En este mes de septiembre, no quisiera dejar pasar la oportunidad para referirme a un tema considerado por muchos de los pragmáticos globalizados contemporáneos como obsoleto y romanticón: La veneración de los símbolos patrios.
El ser humano en sus modos de relación con los demás requiere formas simbólicas que las propias culturas objetivas van creando y haciendo genéricas para la aceptación general.
Hay simbologías establecidas que van desde el ordenamiento para circular por las calles sin peligro a chocar, hasta para comunicarnos a través del código establecido en el lenguaje. Existen simbologías más rituales para plantear la relación con Dios a través de toda una liturgia que llega hasta los mínimos detalles y también por supuesto existe toda una simbología en el modo como se debe honrar ese recuerdo a quienes nos precedieron en esa patria común y que en virtud de su legado hoy podemos gozar de elementos mejores para el bien común.
De ahí que el Civismo tenga como una de sus funciones la de socializar al niño y al joven en torno al modo como se debe honrar a la Patria a través de los símbolos convencionales creados para ese efecto.
Los honores a la bandera, las posiciones corporales cuando se interpreta el himno nacional, el respeto que se debe a personas, instituciones y símbolos que representan ese sentir común en torno a la patria, no pueden ser vistos como simples reminiscencias de tiempos pasados, o bien obsesiones de personas neuróticas.
Las formas externas de manifestación del respeto a los símbolos nacionales son simplemente reflejo del auténtico sentir interior de la persona en torno a valores implícitos en ese patriotismo serio y profundo que no es sino el compromiso de vida solidaria con quienes se encuentran más cerca de uno, en virtud de los vínculos de sangre, de historia, de cultura, de lengua y de religión, como son los connacionales: los paisanos.
Es responsabilidad seria de los centros educativos desarrollar esa cultura de manifestación externa del respeto y el aprecio por los símbolos patrios como medio para formar otras virtudes ciudadanas que impliquen culturización y socialización política y que con ello coadyuven a una más activa y comprometida participación de la ciudadanía en el logro del bien común nacional.
Pero esa responsabilidad no puede quedar solamente en el ámbito escolar, también el hogar debe ser promotor de cultura cívica y de respeto y veneración a los símbolos nacionales.
Toda mujer, todo hombre cívico y civilizado procurará además que sus descendientes disfruten también de ese bagaje cultural, de modo que se mantenga esa manera peculiar de entender la vida en común que es propia de los pueblos y de las naciones
Pero la mujer y el hombre que cultivan el civismo no sólo plantean una actitud de conservar dichas tradiciones culturales; su propuesta debe ir más allá considerándose un eslabón de una cadena que debe continuar mejorándose con objeto de que los hijos reciban un territorio, una cultura, unas condiciones de bien ser, de bien estar y a fin de cuentas de bien común, superiores a las que han podido ser disfrutadas en la situación presente, concretándose así esa famosa frase que repetimos tantas veces: me preocupa la clase de país que le dejaremos a mis hijos, ocupándome de la clase de hijos que dejaremos al país.