Cuando un proceso electoral anticipa de forma tan meridiana los resultados, estamos ante un escenario anunciado. Eso es lo que sucedió con el Estado de México el pasado 3 de julio. Quizá el único momento que abrió una dosis de incertidumbre fue la posibilidad, no realizada, de hacer una alianza opositora entre PRD y PAN. Ahora se sabe que el PRI ganó con más del 62% de la votación (datos oficiales preliminares con el 95% del cómputo), y que la oposición dividida no tuvo ninguna posibilidad, es más, ni siquiera se acercó un poco la locomotora tricolor. ¿El Estado de México marca el arranque firme de la recuperación priísta rumbo al 2012?
Después de 45 días de campaña, más de 2 mil millones de pesos de gastos, debates y múltiples reuniones, la tendencia del voto no se alteró y se mantuvo todo el proceso. En la campaña ninguno de los candidatos se salió casi de su guión: el PRI fue el puntero y mostró su capacidad de ganar elecciones, a pesar de una campaña muy tradicional; el perredismo llegó tarde y no logró crecer de forma importante, aunque su candidato haya ganado los debates y Encinas tuviera el apoyo de López Obrador; el panismo ni siquiera llegó a ser competitivo, su candidato tuvo un desempeño decreciente. ¿Cómo entender el fracaso de la convocatoria del PRD por una política social más distributiva que no logró crecer o las interpelaciones ciudadanas de un panismo desdibujado?
Es discutible si el PRI ganó porque tiene la mejor maquinaria electoral, el candidato más atractivo o convincente, la mejor oferta programática o los recursos para llevar a las urnas a los electores, pero ahí quedan los resultados. Al mismo tiempo, no se puede desconocer que el priismo ha logrado reconstruir, como en el pasado, un modelo de hermanos siameses entre gobierno y partido, entre recursos públicos y espacio electoral.
Además de la estructura territorial, el PRI llegó a tener más del 70% de la propaganda en la campaña y fue abrumadora su presencia mediática, como en el pasado. Hemos regresado, en plena época de la alternancia y los organismos electorales supuestamente autónomos, a las viejas elecciones de partido dominante, esa fue la experiencia del Estado de México. Tal vez por eso la oposición declaró preocupada que fue una elección de Estado. Sin embargo, ante una distancia tan abrumadora, resulta difícil el éxito de un expediente jurídico para impugnar los resultados.
Las fronteras entre gobierno y elecciones se vuelven a borrar. El PRI hace políticas públicas y gasta recursos para ganar elecciones. En estos momentos, cuando ha quedado atrás el imaginario positivo de la alternancia, como un mecanismo para generar mejores gobiernos, hay que reconocer que lo que domina el espacio político-electoral es el pragmatismo, el intercambio de favores y apoyos por votos. En ese juego están presentes todos los partidos, unos con más eficacia que otros. Para esa parte del electorado que tiene enormes necesidades sociales, las elecciones son propicias para obtener algo más que una promesa. Así fueron las elecciones mexiquenses, el clientelismo, el acarreo dominaron y el PRI se fue a números que tuvo en la época de partido dominante.
Si la estructura del priismo fue la de un regreso al pasado, entonces hay que analizar el papel del árbitro, que ha sido cuestionado por ser un espacio capturado, porque las sospechas de parcialidad se confirmaron, para lo cual sólo hay que ver la resolución sobre actos anticipados de campaña, en donde tuvo que intervenir el TEPJ para establecer una sentencia creíble.
El día de la elección hubo los incidentes de cierta "normalidad" y los reportes no mostraron nada particularmente sobresaliente, salvo quizá el alto nivel de abstención que rondó en el 57%, una cifra relativamente similar a las tasas históricas de participación, que en esta ocasión rondaron el 43%. Sin duda estamos ante un problema relevante, porque para casi 6 de cada 10 ciudadanos mexiquenses las elecciones no tuvieron ninguna importancia. La comparación entre 2005 y 2011 en el Estado de México muestra el crecimiento de la dominancia priísta, que pasó de 30 a 62% de los votos; al mismo tiempo, se presenta la severa caída del PAN que pasa de 26 a 12% y el voto perredista que permanece estable en un 21%. Estos referentes expresan algunas transformaciones importantes en estos seis años, y son una llamada de atención a las ilusiones panistas y perredistas rumbo al 2012. Para completar el cuadro, quedan los triunfos del PRI en Nayarit con 48% y en Coahuila con 56%. El carro completo del domingo 3 de julio es el campanazo de salida rumbo a la sucesión presidencial. Queda la pregunta de si estos procesos serán una experiencia estatal o un presagio, porque tal vez dentro de un año nos despertemos con un resultado similar...
(Investigador del CIESAS)