Llego tarde a la controversia sobre el Premio FIL de este año. Ya se ha hablado mucho y se argumentado bien sobre el error de concederlo a Alfredo Bryce Echenique, un novelista fundamental de la literatura latinoamericana que ha sido condenado como plagiario reincidente. A Bryce no se le cuestionaba por ser mal ciudadano o tener ideas aberrantes. No se le reprochaban sus mentiras al fisco sino las mentiras a sus lectores. No incomodaba que se burlara de la bandera, que pudiera ser un mal padre o un esposo infiel, lo que resultaba inaceptable para muchos es que dejó de respetar su escritura. Un autor puede ser admirable como artista y detestable como persona o como ciudadano. Quienes objetaron la decisión del jurado no cuestionaron a la persona, sino al escritor que dejó de cuidar su oficio. "Al usurpar la identidad de otro escritor, decía Guillermo Sheridan, el plagiario comete la única falta moral posible en su oficio: dejar de ser él mismo".
El jurado quiso sostener su decisión cerrando los ojos a las notas y los ensayos periodísticos del escritor peruano y desestimando como si fuera un fenómeno extraliterario sus repetidos fraudes. La defensa oficial se desmoronó de inmediato. También el pedestre intento de sugerir que los críticos eran una turba de ignorantes envidiosos que arremetían contra la exquisita república de las letras. El Premio que inaugura la Feria de Guadalajara no se entrega por una novela o por un par libros: se concede a la esfera íntegra de una obra literaria. Los miembros del jurado, en defensa de su error ubicaron los trabajos de crítica, los textos periodísticos y el ensayo como si fueran tan literariamente insignificantes como las listas del supermercado o los recados del teléfono. Lean sus novelas no sus artículos. A medida que los integrantes del jurado se vieron forzados a justificar su decisión exhibieron el tamaño de su error. Al tramposo empezaron a defenderlo con trampas. Pronto se hizo público que uno de los integrantes del jurado estaba claramente impedido para actuar: había sido testigo en uno de los juicios contra el plagiario.
Quizá lo más interesante de todo el episodio es la torpeza, la infinita arrogancia, los desprecios de la respuesta oficial. Los integrantes del jurado, invocando una autoridad que no necesita justificar sus decisiones, reincidió en los vicios más comunes de la suficiencia burocrática, del engreimiento político. En lugar de defender su decisión con razones y asumir la defensa de una obra de mérito, se empeñaron en descalificar a la crítica y encerrarse en la inapelabilidad de su decisión. Los críticos eran en realidad una masa peligrosa que atentaba contra las formas más elementales de la convivencia. Al levantar la voz discrepante, los críticos eran parte de una "campaña". Nadie hablaba, pues, con voz propia, sino movido por los hilos de una conjura. En su desmesura, los defensores de Bryce, describieron esa "campaña" como una operación de violencia inusitada que era inaceptable en una sociedad democrática. Se insistía por supuesto, que tal campaña era un "acto de fuerza" que introducía peligrosamente una "persecución moral en decisiones de tipo artístico".
Para Jorge Volpi la crítica fue inquisitorial, un acto de puritanismo jacobino. Quienes han cuestionado el mensaje que envía la FIL, al premiar a Bryce Echenique son autoritarios e intolerantes. No hablan: gritan. Sus argumentos son alaridos. Para Volpi no hay razones válidas que pudieran fundamentar la indignación, sólo envidia. Quienes se apresuran a afilar la guillotina lo hacen porque son unos mediocres que jamás han escrito una línea perdurable. Esa es la respuesta de un miembro del jurado a los escritores, los académicos que han hilado razones que se separan de las suyas: mediocres que serán siempre incapaces de apreciar, como nosotros el genio: alborotadores que se dedican al miserable deporte del linchamiento. El jurado podía defender con razones su decisión, podía desarrollar el elogio de una obra, pero optó por insultar a los críticos. A la discrepancia la percibió como una amenaza bárbara y no como una legítima preocupación que es ética y es artística.
Las novelas de Bryce sobrevivirán el escándalo, pero el daño que el jurado le ha hecho al premiado, al premio y a la Feria es inmenso. El diploma y el cheque ya fueron entregados al novelista a domicilio, en una ceremonia privada, de la que no hay siquiera una imagen. Un premio que se oculta como algo vergonzoso. En lugar de ser una fiesta, un desembolso subrepticio, una escondida transferencia financiera. Al premiarlo así, al defenderlo así, la FIL le ha otorgado un premio penoso a Alfredo Bryce Echenique: un insulto envuelto en una medalla. Un premio infamante.
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ATICO
Silva-Herzog Márquez
La FIL premia a Bryce en privado. Al ser defendido así, obtiene un insulto envuelto en una medalla.