EDITORIAL Columnas editorial Enríquez Caricatura editorial Kemchs

PALABRAS DE PODER

¡Arrogancia, insolencia y soberbia: malditos vicios que me destruyen!

JACINTO FAYA VIESCA

¡Nuestra incapacidad para relacionarnos de una manera cordial y cooperativa con los demás, constituye una de las fuentes más importantes de nuestros desórdenes emocionales (depresión, ansiedad, soledad, frustración) y de nuestra desdicha!

Si la persona tímida enfoca de una manera equivocada a las personas y las situaciones, y si es propensa al pesimismo, a dudar de la buena intención de los demás y a subestimar sus reales capacidades y méritos, la persona arrogante en cambio, es la cara opuesta de la moneda.

En primer término, la arrogancia no se presenta como un factor único, sino que todo arrogante es insolente, majadero, presumido y soberbio. Es imposible que un soberbio no sea insolente. Y es que su carácter está fracturado. Padece de una grave distorsión al enfocar a las personas y a las situaciones.

Toda persona arrogante presenta una fachada de autosuficiencia, se conduce con agresividad y trata por todos los medios de marcar su "aparente" superioridad. El arrogante siempre pretende tener la razón, por lo que se comporta de una manera intransigente y dominante.

Toda persona presumida y vanidosa sufre de un trastorno emocional grave: padece de "Narcisismo". Sabemos que Narciso es un personaje mitológico que se enamoró de su propia imagen al verla reflejada en una fuente de agua clara. Narciso se transformó en una flor, la que aún lleva su nombre.

Toda persona narcisista (se da mucho más en los hombres que en las mujeres) se siente "hecho a mano", siempre es vanidoso y presumido y está satisfecho de sus relevantes dotes personales.

Esta fractura de carácter del arrogante y vanidoso, no le permite escapar de las garras del narcisismo y de la insolencia. La vanidad y la soberbia denotan una pobreza de espíritu y un pleno desconocimiento del corazón humano. Todo vanidoso es como un loro que salta de rama en rama y parlotea a la vista de todos, escribió el novelista francés, Flaubert.

Cuando una persona se ama a sí misma en exceso, su corazón carece de espacio para amar a otros. Por esto, todo arrogante es un "egocéntrico": pretende que el mundo gire a su alrededor.

A lo largo de la historia, estos padecimientos emocionales y trastornos del carácter, se llegaron a considerar como propios de personas que se sentían muy superiores a los demás. Pero a partir de Freud, inventor del psicoanálisis, las cosas empezaron a cambiar: la psicología del sondeo profundo de la "psique" empezó a revelar una visión mucha más certera de estos enfermos. Soberbios, vanidosos y arrogantes ya no gozaban de las prendas relevantes de las que presumían, como anteriormente se pensaba.

Estos narcisistas e insolentes muestran una fachada: carecen de la seguridad y superioridad de la que tanto ostentan. En la realidad, se trata de personas con profundos sentimientos de inferioridad. Se sienten débiles y amenazados por los otros y por el mundo. De ahí su insolencia, agresividad y pretensión de dominio, como un mecanismo de compensación ante el franco sentimiento de inferioridad que ocultan.

Todo arrogante y narcisista padece de una grave distorsión de sí mismo. No sabe cuáles son sus debilidades ni capacidades reales. Sufre mucho en virtud de que se ama poco a sí mismo. Constantemente teme que los demás se den cuenta de su poca valía. De ahí su afán permanente de convencer a los demás de sus grandes dotes.

"Tu soberbia te engañó", escribió el profeta Jeremías.

Con frecuencia, estos seres logran que otros se convenzan de sus grandes capacidades. Pero ello se debe a que se han convertido en excelentes actores que instrumentan argumentos y trucos para convencer a los demás de su aparente grandeza. Por desgracia, cuando esto sucede, "temporalmente" llegan a creer que sí valen realmente y sus pruebas consisten en la admiración de las personas engañadas.

Estos convencimientos temporales de engañar a los demás, engañan también a los propios arrogantes, aunque más tarde vuelvan a sentir los zarpazos de sus sentimientos de inferioridad, lo que inicia un nuevo círculo vicioso.

La persona normal no necesita sojuzgar a otros ni despreciarlos. Al aceptar sus debilidades, también acepta sus capacidades sin arrogancia alguna, pues se reconoce como una persona con debilidades y fortalezas. La persona normal jamás abriga sentimientos de grandiosidad y por esto se conduce de manera flexible y cordial. Como no se siente inferior, sus conductas son mesuradas, y al saber que no es superior, su trato es muy natural.

Dos preguntas esenciales debemos plantearnos: primera, ¿el arrogante y soberbio se da cuenta de su trastorno emocional y del daño que se causa a sí mismo y a los demás? Respuesta: generalmente no se da cuenta del todo, y por ello se aferra a sus patrones emocionales y de conducta acostumbrados.

Segunda pregunta: ¿es posible que un narcisista, arrogante e insolente se cure de su enfermedad? Respuesta: es absolutamente posible. En los casos graves, solo un psiquiatra o psicólogo competente podrá ayudarlo, pero en los casos no graves, puede curarse a sí mismo en la medida en que reconozca sus trastornos y en la medida también en que se dé los demás. Sólo tratando a los demás con respeto, consideración y comprensión, estas personas podrán salir adelante. Los demás serán su fuente de curación.

[email protected]

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 605968

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx