El término bulliyng es un anglicismo que designa el proceso de intimidación hacia el otro dentro de los centros de estudios, con el beneplácito del grupo. Conducta que por su creciente importancia es materia de estudio entre pedagogos, psicólogos, educadores y algunos padres de familia. Se trata de un maltrato físico y psicológico, de acuerdo a consultas realizadas en planteles educativos, cerca del 20% de alumnos entre los 9 y los 14 años, aceptó haber sido víctima de intimidación, insultos y humillaciones, inclusive existen referencias de abuso sexual.
Esta forma de violencia incide negativamente y contamina el ambiente escolar, afecta el desempeño de alumnos y profesores, envilece las relaciones y genera consecuencias que van desde forzar a que la víctima abandone la escuela hasta llevarla a cometer el suicidio.
La amenaza o bulliyng, como conducta violenta ha aumentado, no puede abstraerse del ambiente que nos rodea y la carencia de valores de nuestro sistema pedagógico. Su importancia y daños a la sociedad ha motivado sea tratada en varios artículos publicados en este mismo diario ante una manifestación que ha cobrado víctima mortales en estudiantes de Estados Unidos, Europa y en nuestro país, donde no se conoce con precisión si el elevado número de suicidios en la población adolescente sea consecuencia de algún tipo de hostigamiento dentro del ámbito escolar.
La mayoría de las veces, este problema se distingue cuando el educando tiene cambios de humor, extrema irritabilidad, llanto ante la menor provocación, insomnio, manifiesta de dolor físico, vómitos; se observan señas en el cuerpo de maltrato o de caídas ante los cuales se niega a explicar sus causas. Evita socializar, muestra abandono en su persona y pertenencias. Una clara evidencia de la acentuación del problema es cuando expresa temor de ingresar o salir del colegio sin la compañía de adultos de su confianza.
Los profesores se encuentran en una posición que les posibilita conocer esta patología desde sus inicios. Al ser espectadores del aislamiento del alumno, de su descalificación por su aspecto físico o forma de conducirse, por el uso de apodos y en algunos casos, al recibir quejas de las víctimas, sin desconocer que a menudo se utilizan formas menos evidentes como el robo de sus pertenencias, risas y mensajes en lugares visibles o por Internet.
Cuando existen algunas de estas evidencias, la víctima suele alejarse de los demás, se encierra e incomunica, su desempeño escolar ofrece enormes variantes, se suma a la queja de los padres ante su resistencia por asistir al colegio. Este cuadro es indicativo de la urgencia de acercarse al agredido, estimularlo a verbalizar su sufrimiento, exhortarlo a buscar atención profesional o bien la cercanía de algún adulto que despierte su confianza y le ofrezca ayuda para afrontar el problema del que no tiene la menor culpa.
Es fundamental también otorgar atención a él o los victimarios, que a la vez confirman con su conducta que demandan de la ayuda psicológica que logre revelar la génesis de su agresividad, les explique los efectos del bulliyng que no sólo lastima física y emocionalmente al receptor, sino que lo puede conducir a la muerte. La desatención de quienes lo practican podría agravar su peligrosidad y posteriormente orientar su vida por los caminos de la delincuencia, con las escasas probabilidades de readaptación social que hasta ahora ofrece nuestro anquilosado sistema correccional.
Desde un enfoque legal la Organización de las Naciones Unidas reconoce existe un vacío, son pocos los países que tienen leyes que prohíben expresamente el castigo corporal en la escuela, de tiempo atrás ejerce presión para crear un marco legal que garantice sean respetados los derechos de la infancia; la integridad física, psicológica y social en los ámbitos de enseñanza así como la necesidad de establecer políticas públicas de prevención.
Para ejemplificar esta problemática, menciono un sonado caso en España que tuvo eco en otros países, sobre el suicidio de un joven que al padecer de un mal estomacal no logra controlar su evacuación, hecho que lo marcaría para siempre ante el resto del grupo. Se convierte en blanco de humillaciones y ante su impotencia se arrojó desde un barranco, hecho que es ilustrado por la pedagoga Nora Rodríguez especialista en hostigamiento escolar y autora de Guerra en las aulas:
Jokin, 14 años, comienza a ser objeto de burla de amigos y compañeros cuando, a principios del curso pasado, se hace sus necesidades encima en clase / De la mofa, pasan a los golpes, incluso le rompen el aparato dental en una paliza / "Le hacían comer tierra", dice una compañera / Durante el campamento de verano, Jokin y su cuadrilla son pillados por los monitores mientras fumaban un cigarro de marihuana / Cuando el asunto llega a oídos de los padres de los adolescentes, todos señalan, injustamente, a Jokin como delator y se ensañan más con él / El 13 de septiembre, primer día de clase, es recibido con el aula decorada con papel higiénico para celebrar el aniversario de la diarrea y con golpes / 14 de septiembre lo acribillan a balonazos en el gimnasio / El 15, otra paliza cruel / Jokin deja de ir a clase y su tutora alerta a los padres / Padres y profesora acuerdan que Jokin vuelva al aula el martes 21 con un móvil por si tuviera problemas / Esa madrugada, se suicida.
El 21 de septiembre de 2004 apareció muerto un joven-niño, la investigación forense determinó que se había arrojado desde lo alto, empero la autopsia reveló que su cuerpo había recibido numerosos golpes producidos con antelación a su caída. Así se descubrió que Jokin sufría desde hacía un año, el acoso sistemático de un grupo de condiscípulos.
Esta es una de tantas historias escasamente difundidas sobre la complicidad callada o cómo matar progresivamente a alguien sin hacerlo físicamente.