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Antídoto contra el racismo

ENRIQUE KRAUZE

Propongo al lector un ejercicio contra el prejuicio racial o nacional: haga la cuenta de las personas de distintos orígenes (nacidas fuera o con ancestros extranjeros) que han marcado su vida para bien. Le aseguro que el resultado lo inmunizará.

En mi lista personal hay dos pintoras, una inglesa (Joy Laville), otra polaca (Basia Batorska); dos clavadistas húngaros (los hermanos Telch), dos queridos franceses (Jean Meyer y Marie Jo Paz), un escritor florentino (Alejandro Rossi), y un puñado de norteamericanos (como Pete Hamill) que han hecho de México su segunda patria. Pero en mi vida predominan tres grupos: los españoles, los argentinos y los libaneses.

España me suscita el recuerdo del poeta León Felipe (un hijo mío se llama León en su homenaje), del maestro José Gaos (fui uno de sus últimos alumnos), de mi caballeroso editor Joaquín Díez Canedo y de la eximia actriz Magda Donato (que legó un premio literario). Si tuviera que nombrar a los amigos españoles del ámbito cultural no acabaría nunca, pero el primero que menciono es Ramón Xirau.

Hace 70 años, un grupo de empresarios asturianos dueños de la fábrica de perfumes "Dana" (Rodríguez, Llaneza) adoptaron profesionalmente a un joven ingeniero (mi padre) y lo ayudaron a edificar una empresa litográfica. Otro asturiano, don Pepe Canal, le decía al tomar la copa: "viviendo así más vale no morirse nunca". La liga asturiana seguiría con varios condiscípulos míos de ingeniería y amigos generosos como Alonso González, Jerónimo, Plácido y Manolo Arango, José Antonio Fernández. Y más allá de Asturias está el entrañable Augusto Elías (de padre andaluz), un mallorquín errante (Antonio Navalón) y varios catalanes: un gran empresario (Lorenzo Servitje), un juez anarquista (Ricardo Mestre), un actor buñueleano (Alberto Pedret), un sociólogo eminente (Roger Bartra) y un editor de cepa (Ricardo Cayuela).

México fue puerto de abrigo para los perseguidos de las dictaduras latinoamericanas, cuya presencia ha sido fecunda. Me concentro en los argentinos. Por mis padres conocí a Tulio Demicheli, director de cine, amigo de Eva Perón y protector del Che. Traté de cerca a don Arnaldo Orfila Reynal, admirable empresario cultural. A mi generación perteneció Antonio Marimón, que murió entre nosotros. Hizo carrera periodística y dejó una obra poética breve y preciosa. Y mi lista es larga: la clarividente doctora Estela Troya, el legendario golfista Antonio Cerdá y la escritora Claudia Kerik, etc.

"Quien no tenga un amigo libanés, que se lo busque", son las palabras de Adolfo López Mateos, que presiden el vestíbulo del Club Libanés. Yo no tuve que buscarlos porque la vida me los presentó y me han acompañado siempre. El primer encuentro fue en Avándaro, a mediados de los años sesenta. Mis amigos David y Alberto Arelle me invitaban a su casa, donde llegaban los Namnum, Fajer, Yazbek, Farah, Elías. En el club, por las noches, ocurría un diálogo desternillante entre el galán Mauricio Garcés (Feres) y el "Crooner" Antonio Badú. (Y hablando de cine, ¿sabe usted que el productor de la película "El baisano Jalil" con Joaquín Pardavé fue Gregorio Wallerstein? Es natural: en el Barrio de la Merced convivían alegremente judíos y libaneses). Con el tiempo conocí a Carlos Slim y a Sumaya, su gentil esposa. Carlos me presentó a su tía Mary, viuda del vasconcelista Antonio Helú. Y los encuentros siguen, con mi amigo Alejandro Soberón Kuri. Sobre la gran huella cultural libanesa menciono sólo al matemático Julián Adem (mi compañero en El Colegio Nacional); a los artistas Héctor Azar y José Kuri Breña, al sabio Elías Trabulse y al discretísimo Juan Feres, que realizó la hazaña de traducir al castellano la célebre Introducción a la historia universal de Ibn Jaldún (1332-1406).

Debo la conciencia primera de la tragedia palestina a Gabriel Zaid. Su familia paterna proviene del pueblo de Taibe, donde -según la leyenda local- Jesús habría pasado los tres años que permanecen en el misterio. Su familia materna, de Belén. En un país lejano, dos amigos mexicanos -uno de origen judío y otro palestino- llevan cuarenta años de conversar.

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