte -el general agrarista fue fusilado por los carrancistas en Ciudad Victoria antes del fin de esa década -el modelo se extendió a todo Tamaulipas, Nuevo León y Veracruz, “calando’’ especialmente en el gusto de los huastecos de las entidades donde existe la tradición del huapango.
El oficio de corte y confección de cueras pasó primero a don Pomposo Reyna Chaires, hijo de don Rosalío, y luego a don Ramón, quien como discípulo y yerno de aquél, se quedó al frente del taller familiar, en el que sigue elaborando dichos trajes con base en los patrones y plantillas diseñados en 1916, según las ideas de Carrera Torres.
“Yo sigo haciendo cueras como me enseñó mi suegro quien a su vez lo aprendió del abuelo. El procedimiento -explica el sastre- es casi el mismo, aunque el uso de otros materiales (piel de res en lugar de gamuza de venado, uso de pieles preparadas y no curtidas en casa) modifican el trabajo artesanal al que uno estaba acostumbrado’’.
La elaboración de una cuera es similar a la de cualquier chamarra. Se hace por encargo y sobre medida, salvo las de muestra o exhibición, en razón de su precio -cinco mil pesos en promedio, según su tamaño- porque se trata de una prenda de lujo y de difícil confección por el tratamiento que la piel exige.
“Los dibujos se hacen con plantillas. Primero se ponen sobre la piel, se trazan y recortan con tijera. Luego se pintan y se pegan al cotón con sustancias industriales’’, dice don Ramón, quien informa que los diseños que él usa son los mismos que inventó el abuelo de su esposa hace 83 años en Tula, de donde es también nativo.
En Nuevo León, Jalisco y Oaxaca pervive la tradición de las cueras, pero “no son iguales a las de Tamaulipas, por mucho que las imiten; y todas -reconoció don Ramón Mendoza, quien tiene tres décadas elaborándolas- han derivado del cotón vaquero, que fue vestimenta surgida en tiempos de la Colonia Española’’.