EL ESTRÉS QUE VIVIMOS
Se podría afirmar por lo general, que vivimos tan aceleradamente en la actualidad, lo que determina que no sea fácil ni común para la mayoría de las personas hacer un alto en sus vidas y detenerse para observarse a sí mismos en retrospectiva, e intentar reconocer, descubrir, analizar y reflexionar sobre las múltiples experiencias que han enfrentado a lo largo de su ciclo vital hasta el presente, desde las raíces de su familia de origen, y los consecuentes resultados obtenidos, posteriores a un proceso educativo tan único y personal para cada uno. Si fuéramos capaces de hacerlo, y de seguro hay quienes lo hacen, podríamos estar conscientes de los cimientos de dicha educación en el hogar, diseñada a través de principios y valores morales, de códigos de lealtad, respeto y sentido de pertenencia, al igual que de la presencia o la ausencia de reglas y criterios para mantener el orden y la disciplina dentro y fuera de la familia, así como de las oportunidades y posibilidades para manipularlas y romperlas cuando se prestaba la ocasión, en la espera consecuente de los premios y los castigos, o la omisión total de los mismos. Igualmente seríamos capaces de detectar el estilo de comunicación y uso del lenguaje verbal y no verbal traducido en mensajes explícitos o implícitos, sencillos o dobles, abiertos o subliminales, bastante claros o sumamente confusos, lo que a su vez repercutía en la forma en que se daban las relaciones interpersonales con la madre, con el padre, entre los hermanos, o con los demás familiares presentes. En tal forma, se aprendían e integraban las conductas y los estilos específicos de tales relaciones, a través de la expresión y transmisión del afecto o de los diversos sentimientos y emociones, según se respetara y aceptara la sensibilidad de cada uno de los miembros y por ende se diera permiso para expresarla y desarrollarla. Al ser capaces de enfocarnos aún más en este proceso de análisis, también podríamos detectar los rasgos, motivaciones, actitudes, conductas y funciones considerados como específicamente masculinas en el caso del padre y de los hijos o demás varones de la familia, en contraste con las "típicamente" femeninas pertenecientes a la madre, las hijas y demás mujeres del hogar, de acuerdo a los estereotipos culturales predominantes y de acuerdo también a la flexibilidad o rigidez imperantes en dicho sistema. El tratar de integrar tantos recuerdos, memorias, experiencias y fotografías emocionales de ese hogar y de ese ambiente, se convertiría entonces, en la reconstrucción de una especie de diario o álbum mental, que facilitaría definitivamente el reconocer y comprender mejor el trazo que hemos seguido a lo largo de nuestras vidas, hasta ubicarnos en el espacio y la posición que ocupamos en el presente como individuos. Sería como una especie de viaje que nos ayudaría a revisar los modelos de hombre y de mujer, de pareja marital y de familia, a los que hemos estado expuestos, y que nos han acompañado como guías y patrones educativos a seguir.
Sin embargo, y a riesgo de ser repetitivo o tachado de obsesivo, me permito recordar que tales modelos y patrones aunque básicos, no permanecen estáticos ni inmodificables, puesto que conforme crecemos y nos encontramos en mayor contacto con el ambiente social y cultural, nos enfrentamos a las modificaciones radicales y aceleradas que se van dando en el mismo, especialmente en las últimas décadas, y que naturalmente nos confrontan a una serie de nuevas variaciones de modelos y estilos de hombres, mujeres, parejas y familias, así como a muy diversos patrones de relaciones interpersonales. Es así pues, como nuestro bagaje inicial educativo se verá confrontado y desafiado por nuevos y en ocasiones muy extraños, novedosos y contrastantes paquetes educativos que se caracterizan por otros principios y valores morales, por otras metas y expectativas, por sistemas de disciplina y organización ajenos, con nuevas técnicas de sumisión, manipulación, o evasión y ruptura de las reglas, o con distintos sistemas de comunicación y relaciones interpersonales, que a su vez utilizan símbolos, mensajes y lenguaje con significados diferentes, que también pueden ser claros o confusos. Paquetes educativos que lo mismo estimulan, facilitan y ayudan a canalizar con mayor flexibilidad la sensibilidad y creatividad de cada sujeto, o por el contrario, rígidamente lo tienden a bloquear y a reprimir en tales aspectos y en cuanto a su estilo de expresión y transmisión del afecto, así como de los demás sentimientos. Por lo mismo, se aprenden nuevos y diferentes estilos de definir la identidad y las funciones para hombres y mujeres en cuanto a la masculinidad y la feminidad, comparados ya no tanto frente a los iniciales modelos familiares, sino en cuanto a una gran variedad de otros modelos de hombres y de mujeres, que a su vez vienen a escenificar también nuevos estilos y modelos de formar parejas y familias. Ello sucede al estar expuestos a los compañeros de las instituciones educativas, a los maestros y maestras y demás personal de las escuelas, a las nuevas amistades y círculos sociales que se van formando, a los hombres y mujeres que representan y encarnan diversos sistemas de creencias religiosas, o figuras de autoridad dentro de los sistemas legales o ilegales, administrativos públicos o privados, políticos, profesionales, artesanales, policíacos, militares o de seguridad en general, y hasta de los sujetos que simplemente existen y deambulan como parte de nuestro folclórico repertorio social... Se trata de figuras públicas con características sociales determinadas, que pueden representar también estereotipos culturales, y por lo mismo se convierten en modelos de hombres y de mujeres, de parejas y de familias que igualmente van dejando huellas en nuestra formación y desarrollo. Sería interesante el reconocer si ante un análisis semejante, seríamos capaces (sin estresarnos demasiado) de detectarlos, examinarlos y recordarlos, para luego identificarlos como imágenes y fragmentos internos de nuestra propia identidad (Continuará).