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Aquel Negrito Poeta.../Hora cero

Roberto Orozco Melo

Muchos de mis lectores deben saber quién fue José Vasconcelos, el Negrito Poeta. No eran pocas ni infrecuentes las citas que los adultos hacían de sus epigramas en los años de nuestra adolescencia. Años después escuché de labios de mi querido suegro, don Rubén Aguirre Flores, otras iguales en ingenios, también atribuidas a ese simpático poeta popular, que rimaba al vuelo con el pie que se le diera, ya que muchos caballeros o gandules lo retaban a que versificara difíciles consonancias y José Vasconcelos, lo cual hacía con erudita gracia.

Pues bien: hace un par de años recibí un lote de antiguos libros como obsequio de un viejo amigo; entre éstos venía uno pequeño, pero gordito, empastado en cartón e impreso en papel de buen peso que llamó mi atención pues se trataba, nada menos que de una selección explicada de los populares versos de “El Negrito Poeta Mexicano” compilada por el doctor N. León, profesor de Antropología Física en el Museo Nacional de México, con cuyo pie de imprenta se editó en el año 1912.

“José Vasconcelos (a) el Negrito Poeta -nos dice el doctor N. León en una previa introducción- nació en Almolonga, Estado de Puebla, en la centuria XVIII y quizá en sus principios, pues en el Gobierno de Don Juan de Acuña y Casafuerte -1722 a 1734- ya vivía. Sus padres eran negros del Congo traídos a México para servir en los trabajos domésticos o rurales de algún rico de la entonces Nueva España. Dada su condición de raza y origen y las circunstancias sociales de su época, fácilmente se puede juzgar cuáles hayan sido las ocupaciones de los primeros años de su vida”.

Luego nos describe el inteligente compilador, por referencias de algunos escritores antiguos, que el Negrito Poeta llevaba vida de vago y vivía de los obsequios que a cambio de versificaciones “apoquinaban” sus admiradores de todas las clases sociales, entre las cuales sobresalían los padres jesuitas, de cuyo trato se le quedaron algunas ideas filosóficas para sus improvisaciones. Sin embargo, había días en que escaseaban dádivas de amigos; entonces el Negrito se dedicaba a hacer flores artificiales y cajitas de tajamanil para aliviar sus necesidades vitales. Luego pondría sus ojos en tal ingenio poético un conocido calendarista que incluyó sus versos en los almanaques que en el siglo XIX imprimía el tipógrafo Antonio Venegas Arroyo; de ahí, de boca en boca, se repetían y popularizaban en todos los grupos sociales. El aspecto del poeta no era precisamente grato, pues lucía una “constitución física endeble -con tesitura extremada y momiástica- y a más de ello tuerto o bizco”, se dice que murió en 1760.

Daremos unas muestras, con perdón de los lectores. Abre la antología de este dieciochesco Vasconcelos la siguiente anécdota divulgada por el doctor Rafael S. Camacho, dignísimo Obispo de Querétaro en aquellos tiempos: “Residiendo una vez el Negrito Poeta en Tepeaca, Puebla, frecuentaba la cantina de un español; entre ambos acostumbraban decirse llanezas más o menos crudas y alguna vez el español tendió su mano al negro para saludarlo y éste le puso la suya, que el cantinero retuvo con fuerza, la llevó a su propio trasero y arrojó sobre ella una sonora ventosidad. Los corifeos celebraron la ocurrencia con estrepitosas carcajadas, lo cual sufrió el Negro sin inmutarse. Pasó el tiempo y ambos se encontraron en otro lugar de copas y al saludar el Negro al hispano hizo lo que mismo que éste le había hecho antes, lanzándole la siguiente copla: Gachupín de los demonios / ¿quién diablos te trajo acá / Tú me peíste en Tepeaca / y el negro te-pé-acá.... Mucha gente le pedía consonancias aparentemente imposibles; entre ellas hubo un don Francisco Sandoval que le ofreció una dádiva si le podía encontrar consonante al nombre de Cristóbal. No lo pensó dos veces el Negrito Poeta y le compuso la cuarteta a su gusto, obteniendo el estipendio ofrecido: Un don Francisco Sandoval / (Sandoval, quise decir) / me ha acabado de pedir / consonante de Cristóbal...

Otro de sus retadores lo quiso sorprender con un pie aparentemente imposible de consonantar. Se trataba de encontrar una rima a la frase “los cabellos penden dé...” pero el poeta repostó al momento: Ya ese peso lo gané / y a mi saber no se esconde / quítese usted, no sea qué / una viga caiga en donde / los cabellos penden dé...

Los demandantes o limosneros que estaban a la salida de las iglesias se las ingeniaban para obtener unas cuantas monedas que les calmaran el hambre y la necesidad. Al pobre Negrito Poeta, tan necesitado de suyo, se le acercó uno de aquellos pedidores con la frase: “Una limosna para el entierro de los huesos de los hospitales” y le respondió con una cuarteta aleccionadora, ya que sabía que por ser miserable no le daría ni una moneda. Así le contestó: “Dos disparates a un tiempo / estás diciendo, animal: ni el hospital tiene huesos / ni entierran al hospital...”.

Un caballero salió sin desayunar de su casa a horas de madrugada y citó a su consorte en el paseo llamado de Bucareli para más tarde. Ella acudió puntual, pero al llegar a la cita hizo memoria de que su esposo había salido sin desayunar y viendo a un vendedor de leche le compró un frasco y se lo remitió con el Negro Vasconcelos, quien al entregar el líquido le dijo en verso: “La señora de aquel coche / aquesta leche le envía; / Ella os retorna de día / lo que vos le dáis de noche...”.

En otra ocasión volveremos sobre el Negrito Poeta....

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