Hace 500 años Nicolás Maquiavelo estaba terminando de escribir un librito. Es un escrito donde he apuntado todo lo que sé, le cuenta a su amigo Francisco Vettori en una carta fechada el 10 de diciembre de 1513. Al relatarle la aventura de sus días, Maquiavelo le cuenta que por las noches se encierra a conversar con los muertos y a preguntarles de sus acciones para conocer las razones de su éxito y de sus fracasos. Tal vez te interese, le dice a Vettori, y a un príncipe podría, incluso, resultarle útil. Ahí describo lo que es un principado, qué tipos existen, cómo se adquieren, cómo se pierden. Aquel 10 de diciembre no había puesto aún el punto final a su obra: todavía lo estaba aumentando y puliendo.
Uno. El príncipe no es un manualito de gobierno. Si fuera un simple instructivo práctico, carecería de sentido hoy, 500 años después de hacer sido compuesto. El príncipe es un clásico porque es una reflexión agudísima y certera sobre la naturaleza humana, la textura de la historia, las posibilidades de la acción política. Se le ha querido leer como un libro de consejos, pero es mucho más que eso: un juicio sobre el sitio del hombre en la historia.
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