La gente con la que convivimos tiene distintos grados de cercanía en nuestro corazón: algunos no se atreven a tocar la puerta -o la encuentran cerrada y nunca llegan a entrar-; muchos se quedan en la orilla, pasan al recibidor y no hallando calor o puntos de interés para quedarse, se retiran; otros, poco a poco van rompiendo distancia, trascienden el vestíbulo de nuestro afecto y ocupan un lugar en el que se instalan para siempre. Unos cuantos se adueñan del espacio, llenándolo por completo: con ellos vivimos nuestra historia de amor.
Más cerca o más lejos, al centro de nuestros sentimientos o en su periferia, la convivencia genera aprecio y las personas van haciéndose parte de nosotros por sus gestos, sus palabras, su forma de pensar, sus actos, sus ocurrencias, el timbre de su voz...
Francisco y yo coincidimos durante 24 años en el Tec y pudiera pensarse que sólo ocupamos un espacio común, pero no fue así. Además de la vecindad e intereses y actividades afines, junto con nuestra inolvidable Paulette -integrada, como él ahora, a una nueva dimensión del universo-, por más de un lustro mantuvimos una estrechísima relación en el triángulo de historia, arte y literatura de México, que hizo de tres personalidades absolutamente distintas un solo espíritu fraterno, divertido, gozoso de estar ahí, compartiendo el placer de hacer lo que nos gustaba y construyendo una simple amistad. Diez o doce horas por semana, íntegramente compartidas a lo largo de esos años, formaron un vínculo profesional y afectivo en el que jamás cupieron el conflicto o la competencia y sí, en cambio, una camaradería genuina, un respeto absoluto y un lugarcito que el tiempo y el trato fueron ampliando en el corazón...
(De aquel triángulo feliz sólo queda un lado tambaleante y nostálgico, tratando de detenerse en los recuerdos).
Nada que diga yo puede describir el vacío que en esta comunidad del Tecnológico hará la ausencia de Francisco Amparán.
Las bancas donde se sentaba a leer y a fumar, los pasillos atravesados varias veces al día -a paso rápido y con la cabeza baja, cuando no metida en un libro- para ir a recrear ante los ojos y oídos azorados de chicos y grandes los momentos más relevantes de su personal visión de la historia... Su sillón, rechinando con el eterno movimiento de sus piernas; las ventanas, paredes y rincones de su cubículo, escaparate de todos los sueños posibles hechos realidad por la magia de su imaginación y los programas para editar fotografías: Pancho peleando la guerra de las Galaxias y otras más terrenales; Pancho custodiando la puerta, abrazado de Fidel Castro y Yasser Arafat y amenazando: "trátame bien o te las verás con mis cuates"; o posando como Indiana Jones en su última cruzada. En otras tomas atraviesa la calle con Los Beatles, discute con los sabios de Atenas, concreta pases de ensueño con Terry Bradshaw o suplanta a Steven Spielberg en su silla de director. No sé si pudo tomar el lugar de Washington en el billete de un dólar, pero si no lo hizo, estoy segura de que lo intentó...
Qué tristes y qué formales lucirán sus tocayos: el general Villa matando a placer, pero sin lágrimas ("porque era muy chillón"), y Madero sin consultar la ouija ni convocar a los espíritus, como lo hacían en la crónica de Amparán. Qué sordas las bombas del Día "D" y qué sin chiste la bala que perforó el cráneo del Führer, sin salpicar de sesos el cuerpo de Eva Brown. Qué grises sus admirados héroes de la Reforma que ningún Congreso moderno ha logrado (ni querido) imitar, y qué solo el cuerpo de Juan Escutia, embanderado por accidente y enredado entre la maleza del castillo de Chapultepec.
Qué desolados nosotros, los que cuestionamos, levantamos las cejas y fruncimos el ceño, y tantas veces reclamamos las libertades con que Pancho manejaba las efemérides de nuestra patria, oficiales, pero invariablemente teñidas color de rosa; los que nos carcajeamos con sus puntadas y aumentamos nuestro acervo coloquial con palabras y expresiones sacadas, ésas sí, de la más pura, mexicana y verdadera tradición popular.
Qué mudas y qué solas las águilas y las serpientes, qué anodino nuestro acontecer regional sin quién lo cuestione y le saque sus trapos al sol; qué ociosos los fines de semana sin los consejos para leer que, pedidos o no, ya no nos va a dar. Qué aburridas nuestras juntas, sin la ironía acostumbrada o la presión impaciente para terminarlas de una vez; qué solemnes nuestras reuniones de maestros -los canapés intocados, porque Pancho no está-. Qué llena la cafetera y qué triste el corazón.
EL DÍA, para no olvidarse: 4 de julio, fecha de trascendencia histórica y desde ahora por una razón más. LA ÉPOCA, también memorable, pues el ego de Francisco -o como decía él: su 'conciencia personal'- fue lo suficientemente grande como para colarse con el grupo selecto de los recién partidos que nadie podrá ignorar: comenzó Saramago, lo siguió Monsiváis y, caminando la huella de pasos tan notables, se les pegó Amparán.
LA OCASIÓN, para Myrna y Constanza -sus amadas- el golpe de hacha cruel, devastador; para nosotros, imposible; para él, ideal: sus cuentas en regla, producto de un trabajo duro y constante; una decena de libros en circulación, sus apuntes de historia trabajando como textos formales; cumplido su último sueño hace unos días, cuando la China de papel y de lecturas se hizo vivencia personal, de carne y hueso. Y Pancho, que se pasó la vida indagando, atento el oído, despierta la mente, abierto a la luz, escuchando la melodía cósmica de los cuatro elementos, habrá descubierto, a estas horas, sus secretos y eso le dará la paz. Quedan pendientes, claro, y una que otra curiosidad, mas la brutal sorpresa de su adiós SIN DOLORES bien le valió partir sin saber quién ganará el mundial.
Por tus berrinches y tus descortesías,
Tus textos implacables, tu falta de humildad.
Por tus atrevimientos, tu espíritu burlesco,
La palabra valiente, el talento sin par.
Por encontrar la risa en la tragedia,
Por tu amor a la patria, apasionado,
Por tu afán de justicia, por saber protestar;
Por tu sentido del humor y humanitario,
Por tu vivir honesto y leal;
Por tus clases y por tu disciplina,
Por tu conciencia estética y por tu sensibilidad.
Por el aire, la tierra, el agua, el fuego
Y tu interpretación maravillosa
Del caos y del cosmos juntos en nuestro vitral.
Por todo lo que hiciste, por todo lo que eres,
Porque NOS CONSTA TU PRESENCIA:
¡Cuánto, cuánto, cuánto te vamos a extrañar!