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La carrera de Lorenzo Zambrano

ENRIQUE KRAUZE

Ahora sé que la sombra de la muerte prematura lo persiguió siempre. Primero cegó la vida de Gustavo y Francisco I. Madero, los hermanos de su abuela Ángela, la consentida del "Apóstol de la democracia", que vivía a su lado en el Castillo de Chapultepec. Ángela nunca se repuso de su dolor. Antes que él, dos hombres llamados Lorenzo H. Zambrano habían muerto antes de tiempo: el abuelo (en un accidente automovilístico en 1935) y el padre, de un ataque cardiaco cuando el tercer Lorenzo estudiaba en Culver City. El muchacho de apenas quince años tuvo que interrumpir sus estudios y regresó a México. Su madre quedó viuda con cinco hijos, cuatro hombres y Nina, la menor.

Padre prematuro de sus hermanos, hijo de una dinastía valiente y trágica, Lorenzo Zambrano estudió en el TEC de Monterrey y en la Universidad de Stanford. Su familia había perdido desde hacía años el control de Cementos Mexicanos, empresa fundada en 1931 tras la fusión de Cementos Hidalgo y Cementos Portland Monterrey. En 1968, el joven ingeniero de 24 años se incorporó a ella. La dirección (en manos de los dueños originales de Cementos Hidalgo) lo veía como una amenaza y decidió enviarlo como gerente a la anquilosada planta de Torreón. Situada en una zona de clima imposible -literalmente llovía tierra a causa de las tolvaneras- era la menos productiva, la única que perdía dinero. Zambrano puso en marcha un intensivo programa de mejoras: recuperación de equipo, mantenimiento preventivo a los hornos, el molino y la enfriadora, descenso de las fallas e interrupciones en el proceso, metas para aumentar la producción con pequeños avances, innovaciones técnicas e incentivos. En un par de años, la planta de Torreón era la más eficiente del país.

La carrera apenas comenzaba. Su trabajo impresionó al Consejo de Administración, que decidió nombrarlo Gerente de la planta de Monterrey y, poco después, Director de Operaciones. En estos puestos -cosa rara en la época, más aún en esa industria "pesada"- dio especial importancia a la automatización de procesos, la informática y las comunicaciones. En 1979 su familia empezó a recuperar el dominio de la empresa. Finalmente, en mayo de 1985, por una estrecha mayoría, el Consejo decidió nombrarlo Director.

El cambio fue vertiginoso. Para automatizar con alta tecnología desde los hornos hasta las ventas, Zambrano creó un Departamento de Sistemas, mejoró el flujo de información y definió claros estándares de eficiencia. Resultado inmediato: entre 1982 y 1987 el costo de producción se abatió de 55 a 42 dólares por tonelada. Paralelamente, en 1987 Cemex adquirió Cementos Anáhuac. Y, para sorpresa general, en 1989 absorbió a su principal competidor, Cementos Tolteca.

En sólo quince años, Lorenzo Zambrano y su equipo convirtieron a Cemex en la tercera empresa cementera del mundo. Tras la adquisición de dos grupos cementeros españoles en 1992, en círculos concéntricos absorbió empresas y mercados en más de 50 países y revirtió la imagen del mexicano, de conquistado en conquistador. Cemex se volvió un orgulloso emblema de México en el mundo.

Aunque ya existe al menos un libro estimable sobre su hazaña (escrito por Rossana Fuentes-Berain), su biografía está por escribirse. Además de sus diversas proezas de innovación tecnológica e informática, y de cultura de negocios que revolucionaron la industria (verdaderos casos de estudio para las escuelas de vanguardia), Zambrano hizo honor al sobrenombre que, con justicia poética, le aplicó Gabriel García Márquez: "Lorenzo, el Magnífico". Había, en efecto, un aire (y una elegancia) renacentista en este patrono de las artes y las letras, protector del medio ambiente, promotor de la responsabilidad social en las empresas, a quien se debe también la vasta expansión de la cobertura nacional e internacional del TEC de Monterrey.

Como su tatarabuelo, Evaristo Madero, su trayectoria se resume en una noble palabra de resonancias bíblicas: la palabra "trabajar". "Ganar el pan con el sudor de la frente" (sudor multiplicado por el sol de Monterrey) fue el primer mandamiento de su estirpe, y el suyo propio. Trabajó contra el reloj para revertir el sino biográfico de los Zambrano, para proyectar al mundo el impulso constructivo de Monterrey y de México. Aficionado a los autos de carrera, acaso pensó que la carrera seguía. Pero hacía tiempo había cruzado la meta, vencedor.

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