Como dice Serrat, en una de sus canciones: "De vez en cuando la vida, se nos presenta en cueros y nos brinda un sueño tan escurridizo, que hay que andarlo de puntillas, por no perder el hechizo".
Y así pasó esta vez, cuando fui a la ciudad de México, por motivos personales y de pronto, me percaté que frente a mi hotel, en el Auditorio Nacional, se presentaba el concierto de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, oportunidad inmejorable para escuchar en vivo o dos de mis cantantes favoritos.
Compré boleto y a la hora indicada, simplemente me atravesé el Paseo de la Reforma y me metí al auditorio. Inmueble inmenso con una capacidad de 10,000 asistentes, que se encontraba lleno a reventar.
Al atravesar los camellones del Paseo, me quedé un rato disfrutando de una vista maravillosa, pues los jardines están adornados con flores de cempasúchil y el amarillo de estas flores le dan al lugar un aspecto entre majestuoso y brillante, por más que esa flor es una flor de muertos.
Ya dentro del auditorio todos nos dispusimos a escuchar un excelente concierto, que inició con la canción introductoria que escribieron ambos para este espectáculo conjunto y dos pájaros caricaturizados en dos enormes pantallas, que explicaban brevemente la intención de la presentación.
Pronto sonaron las primeras notas de una conocida canción serratina: "Hoy puede ser un gran día" y todo el mundo coreaba desde sus butacas.
Joan Manuel, son su conocida parsimonia, agradeció al público su asistencia, mientras que Joaquín se limitó sólo a gritar: "Viva México, cabrones", lo que festejó el respetable con grandes aplausos.
Luego vendrían canciones inolvidables y emblemáticas, cantadas en forma alterna o en conjunto, como "de cartón piedra"; o la "del pirata cojo", ambientada con guerra de barcos piratas en grandes pantallas.
A mi lado se encontraba sentada una mujer menuda, de facciones finas y pelo corto, como de unos treinta años que no paraba de llorar. El clímax del llanto llegó junto a la canción, cantada por Serrat: "Mediterráneo". Fue tanto su llanto que no pude dejar de preguntarle si le pasaba algo, a lo que me respondió: "No nada, lloro de felicidad y por los miles de recuerdos que tengo de ese mar".
La entendí perfectamente, porque como en las canciones de Serrat, "uno se cree, que las mató el tiempo y la ausencia. Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas: en un rincón, en un papel o en un cajón".
Y el alma guarda recovecos que a veces hasta nosotros mismos ignoramos y estallan en la cara ante el más mínimo recuerdo.
Siempre que escucho música de ésta, ande donde ande, suelo pedir la canción de Sabina: "Diecinueve días y quinientas noches". Y para mi dicha, en un momento dado del espectáculo, Joaquinillo, tomó su guitarra y en solitario comenzó a cantar: "Lo nuestro duró, lo que duran dos peces de hielo en un wiki on the rocks". ¡Qué más podía pedir aquella noche!
No dejaron en toda la noche de cantar y bromear. Serrat pedía que recomendáramos el espectáculo para que la gente fuera a verlos: "Antes de que Joaquín se me muera. Ha sido un hombre de muchos excesos y no creo que aguante mucho más. Me va a dejar colgado con varios conciertos", decía Serrat.
Por su parte, Sabina decía que estando exiliado en Londres, escuchaba las canciones de Joan Manuel y jamás imaginó que llegaría a estar con él en un mismo escenario. "Yo aprendí a cantar las canciones de Serrat, porque me di cuenta que por esa vía me podía fajar a las muchachas londinenses, pero sólo por eso".
Sostiene que en un acto al que se coló Sabina, se encontró a Serrat en el baño y, típico, que volteas a ver el miembro del de al lado; y Sabina le dijo: "Ay maestro, esas pequeñas cosas". A lo que al momento Serrat le respondía ahora en el escenario: "Pues sí, pero ninguna de tus mujeres se ha quejao", como diciendo que con todas se había acostado.
La señora de al lado seguía llorando como la Magdalena, de la canción, "voluptuosa y generosa, en aquel burdel de carretera, donde si te la topas, Sabina invita los tragos", que al fin y al cabo esa ha sido parte de su vida.
No podía faltar un pequeño homenaje a Chavela Vargas, en voz de su amigo Joaquín, con su canción: "Por el bulevar de los sueños rotos", con fondo de grandes fotos de la dama del poncho rojo, ilustrando la escena.
Cantaron y tocaron hasta la saciedad y al final, el público les pidió dos veces que continuaran, lo que hicieron gustosos, no obstante que ya llevaban más de dos horas cantando.
Cambiaban las letras de las canciones a placer e improvisaban de forma magistral. En "nos dieron las diez y las once…", Sabina dijo, cambiando un verso: "En descargo alegué que llevaba dos copas, protestaba mientras me esposaban pinches federales".
Se pitorrearon del mundo y de ellos; cantaron a placer y nos regalaron un concierto verdaderamente inolvidable.
Salí del auditorio y parado frente a la hermosa avenida del Paseo, le di gracias a Dios, por aquella noche maravillosa.
Así es la vida cuando te regala cosas que no esperas y te las da para que las recuerdes toda la vida.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".