Enrique Krauze
Enrique Krauze, un hombre que nació el 16 de septiembre, difícilmente podía evitar la tentación de reflexionar sobre la historia de México. Lo ha hecho, en efecto, con honestidad y acuciosidad durante la mayor parte de su vida.
En este 2010 Krauze ha publicado un nuevo libro, De héroes y mitos, con ensayos sobre los temas cuya reflexión debería haber marcado los festejos del bicentenario en lugar del boato que hemos vivido. El autor cuestiona la "historia de bronce" y escribe: "México ha vivido de héroes y mitos, y esa condición nos ha costado cara porque ha generado en nosotros falsos recuerdos, ha exagerado nuestros reflejos, ha mantenido viejas llamas, nos ha vuelto a veces amargos y soberbios."
El impoluto Miguel Hidalgo de nuestra mitología, por ejemplo, es distinto del que con "frenesí destructivo" permitió la salvaje matanza de la alhóndiga de Granaditas e hizo asesinar a cientos de españoles en Guadalajara y Valladolid. Muchas de las mujeres y niñas asesinadas por órdenes de Hidalgo fueron también violadas. Un amigo torero de Hidalgo, Joaquín Marroquín, toreaba a los prisioneros y los mataba con estoque. Cuando se le preguntó a Hidalgo en el juicio de la Inquisición por qué no había procesado a los españoles, él respondió que porque sabía que eran inocentes.
Escribe Krauze: "A 200 años de distancia, todo mexicano se emociona con su hazaña, pero no todos saben que Hidalgo (el 'viejito' de Dolores, el amigo de los indios, el criador de gusanos de seda) fue también el frenético líder de una Guerra Santa cuyas crueldades recuerdan vagamente los violentos fundamentalismos de nuestro tiempo. Era un hombre de carne y hueso."
No es malo que Hidalgo haya sido de carne y hueso. Sus debilidades dan realce a sus innegables virtudes. Pero los fabricantes de la "historia de bronce" se han negado a aceptar o divulgar cualquier falta del padre de la patria.
Así como han creado héroes sin mancha, como Hidalgo, Morelos, Juárez o Madero, para el culto popular, han forjado también villanos a modo, como Iturbide, López de Santa Anna, Miramón o don Porfirio, para contrastarlos con los héroes. Esta visión maniquea de la historia nos impide ver los errores de los próceres o los actos positivos de los villanos. Se le escatima a Agustín de Iturbide la consumación de la independencia y a Miguel de Miramón su papel como "niño héroe" en la defensa del castillo de Chapultepec en 1847.
Hemos llegado a venerar, en lo que Krauze llama "necrofilia histórica", los restos mortales de los próceres como si fueran santos. El macabro paseo de los huesos de los héroes, de hecho, "es un viejo ritual cívico". El Congreso ordenó en septiembre de 1823 una procesión con los cráneos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez. Don Porfirio repitió el ritual en 1895, cuando los restos se extrajeron de la catedral, y en 1910. En 1921 hubo una nueva procesión, sólo que ahora el presidente Álvaro Obregón desfiló junto a los muertos. En 1925 Plutarco Elías Calles colocó los huesos en el Ángel de la Independencia, de donde los sacó en 2010 Felipe Calderón para ponerlos en exhibición pública en Palacio Nacional.
En su libro Héroes y mitos Krauze nos invita a meditar sobre la verdadera historia, esa que se ha olvidado en la historia de bronce, en el dispendio de la fiesta o en la toma del Paseo de la Reforma. De hecho, el bicentenario se convierte en una oportunidad perdida para reflexionar, como hace Krauze, sobre la historia y sobre las lecciones que ésta nos ofrece para el futuro de México.
Me entristece en este bicentenario haber visto pocas banderas mexicanas. Parece haber hoy menos patriotismo en el ambiente del que teníamos en cualquier festejo anterior de la independencia. Me siento un poco mejor, sin embargo, cuando veo las encuestas y me doy cuenta de que el ánimo de festejo es mucho mayor fuera de la Ciudad de México.
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