El tres de mayo, día en que se celebra la libertad de expresión, cumplí 35 años. Para muchos efectos dejé de ser -oficialmente- joven. Esa noche, bromeando con amigos, dije: "desde mañana empiezo a criticar a las nuevas generaciones". No me duró mucho el gusto: a la semana siguiente los estudiantes de la Ibero expresaron su rechazo contra Enrique Peña Nieto, candidato del PRI a la Silla del Águila, poniendo la chispa que faltaba para que prendieran las campañas. Los priistas reaccionaron de la peor forma: reprimiendo, criticando, negando. Pedro Joaquín Coldwell, presidente del PRI, dijo que no se trataba de estudiantes genuinos, sino de porros e infiltrados. Flaco favor le hizo a su candidato: intentando salvarlo, lo metió en más problemas. La respuesta no tardó y nació así el movimiento que hoy conocemos como "yo soy 132".
Lo que no han comprendido los priistas es que si algún beneficio aportan las redes sociales es que permiten a los ciudadanos comunicarse constantemente y de inmediato. Hoy cualquiera puede publicar sin que sus mensajes pasen filtros, sin comprar espacios radiofónicos o televisivos. Y no se trata de una moda pasajera, sino de un tendencia global. En México, como en el resto del mundo, es cada vez más difícil ponerle candados o sesgos a la información. Un ejemplo es la "primavera árabe", ola de protestas ante la corrupción y el dispendio de los gobernantes del norte de África. Otro ejemplo es el movimiento de los indignados, cuyo origen es el hartazgo de los jóvenes frente a autoridades incapaces de responder a sus demandas: desde hace un año miles de españoles salen continuamente a las calles para manifestar su rechazo a la clase política. Hoy tenemos "indignados" en Francia, España, Estados Unidos, Argentina, Chile, Brasil… El nombre se debe a que el movimiento tiene como base un panfleto de 19 páginas titulado Indignez-Vous (cuya traducción sería "¡Indígnense!"). Ya alguna vez hablamos aquí de ese librito que tantos cambios está propiciando en el mundo, y que se puede descargar gratis en la red.
Conscientes de ello o no, los universitarios y en general los jóvenes mexicanos están aplicando un concepto central para los indignados: en lugar de la violencia hay que aplicar la paciencia vigilante. Para llegar a ella, es necesario basarse en los derechos, cuya violación, sea quien sea el autor, debe provocar nuestra indignación. Creo que allí está la mayor potencia de lo que hoy vemos en las calles: gane el candidato que gane, los ciudadanos no podemos quedarnos atrás. Empujados por los jóvenes, estamos despertando a las posibilidades que implica sostener una actitud crítica, despierta, exigente, hacia nuestros gobiernos.
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