"Desde hace un cuarto de siglo, el modelo de la economía política mexicana es una mala copia del norteamericano.
Deberíamos diseñar uno realmente propio, donde la equidad combinada con la
Eficiencia sean su razón de ser"
Lorenzo Meyer
Por Debajo de Nuestro Potencial. De acuerdo a los últimos pronósticos económicos, el 2012 no se presenta particularmente bueno para América Latina en su conjunto ni para México en particular. Según la Brookings Institution, económicamente nuestro país va crecer en los próximos dos años, pero no gran cosa. Y es que el ritmo del desarrollo material de México está sobredeterminado por su dependencia respecto de Estados Unidos, país donde la economía sigue sin salir del todo de la barranca en que cayó desde la crisis de 2008. Por tanto, el crecimiento esperado para México en los próximos dos años se coloca en el 3.3% anual, es decir, por debajo de su potencial, (Levy-Yeyati, Eduardo, Latin America economic perspectives, Washington, noviembre, 2011, pp. 34-37).
Así pues, la estrecha relación comercial de México con Estados Unidos y enmarcada por el TLCAN, está hoy funcionando más como ancla que como impulsora del crecimiento, es decir, lo contrario a lo que se aseguró hace 18 años, cuando se firmó ese tratado de libre comercio entre economías vecinas, pero muy diferentes y desiguales.
La actual situación mundial aún no es tan deprimente como cuando en 1919 el poeta William Yeats publicó: "Las cosas se desmoronan, el centro ya no se sostiene/ La pura anarquía se extiende por el mundo", (The second coming). Sin embargo, si las tendencias económicas y sociales actuales se mantienen, entonces la ausencia de algo sólido que las centre bien puede conducir al desmoronamiento.
La crítica al actual modelo económico es generalizada. Recorriendo las páginas de The Economist, esa revista británica portaestandarte del pensamiento conservador inteligente, el lector se topa una y otra vez con una reprobación sistemática de las políticas económicas que están siguiendo los gobiernos de las principales potencias capitalistas, ya sean las ortodoxas (Estados Unidos o la Unión Europea) o la de China con su capitalismo de Estado.
Históricamente no ha habido un sistema económico que realmente haya dispensado un trato equitativo a todos los miembros de su sociedad. Es seguro que incluso el comunismo primitivo dio ventajas a unos -los más fuertes y agresivos- sobre otros, y esa desigualdad se acentuó e institucionalizó con el advenimiento de la "civilización" y persiste hasta la actualidad, incluso entre los remanentes del "socialismo real".
La economía de mercado nunca ha pretendido que el reparto de las cargas y los beneficios sea equilibrado y justo, aunque hay economías, como las escandinavas, donde la desigualdad (medida por coeficiente de Gini) es menor y cuando la marea económica sube sí eleva el nivel de vida mayoritario. En contraste, el capitalismo norteamericano, al que nosotros estamos unidos, se caracteriza por lo contrario. En esa economía, como en la nuestra, hoy la mayoría vive épocas de vacas flacas, pero una pequeña minoría ha logrado que la adversidad no le toque y que sus vacas engorden como resultado del injusto reparto de costos y beneficios.
En el número correspondiente al 24 de noviembre de 2011, la revista Rolling Stone publicó un interesante artículo sobre la economía norteamericana y la concentración de la riqueza titulado "Politics: how the GOP became the party of the rich" ("Política: cómo el republicano se convirtió en el partido de los ricos"), que es una explicación y un resumen del proceso en virtud del cual, a partir del gobierno de George W. Bush y hasta ahora, el ala más conservadora del Partido Republicano ha logrado imponer una legislación que ha hecho a los ricos más ricos a costa de las clases medias y pobres al punto que en materia de equidad, los norteamericanos han retrocedido 80 años.
Estados Unidos tenía a mediados de 2011, 14 millones de personas en edad de laborar, pero sin trabajo y una de cada siete familias recurría a las food stamps (vales de comida) para alimentar a sus hijos. Y es que en 1997, el Partido Republicano desató una exitosa ofensiva que hizo de la política fiscal un instrumento eficaz para los intereses de las clases altas a costa del resto de la sociedad. En los últimos quince años, mientras el ingreso promedio del 90% de los contribuyentes norteamericanos permaneció estancado, el de los más afortunados -el 0.01 % del conjunto- se duplicó hasta llegar a 36 millones de dólares anuales en promedio. Puesto de otra manera, mientras el aumento en el salario de la mayoría fue de 1.50 dólares la hora en ese período, el ingreso de ese afortunado 0.01% aumentó en 10 mil dólares la hora. Esa desigualdad se explica, en parte, porque mientras el promedio de los 400 personajes más acaudalados de Estados Unidos paga en impuestos el 17% de su ingreso, el conductor de un autobús que gana 26 mil dólares al año, paga el 23%. Detrás de esta desigualdad aguda y creciente está una justificación que ha demostrado ser falsa: que la disminución de impuestos a los grandes capitales fomenta la inversión y, a la larga -¿cuán largo es el largo plazo?- se crean más empleos, la demanda de trabajadores lleva a un aumento en salarios y en el nivel general de bienestar. En la realidad, esa baja de impuestos mientras se gastaba a manos llenas en las guerras de Irak y Afganistán y se aflojaba la vigilancia sobre el sector financiero, hizo que en 2008 las burbujas especulativas estallaran, que la economía norteamericana encallara y que el desempleo se propagara.
Hoy, en el marco de un bajo crecimiento económico y de la persistencia de los sin trabajo, el ala conservadora de la clase política norteamericana dice que la solución al problema está en controlar el déficit del gobierno -déficit creado por el enorme gasto en Irak y Afganistán que, según Barack Obama, fue de un millón de millones de dólares, aunque otros cálculos lo duplican o triplican. Sin embargo, para reducir el déficit y aprovechando su posición dominante en el congreso, los republicanos exigen bajar los gastos sociales y la inversión pública -lo que afecta a pobres y a desempleados- y que no se aumenten los impuestos a los que más tienen, es decir, que se vaya a pique el Estado Benefactor creado tras la Segunda Guerra Mundial para que la oligarquía siga a flote.
. Desde el triunfo de la tecnocracia neoliberal, el modelo de la economía política mexicano ha dejado de ser propio para convertirse en una mala copia del norteamericano puesto que el Estado mexicano tiene aún menos recursos en términos relativos que el norteamericano. En México los impuestos apenas si representan entre el 10 y el 11% del PIB -en Chile son el 18%, en Estados Unidos el 27% y en Suecia el 47%, (fuente: Heritage Foundation)- y es por eso que el gobierno actual no ha modificado la estructura fiscal y en cambio está endeudándose y mal, usando el aumento de la renta petrolera -está convirtiendo en gasto corriente un recurso natural estratégico, no renovable, en vez de invertirlo para el futuro.
En México, Hacienda les regresa a las grandes empresas cantidades enormes de impuestos con lo que aumenta la gran riqueza privada a costa de descuidar las áreas de interés general. Un ejemplo de cómo el actual sistema fiscal sirve a los pocos y no a los muchos, lo documenta Sergio Aguayo al señalar que después de las devoluciones que les hizo la Secretaría de Hacienda, el promedio anual de Impuesto Sobre la Renta pagado por los 50 principales contribuyentes privados del país entre 2000 y 2005, fue de ¡74 pesos! (Vuelta en U. Guía para entender y reactivar la democracia estancada, (México: Taurus, 2010). En esas condiciones, no es de extrañar que en México el Estado ya no pueda ser motor de la economía, que casi la mitad de la población esté afectada por algún grado de pobreza y que, a la vez, se tenga a una de las fortunas familiares más grandes del mundo.
Ahora que estamos a punto de entrar de lleno en el debate electoral y decidir en julio por qué camino nos convendría marchar en los siguientes seis años, debemos someter a discusión el modelo de política económica que tenemos. Por los resultados, es claro que desde la perspectiva de quienes conforman la minoría acaudalada -esos que salen entre los multimillonarios de Forbes- los últimos treinta años no han sido malos, pero es igualmente claro que para la sociedad en su conjunto, el mal imitar el modelo seguido y recomendado por nuestros vecinos del norte, ha sido pésimo. Por eso, desde la inconformidad, es necesario demandar alternativas y hacer de esa exigencia el centro del actual debate nacional de cara a la elección por venir.