“VI ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS” 2ª. Parte México, D. F del 13 al 18 de Enero del 2009
La familia cristiana recibe la fuerza necesaria para el desempeño de su misión social a partir de la fe que el Espíritu de Cristo enciende en ella. Pero el Espíritu Santo –el único que puede renovarnos por dentro y enviarnos a renovar eficazmente el mundo- fue regalado por Cristo a su Iglesia. Y la fe que El suscita dentro de la Iglesia es una fe eminentemente comunitaria: porque es fe de un Dios “comunitario”, que nos quiere una “familia” unida en el amor, al igual que El. Por eso la fe cristiana no puede vivirse al margen de la comunidad. La misma oración que la alimenta es más eficaz cuando se hace entre “dos o más”. Eso explica porque tantas familias cristianas carecen de la vitalidad interna y de la fuerza de proyección social que la fe proporciona: porque les falta inserción en la comunidad eclesial. “Familia que reza unida, permanece unida”
La familia cristiana no solo es parte del tejido social. También es una célula viva de la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Y tendrá vitalidad para resolver sus propios problemas internos y para cumplir su tarea de fermento social, en la medida en que aprenda a vivir como “pequeña Iglesia” dentro de la “gran Iglesia”. Ello supone que sus miembros comparten la vida de oración y sacramental de la Iglesia, meditan la Palabra de Dios, cultivan la comunión con sus pastores y participan de alguna forma en su quehacer comunitario. Pero, también, es necesario que algunas de esas cosas (la oración de las comidas, la misa dominical, la celebración de alguna festividad o ciertos compromisos apostólicos) sean realizadas algunas veces en común por toda la familia. De otro modo, la vida familiar pierde su densidad y su empuje mas originales, de autentica comunidad cristiana fundamental.
Si bien es cierto que la Iglesia alimenta a la familia, desde otro punto de vista también puede decirse que la Iglesia nace y crece desde la familia. Desde luego, ello vale de un modo especial respecto de aquella “familia divina” –la Santísima Trinidad- que es su origen, su permanente fuente de vida y su modelo. Y para la familia de Belén y Nazareth, que fue la primera comunidad cristiana de la historia. Pero también vale la pena para todas las demás familias que –a semejanza de aquélla- han sido atadas al misterio de Cristo por los sacramentos del Matrimonio y del Bautismo de los hijos. Pues ellas constituyen el lugar privilegiado de la transmisión de la fe, donde sin cesar se están generando nuevos miembros para la Iglesia. Por lo tanto, la familia no solo plasma el corazón del futuro ciudadano sino, igualmente, el del futuro cristiano.
Aparte de edificar la Iglesia mediante la evangelización de sí misma, la familia le provee los apóstoles que le permiten anunciar el Evangelio al mundo y renovar sus estructuras según el espíritu de Cristo: es escuela de formación y envío apostólico. Además, mediante su participación comunitaria, refuerza y asegura a la Iglesia su carácter de Familia de Dios.
¿Quien no ha recurrido a Dios en los momentos más difíciles de su vida? Quien no a retado, en momentos desesperantes a Dios, al decirle: “¡Demuéstrame que existes Dios mío!” -concédeme lo que te pido-. Pero a la luz del VI Encuentro Mundial de las Familias, compartimos con ustedes una historia de amor, la historia de un Padre de familia, que al igual que Cristo por nosotros, dio a su hija el regalo más grande del mundo.
El día que mi María José nació, en verdad no sentí gran alegría porque yo quería un varón. Dos días después, volví a buscar a mis dos mujeres: una lucia pálida, y la otra, radiante y dormilona. En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de María José, fue entonces cuando empecé a amarla con locura, su carita y su mirada no se apartaban ni un instante de mi pensamiento. Un día me dijo, -Papi, cuando cumpla quince años ¿cual será mi regalo?- Pero mi amor, si solo tienes diez añitos –bueno papi, tú dices siempre que el tiempo pasa volando- y era verdad, María José tenía ya, catorce años, y excelentes notas escolares. Ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente el de su padre.
Fue un domingo muy temprano, cuando nos dirigíamos a misa, María José tropezó con algo, eso creíamos todos, y dio un tras pie, la detuve de inmediato para que no cayera. María José fue cayendo lentamente sobre el banco, y casi perdió el conocimiento. La llevamos al hospital, allí permaneció durante diez días, me informaron que mi hija padecía de una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón. Pero no era algo definitivo, había que practicarle otras pruebas para llegar a un diagnostico firme. –Papi, voy a morir, ¿no es cierto? Eso te dijeron los médicos, ¿verdad?- No mi amor, no vas a morir. Dios que es tan grande no permitiría que pierda lo que mas he amado en la vida. –Papá, quienes mueren, ¿van a algún lugar? ¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas? ¿Sabes si pueden volver?- Bueno hija, en verdad nadie ha regresado de allá, a contar algo sobre eso, pero, si yo muriera, no te dejaría sola. Estando en el mas allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en ultima instancia utilizaría el viento para venir a verte. –¿El viento?, y como harías eso papi- no tengo la menor idea hija, solo sé, que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara, y una brisa fresca bese tus mejillas.
Ese mismo día por la tarde llamaron al padre, el asunto era grave. Su hija se estaba muriendo. Necesitaban un corazón, pues el de ella no resistiría sino catorce o quince días más. ¡Un corazón! “Y de donde saco un corazón”. Ese mismo mes, María José cumpliría sus quince años. Fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante. Las cosas, iban a cambiar. Y entonces, el domingo por la tarde, María José, estaba operada, ¡Éxito total!. Sin embargo, papá no había vuelto por el hospital, y María José lo extrañaba muchísimo. Su mami le decía que todo estaría bien, y la abrazó con ternura.
Mas adelante, al llegar todos a casa, se sentaron en un enorme sofá, y su mama con los ojos llenos de lágrimas, le entrego a María José, una carta de su padre: ...... “María José, mi gran amor, al momento de leer mi carta, debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa de los médicos que te operaron. No puedes imaginarte, ni remotamente, cuanto lamento no estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir, sentí que yo también moriría contigo, y me preguntaba que podía hacer. Después de tanto pensar y sentir mil cosas dentro de mí, decidí finalmente que la mejor forma de hacer algo por ti, era darle respuesta a esa pregunta que me hiciste cuando tenías diez años, ¿te acuerdas? Y a la cual, no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que jamás nadie ha hecho, ¡mi corazón! Te regalo mi vida entera, sin condición alguna, para que hagas con ella, lo que creas que es mejor. Sintiendo muchas cosas bellas, y sabiendo que en el mundo lo más importante, es que quieras vivir. ¡Vive hija! Siempre estaré a tu lado. ¡Te amo! Y siempre te amaré. Porque eres lo más grande y hermoso que Dios me ha dado. Te amo María José”.
María José, lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente, fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá, y susurro. –Papi, ahora puedo comprender cuanto me amabas, yo también te amo y te honraré para siempre- Y en ese instante, las copas de los árboles se movieron levemente, y cayeron algunas flores, sintió María José que un suave viento rozó su cara, y una brisa fresca beso sus mejillas. Alzó la mirada al cielo sintiendo una paz inmensa, y dio gracias a Dios por eso. Se levantó, y camino a casa con la alegría de saber que lleva en su corazón, el amor mas grande del mundo.
Al termino del VI Encuentro Mundial de las Familias en nuestra patria mexicana, la reflexión es: Que tanto estamos dispuestos a entregar nuestro corazón al cambio, a la paz, armonía y amor que deseamos desde el fondo del alma para nuestras familias y la sociedad? Esto lo podemos lograr actuando en lo que sí podemos hacer, en el seno de estas. Practiquemos los valores que son fundamentales como herramientas poderosas para tal fin: La Bondad, La Lealtad, La Gratitud, La Honradez, El Perdón, La Amistad, La Alegría, Solidaridad, Coherencia, La Prudencia, La Amabilidad, La Confianza, La Unidad, Respeto a la Mujer, La Patria, La Libertad, La Paz, El Bien Común, La Igualdad, La Compasión, La Religiosidad, La Esperanza. Nuestra Patria lo merece, nuestras familias lo piden a gritos, pero sobre todo Dios lo espera de cada uno de nosotros, démonos esa oportunidad.
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