El día viernes cuatro de octubre presenté a su Majestad Gyanendra Bir Bikram Shah Dev de Nepal mis cartas credenciales como Embajador de México. Tocó la casualidad de que pocas horas después el Rey en una decisión histórica destituía a su Primer Ministro Sher Bahadur Deuba y todo su Gabinete lanzando al país a un capítulo sin desenlace asegurado.
En su anuncio no hubo disimulos ni ambigüedades. El Monarca fue claro: el Primer Ministro había dado muestras de “incompetencia” al no poder organizar las prometidas elecciones parlamentarias y tocaba al Rey asegurar la democracia multipartidista reestablecida en 1990.
En efecto, Deuba había disuelto el Congreso el 22 de mayo pasado y fijaba la fecha de elecciones de diputados para el próximo 13 de noviembre creando un complicado vacío parlamentario. La semana pasada, sin embargo, alegando una situación de violencia prevaleciente en el país, el mismo Deuba propuso posponerlas nuevamente hasta el 19 de noviembre de 2003 lo que alargaría el problema exponiendo al país a nuevas prórrogas.
Ante esta nueva dilación el Rey decidió hacer valer su autoridad constitucional de garante de la cultura y de la democracia nacionales y cesar no sólo a Deuba sino a todo su gobierno.
Gyanendra declaró que él mismo asumía todos los poderes ejecutivos mientras nombraba, en los siguientes cinco días, a los integrantes de un Consejo que fungiría como gobierno provisional. Sería éste el que diera la nueva fecha para elecciones en las que los miembros del Consejo no podrán ser candidatos.
El golpe seco dado por el Rey frustró la apuesta de Sher Bahadur Deuba de mantenerse en el poder indefinidamente encabezando a un gobierno ya repudiado por su ineficacia y desprestigiado por su rampante corrupción.
Sin Parlamento ni gabinete, Nepal quedó por el momento sin más autoridad que la del Rey. Es obvio que la medida real cimbró a todos los partidos políticos, empezando por el del propio ex Premier que alegó que su cargo se debe a la mayoría parlamentaria de que goza su partido. Salvo éste y el movimiento guerrillero maoísta, las reacciones iniciales de los principales partidos como el del Congreso y el Comunista, fueron sorprendentemente favorables a la decisión tomada.
Ni el tremendo drama palaciego del año pasado en que perecieron el Rey anterior Birendra y siete familiares, ni la fulminante medida actual, han debilitado la institución de la monarquía.
Por el contrario, ha crecido el apoyo al Rey en los primeros días por parte de diversos sectores de la sociedad, como el de los hombres de negocios. Aun cuando no ha conquistado la simpatía popular de que gozaba su hermano y antecesor, la mayoría de las manifestaciones callejeras favorecen a Gyanendra.
Algunos políticos y académicos consideran que el monarca excedió sus facultades constitucionales. Otros estiman que hubiera sido mejor reestablecer el Parlamento disuelto por Deuba para regresar a la normalidad legal.
El hecho es que el Rey se enfrentaba a una creciente crisis por el repudio popular al gobierno de Deuba debido a la desenfrenada corrupción de sus ministros que desviaban para sí partidas presupuestales y hasta fondos internacionales destinados a aliviar la pobreza del país. Gyanandra ha ordenado poner bajo arresto domiciliario a varios de los ministros cesados, medida muy aprobada por la opinión pública.
Extirpar la corrupción es indispensable si este país ha de superar su aislamiento geográfico al pie de la Coordillera Himalaya y engancharse a las corrientes económicas y culturales del siglo XXI a lo que lo invita su participación en SAARC, la Asociación Sudasiática para Cooperación Regional.
Lo profundo de la limpieza que pretende realizar el Rey Gyanendra depende de que él mismo sepa apartarse de una tradición de poder monárquico arbitrario mezclado de tolerancia para malos funcionarios. Si lo hace podrá transformarse en un Rey respetado y querido capaz de resolver, como promete, el sangriento reto del movimiento maoísta que hace tiempo quiere destruir la estructura sociopolítica de la nación. Estos terroristas controlan importantes áreas occidentales de los 147,000 kilómetros cuadrados que tiene Nepal. Ahí cobran cuotas “revolucionarias” a comerciantes y agricultores a cambio de protección.
Grandes remedios para grandes males son los que viven los 24 millones de nepaleses. El paso que dio el Rey Gyanendra implica riesgos. Los que lo observamos le deseamos un pleno éxito.
Katmandú, 7 de octubre 2002